¿Quién se quedaría?

Lo ideal es comenzar por evitar que se vayan los adultos, porque sin sus padres, ¿a qué se quedan los niños y los adolescentes? Si bien muchos migrantes confían el cuidado de sus hijos a familiares, a veces estos abusan de ellos, aunque reciban dinero para su manutención, y son comunes los casos de quienes forman en EE. UU. otro hogar y dejan de enviar remesas e incluso de comunicarse, lo que motiva a los pequeños a ir en su busca.

EE. UU. y toda   nación que no desee recibir migrantes podrían, en lugar de sembrar el terror en sus fronteras, instalar comisiones especiales en los países de procedencia y hacer una labor más humanitaria que ataque el problema de raíz.

La primera medida antimigración sería que esos países ofrecieran algún tipo de incentivo a las  empresas que se instalen en los departamentos o municipios donde se registran bajos índices de pobreza, para que haya fuentes de trabajo y de esa manera los jefes o jefas de hogar quieran quedarse. Asimismo, sería conveniente otorgar créditos con bajos intereses para las familias que deseen montar algún negocio. Estas, a su vez, proveerán de empleo a otros pobladores.

Por supuesto, la misma comisión velaría porque quienes reciban esos préstamos fueran capacitados y asesorados en la administración de la empresa, incluso del presupuesto familiar, además de promover sus productos a escala local e internacional.   

Los países portadores de migrantes también necesitan todo el apoyo en su lucha por acabar con la criminalidad,  precisamente porque no cuentan  con  los recursos  económicos ni humanos para lograr ese cometido.

Una vez controlado este flagelo y los adultos puedan trabajar en paz, se eliminarán las principales razones por las que van a buscar el sueño americano y dejan sus hogares desintegrados.

Eso sí, de brindar ayuda, no olviden que debe ser una comisión de alto nivel la que dirija la labor y administre los fondos, porque el otro jinete apocalíptico, la corrupción, podría  politizar o desviar los fondos.

Con trabajo y seguridad, ¿quién querrá irse?

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