PLUMA INVITADA

¿Qué será de los pájaros?

Brenda Cetino

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El paraje era delicioso. A donde quiera que dirigiéramos la mirada nos saludaba el verde de los árboles. Bondadosos, pinos y cipreses nos regalaban su aroma y calmaban el extraño calor sofocante que ha invadido al occidente del país, mientras jugueteaban con los pájaros que sobre sus copas cantaban para despedir al día.

La promotora nos saludó de manera simpática y nos hizo pasar a conocer el “proyecto”. Una maqueta rompió la magia que hasta entonces nos envolvía. En unos días ese paradisiaco bosque se convertirá en un condominio de más de 50 viviendas rodeadas de anchas calles. En el fondo habrá una cancha —complejo deportivo, dijo ella— y en una esquinita, el área de juegos.

Un muro perimetral y una garita de seguridad son la garantía de que el sueño de sus habitantes no se verá interrumpido por algún delincuente de los que tanto abundan en los barrios urbanos. Además, se podrán librar de molestas visitas, pues solo se contempla parqueo para dos vehículos afuera de lo que será el condominio. Esos y muchos aspectos prometen la “felicidad”, según la publicidad.

Pero, ¿y los árboles? —me atreví a preguntar—. Con toda frialdad la promotora señaló tres de ellos: “este, ese y aquel se quedarán”.

Erguidos, los árboles parecían no doblegarse ante la sentencia de muerte, como el reo que, siendo inocente, se coloca junto al paredón y saca el pecho para recibir la injusta pena impuesta, con la dignidad de quien nada debe y por ello está seguro de que su ejecutor será digna del castigo divino.

No pude ocultar la congoja y pregunté de nuevo: “Y esos pajaritos, ¿dónde van a anidar? ¿Qué será de ellos cuando regresen y no encuentren dónde posarse?”. Ella respondió con una frívola sonrisa. Volví mis ojos a la maqueta y observé que en los alrededores del “proyecto” hay árboles, pero son de terrenos vecinos cuyos dueños no tardarán en caer a los pies de don dinero.

Un aguacate rodó hacia mis pies. La promotora lo recogió y comentó: “¡Ese aguacatal sí que estaba cargado. Hubieran visto”, y lo colocó en la mesa, junto a la maqueta.

Le expresé cuánto me gustaría tener los millones que se necesitarían para comprar todo el terreno y salvar a esos árboles. “Imagínese —me dijo—, si todos pensáramos así, ¿dónde vivimos?”

Su respuesta me hizo recordar al frondoso bosque que se veía desde mi casa y con los años se convirtió en pista de motocrós y ahora es un accidentado terreno. Rememoré la verde vegetación en la cima del cerro Alux, donde ahora puedo ver una serie de casitas apuñuscadas; los incontables árboles donde por las tardes se amontonaban pájaros de distintos colores para recogerse, y ahora fueron cambiados por una residencial.

En nombre de los humanos, pido perdón a los árboles y a las aves.

bcetino@yahoo.com

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