MIRADOR

Respecto del respeto

|

Hace tiempo que se busca la fórmula mágica para acabar con el nivel de violencia generalizada que nos agobia. Al respecto, se han hecho todo tipo de sugerencias e incluso profundas y magistrales elucubraciones. Sin embargo, no ha variado mucho la situación más allá de pequeños porcentajes a la baja que no cambian la percepción final, a pesar de modificar la tendencia. Puede que el origen de todo radique en que somos una sociedad altamente irrespetuosa, peculiaridad no exclusiva de un estamento social ni de sector particular, sino que permea absolutamente a todos los ciudadanos.

Falta al respeto quien con su “nave” último modelo —con o sin guardaespaldas— hace un tercer carril a donde apenas hay dos, pero también aquellos que utilizan el arcén para evadir la fila que obligatoriamente deberían guardar; o ambos, cuando eluden subrepticiamente el semáforo en rojo. También, ¡cómo no!, los peatones que aguardan el bus, pero incapaces de agruparse en la parada (si existe); se diseminan cada 10 o 15 metros y paran sucesivamente el transporte público —que se detiene donde le place—, y generan una innecesaria fila de carros impacientes cuyos conductores increpan, rebalsan —a menudo incorrectamente— y agreden verbalmente.

Desconsiderado quien te cruzas —en la calle o en el trabajo— y mira hacia abajo o pierde la vista para no emitir un sonoro “buenos días” que truene a modo de temblor. Igualmente aquel que pretende colarse en la fila del banco, en el concierto o aquellos que cobran por “darle cola” a los que pagan y eluden a quienes resignadamente practican la virtud de la paciencia. Desatento quien, más “pilas” que el resto, espera junto a otros el elevador para subir, pero lo toma al bajar para no guardar el turno que le corresponde. No digamos el motorista que serpentea entre los carros con patente de corso, quienes no respetan a ciclistas, ignoran el paso de peatones y los que estacionan junto al rótulo de “no parquear” o en lugares reservados a minusválidos.

Irrespetuoso quien desprecia o insulta a personas de diversidad sexual y maltrata, abusa o viola a mujeres, niños y ancianos, o a cualquiera en general. Injuriador quien en el bus manosea, hiere con la mirada, “devora” con la mente o sientes su fétido aliento dentro de tu espacio privado que no considera. Igualmente quien te tutea sin permiso o te dice aquello de “oye vos”, aunque lleves visible tu nombre o te hayas amablemente presentado. Descortés quien con cualquier excusa —la del tráfico es la más común— te deja esperando el tiempo que se le antoja o no llega a la hora acordada y bromea con el manido tópico de la “puntualidad chapina”. O aquel que dilata el “ahora” hasta un eterno “ahorita” que muta finalmente a un “fíjese qué”, introductor de cualquier pretexto para no cumplir su compromiso. Irrespetuoso al límite quien le quita la vida a otro, despreciando la esencia del ser humano.

Somos de condición irreverente y el respeto, más amplio que la educación, es una asignatura nacional reprobada y pendiente que es preciso inculcar y practicar si queremos prosperar.

En estas fechas que todo lo vemos —o nos lo hacen ver— filtrado de color miel, es un buen momento para meditar sobre los cambios que experimentaríamos únicamente con ser respetuosos y considerar “al otro”. Si hace una fila, recuerde que es buen momento y lugar para comenzar, no espere a otros y no sea cerril, deje el arcén para quienes caminan plácidamente en esta ciudad irrespetuosa con falta de aceras y pasos adecuados para personas con capacidades limitadas.

ESCRITO POR:

Pedro Trujillo

Doctor en Paz y Seguridad Internacional. Profesor universitario y analista en medios de comunicación sobre temas de política, relaciones internacionales y seguridad y defensa.