ALEPH
“Sean realistas: pidan lo imposible”
Con la frase de Censier que habitó los muros del mayo francés de 1968, cuando los estudiantes promovieron un movimiento con ecos a nivel mundial, abro este pequeño artículo. Por las ganas que dan de que Guatemala sea otra. Porque a veces la historia nos enseña que lo imposible se hace posible y lo humano trasciende sobre cosas tan abstractas e insuficientes como los dogmas o los conflictos ideológicos.
Así que soy realista, y pido lo imposible. Pido que el miedo, traducido en odio, que existe entre muchos en Guatemala, vaya disipándose, hasta que juntos construyamos la nación que queremos. Y con esto no digo olvido, digo justicia del lado que sea, para que podamos seguir adelante. No podemos negar lo evidente, y es que la guerra que vivimos no se ha ido de nuestro imaginario, porque los cuerpos tienen memoria. Algo de esto hablaba ya en “El país que la guerra negó” (6-04-17/PL).
Afortunadamente nunca se acabará la juventud, y cuerpos jóvenes sin memoria directa de sangre, o no tan jóvenes pero con mentes lo suficientemente abiertas, están ya en la jugada de una Guatemala distinta. Las camisetas rojas y blancas van quedando, más y más, solo para el fútbol. Buena parte de la juventud que hoy participa en la cancha política de Guatemala se informa, lee, y tiene sentido de pertenencia a determinados grupos de pensamiento, pero también tiene opinión propia para definir los modelos que la definen. No es el fin de la historia o de las ideologías, como algunos –con miedo- aseguran. Es el inicio de pensamientos y diálogos más diversos, más plurales, menos dogmáticos. La entropía manda el caos antes del nuevo orden.
El mundo actual, en constante movimiento y tensión, ya no se resuelve en los extremos del pensamiento. (En realidad nunca se ha resuelto allí, porque el tema de fondo ha sido siempre el poder). El mundo se resuelve en las acciones que tocan, día a día, la vida de la gente. Su hambre, su sed de conocimiento, sus ganas de ser feliz. Hoy, más que nunca, se quedan cortas las clasificaciones y mapas que se insisten en hacer, con el fin de ordenar a una sociedad compuesta de seres múltiples, en entornos cambiantes. Un amigo, que algunos clasifican como millenial, se ve a sí mismo como de izquierda liberal. Otra amiga que roza los 50 años se ve como socialdemócrata; un amigo de 25 años se concibe de derecha “progre” y otra de la misma edad, “solo de centro”. Todos empujan una misma causa hoy: la justicia. Muchos más dicen que no tienen ideología porque no les gustan las izquierdas o derechas que conocen (que conste que todos tenemos ideología propia o seríamos macetas; la ideología política es solo una parte de nuestro bagaje de ideas). Y hay gente mayor hablando de izquierdas rosa y derechas lila porque se defiende; y hay gente que defiende el viejo orden de ideas polarizadas, no porque haya leído mucho, sino por una cuestión de clase, de conveniencia o por lo que le tocó vivir.
Y acá me voy quedando. La guerra dejó a muchos sin madres, sin padres, sin hermanos o hermanas, sin familias completas. En toda Guatemala. Desde los secuestros y asesinatos puntuales, hasta las 626 masacres sucedidas en el interior, hay miles de familias afectadas de manera directa. Y duelen tanto los huérfanos capitalinos como los del área rural. Y sienten tanto las madres de la ciudad como las viudas del campo. Esa guerra nos cruzó el cuerpo de distintas maneras.
Pero la justicia que se pelea hoy en el espacio legislativo ya no tiene que ver con aquella guerra. La guerra está en el pasado, la justicia en nuestro futuro. Y lo imposible llega a veces, cuando se junta gente de todos los sectores, y junta, le apuesta a lo imposible.
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