LA ERA DEL FAUNO

Qué raro, éramos una maravilla

Juan Carlos Lemus @juanlemus9

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Éramos muchachos buenos, por así decirlo, lo raro es que apedreábamos animales, nos poníamos apodos, nos empujábamos en el bus, robábamos la refacción al compañero y nos dábamos de golpes. Digo “nos dábamos” por uso narrativo, porque fui de los débiles, de los que recibían. Cómo diablos podemos decir que éramos casi unos ángeles.

Hace poco me reuní con amigos del colegio. No me detendré a describir nuestros aspectos. Eso, no importa. Lo crucial fue el horrendo enfrentamiento —desde mi perspectiva, claro— con nuestro pasado. Se favorece la nostalgia y se ríe uno con el anecdotario. De cuando el Chino hizo esto y lo otro, de cuando Mamut vomitó en el bus, de cuando fuimos de excursión.

En el colegio, como en casi todos, había un grupo de poder y otro subyugado, bajo la mirada tolerante de los profesores. Cuatro o cinco dominaban al resto. Ya no recordaba el trato inhumano que aquellos abusadores daban a un compañero de Puerto Barrios y a otro que tenía labio leporino. Un apodo cruel, un acoso diario. Al amigo de Puerto Barrios lo obligaban a cantar. Dos de ellos, de los más acosadores de aquel entonces, tengo entendido que ahora son pastores evangélicos. Tienen su iglesia y su página en Facebook. Supongo que ya habrán reparado el daño. Voy a etiquetarles esta nota.

Un grupito de gente abusiva golpeaba al compañero de labio leporino. Otro de los más agresivos le gritaba: “¡Hablá bien!”, y carcajeaba como el sociópata de la película Batman, el Guasón, frente a su crimen. El agredido también reía, por disimulo. Aquella muchachada terrible se casó. Si tuvieron suerte, se volvieron buenas personas y criaron con buenos valores a sus hijos; hasta pastores se habrán vuelto. Si no, seguirán pensando que aquellos fueron sus años inofensivos.

A veces, los otrora rebeldes nos parecemos a los ancianos que necean eso de que los tiempos pasados fueron mejores. Se repite lo mismo hace siglos, que antes las familias eran unidas. En la actualidad se añade que todo es culpa de los teléfonos, de las redes sociales; que los muchachos de antes “eran más sanos”. A las patojas se les respetaba. Qué raro. Seguramente, los marcianos intervinieron una cadena de bondad que se venía desarrollando, pues no había, como ahora, abusos ni acoso, ni cretinos, ni machistas ni mafiosos, nunca.

El pasado, muchas veces, se pinta inocente para ocultar agresiones físicas, psicológicas y otros infiernos. Los padres llevaran a sus hijos a la escuela y se los entregaran a la maestra “con todo y nalgas, por si se porta mal”. Y a uno le pegaban. “Era la mejor educación”, dicen algunos, hoy con cicatrices y de semblante neurotizado. Durante los recreos, había que cubrirse de las cáscaras de naranja tiradas con hule por los alegres compañeros. Los más agresivos llevaban grapas de metal para madera, en vez de cáscaras. Fueron sus primeras balas. Si no cambiaron, han de ser los que disparan al aire o a las personas, especialmente durante estas fiestas.

Se tiende a untar la violencia con dulzura televisiva. Aquellos años maravillosos se cuajaron con películas donde uno aprende parámetros de belleza tales como la niña rubia frente al resto de feas. Y así la vida, se puede llegar a la adultez con las mismas idioteces, subiendo motos a la banqueta, estacionándose en pasos peatonales, tocando muchachas en las procesiones, maltratando gente y animales, comprando jueces, robando, corrompiendo gobiernos, sobornando medios de comunicación, haciendo pedazos al país. Pero todos fuimos buenos, una maravilla. Ha de ser solo mi perspectiva pesimista, perdonen ustedes.

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