¡Réquiem por el chupatúmulos!
La sumatoria de las horas-hombre, multiplicada por el número de túmulos, vehículos y tiempo dilapidado en detener el flujo vehicular, pérdida de combustible y recuperar la inercia, es de una magnitud económica monumental. Millardos de quetzales perdidos en el síndrome del chupatúmulo.
Y sin embargo, cada día proliferan más. Se multiplican como plaga bubónica y contagian a decenas de miles de comunidades que no se quieren quedar atrás, pero especialmente, a millares de “tenderos”, merenderos, moteluchos, comedores, mecánicos, etcétera, que de alguna forma piensan que tener un “su túmulo” frente a sus locales es bueno para el bisnes…
Nadie discutiría si encuentra túmulos cerca de una escuela o punto estratégico de peligrosidad vehicular. Túmulos bien hechos, conforme a especificaciones técnicas que toda municipalidad debiera hacer respetar, es la solución. Hablo de los túmulos de curvatura ancha y alargada, amigables al vehículo, pero efectivos en disuadir el exceso de velocidad.
Pero aquí ponen túmulos hasta en las curvas. ¿En qué mente cabe semejante barbaridad? Camiones cargados bajando o subiendo cuestas, nada menos que de Los Cuchumatanes.
Incursionando como estoy en el mundo de la “tumología”, me atrevo a sostener la tesis de que los túmulos guardan una relación directa entre los que tienen o no tienen vehículos. Para los “tumuleros”, es una manera de hacerse notar, de establecer territorialidad y de revelar alguna inconformidad sociopolítica con la creciente clase motorizada y de amplia movilidad.
Y por supuesto, pesa la seguridad de ellos y sus hijos. Abundan los locos del volante, camioneteros, choferes aprendices a bordo de picops “remeseros”, y la anarquía causada por la ausencia de agentes de tránsito. Todo lo cual incide en la cosmovisión “tumulera”, más esa costumbre casi suicida de construir viviendas a la orilla de la carretera. Todo un misterio digno de una investigación profunda para descubrir las razones de semejante inclinación. Pero ahí están niños y niñas jugando entre el asfalto y a la vera del camino como si tuviesen ADN diseñado para convivir entre ruidos de tránsito y volutas de humo. Tampoco se entenderá—excepto por una marcada preferencia por la ley del menor esfuerzo— cuando, teniendo encima una pasarela, muchos prefieren jugarse la vida esquivando el tránsito para atravesar la calle.
Y sin embargo, hay que ponderar que también somos un país que no privilegiamos a los peatones sino a los vehículos. Es decir: los carros cuentan más que los humanos. No hay banquetas, zonas peatonales adecuadas, y largos etcéteras que quizás expliquen la razón de que en este país se geste el síndrome del chupatúmulos.
Pero, ¡aleluya! La Ley de Circulación por Carreteras Libres de Cualquier Tipo de Obstáculos, fue aprobada el día de ayer en el Congreso, gracias a la iniciativa del diputado Luis Contreras, quien pasará a la historia como el ajusticiador del “chupatúmulo”. ¡Aleluya, réquiem por el chupatúmulo!