PUNTO DE ENCUENTRO
¡Qué mal chiste!
Los acontecimientos en el país se suceden sin descanso. En una semana vimos cómo Otto Pérez Molina se negó a renunciar, cómo el Congreso votó unánimemente por retirarle la inmunidad, lo que precipitó su salida del cargo, y cómo terminó sentado en el banquillo de los acusados frente al juez Miguel Ángel Gálvez, quien precisamente hoy dictará una resolución en base a las pruebas presentadas por el MP y la Cicig en el caso La Línea.
Además, el domingo se realizaron elecciones generales que estuvieron marcadas por los acontecimientos políticos de los últimos meses. La lectura que deviene de los resultados de la elección presidencial es que la gente votó por el “outsider”, el candidato de la antipolítica. Lamentablemente, pesaron muy poco en esta decisión los vínculos de Morales con un grupo de militares de la contrainsurgencia, que fueron los fundadores de su partido y que son viejos conocidos en el mundo de la política y no precisamente por sus aportes democráticos.
Por eso resulta contradictorio que después de sacar a fuerza de multitudinarias manifestaciones ciudadanas a un general de la contrainsurgencia, cuyo gobierno se caracterizó por la corrupción, la gente se vuelque a votar por un señor al que le mueven los hilos personajes de la misma calaña. Claramente pesó la animadversión al candidato de Líder, que se caracterizó por violentar todas las normas electorales y el descrédito de los políticos de larga data; además de su paso por la televisión abierta que le facilitó el conocimiento entre los electores, y en este contexto de rechazo a los políticos, su imagen de cómico y de contador de chistes (a pesar del tono racista y machista de muchos de estos).
El tema de la corrupción pesó mucho también en el desplome de quien hasta antes del 16 de abril era el favorito en las encuestas; esa manía suya de violentar las normas electorales, desconocer las resoluciones del TSE y burlarse de las manifestaciones ciudadanas le pasaron la factura, aunque no alcanzó para disminuir su peso en el próximo Congreso o catapultar a otras opciones partidarias (menos contaminadas) para equilibrar la correlación de fuerzas.
Aunque el panorama es sombrío, habrá que continuar exigiendo al Congreso la aprobación de reformas profundas a leyes clave para el país, como la electoral, que permitan cambiar las reglas del juego, para que no nos veamos nuevamente en la penosa situación de votar en contra de, abstenernos de hacerlo, o enfrentarnos a procesos eleccionarios cuestionados y deslegitimados.
Lo esperanzador es que la gente demostró que no está dispuesta a aguantar más corrupción y que estará vigilante de los pasos de los gobernantes; claramente hace falta mucha más reflexión y construcción de cultura política, además de la creación de espacios partidarios incluyentes y unitarios, que se conviertan en una verdadera opción a la hora de votar.
La próxima tarea ciudadana es impedir que el actual Congreso se vaya sin aprobar la reforma a la Ley Electoral propuesta por el TSE, que cuenta con amplio consenso y aborda integralmente los profundos vicios del sistema. Esta debe ser la última elección que se dé en estas condiciones.