Santos y difuntos

GONZALO DE VILLA

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La tradición popular en muchos países ha asociado estos dos días, pero, sobre todo, el primero al recuerdo de los seres queridos fallecidos. Distintas religiones precristianas han aportado elementos que sincréticamente se han ido incorporando al sentir popular en torno a una fiesta compleja, que siembra añoranza, pero que también tiene su dimensión celebrativa. En Guatemala, este es el tiempo del fiambre, nacido principalmente en la capital, pero hoy extendido a todo el país. Es una comida que se prepara solo una vez al año, pero que ocupa un lugar fundamental en el imaginario guatemalteco.

En distintas regiones del país hay variantes de cómo celebrar este día. Ir a adornar las tumbas de los fallecidos es parte de los rituales populares que cruzan fronteras étnicas y de clase social. Es un día también para viajar al lugar de origen de los que han emigrado a otros sitios del país. Aunque es algo importado no hace mucho, a la fiesta se le agrega ahora una víspera que es Halloween, el día de brujas, una especie de carnaval con toques tenebrosos de origen popular norteamericano que se recrea entre nosotros con toques chapines.

Hay énfasis entre muchos estos días en centrarse en el inframundo: el lugar de demonios, brujas, muertos, maximones. Un estudio intercultural nos descubrirá que en casi todas las culturas, en sus ancestralidades, en los cinco continentes estos temas aparecen recurrentemente, entre el miedo, el dolor y la celebración. El folclor popular es riquísimo en la expresión de temerosa familiaridad con la muerte y en el recuerdo de los muertos queridos.

La visión cristiana de la muerte nos remite siempre al hecho central de la fe cristiana: la muerte y la resurrección de Jesucristo. Nuestra fe en Dios cristaliza en la afirmación de esta resurrección porque, de lo contrario, vana es nuestra fe como dice San Pablo. Es desde esa afirmación fundamental que el Día de Santos y el de Difuntos —cuando se distinguen— se iluminan desde la esperanza cristiana.

Recordamos a todos los santos, conocidos y desconocidos, antiguos y recientes, en una visión de celebrar la vida eterna alcanzada por ellos y de saber que a ellos nos podemos encomendar como intercesores ante Dios. Recordamos a nuestros difuntos, a los seres queridos, a los que lloramos y añoramos, y lo hacemos en un clima de fe, de pedirle a Dios por ellos y de confiar en la bondadosa misericordia de Dios para con ellos y para con nosotros. Después viene la mundanidad, el sincretismo y, por supuesto, el fiambre.

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