PLUMA INVITADA

Secuelas educativas después de 40 años

César Augusto Sagastume

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En febrero siempre recordaremos que el territorio nacional fue afectado por un movimiento telúrico que transformó el área geográfica, la cosmovisión y el comportamiento humano en el ámbito social, político, económico, deportivo, cultural y, por consecuencia, también el educativo.

Muchos de los edificios escolares fueron destruidos, lo que provocó que el sistema educativo se viera afectado, porque de ahí en adelante la tarea era reconstruir lo que la fuerza natural de ese sismo había destruido.

Los horarios de clases se rompieron y la jornada de trabajo educativo presencial de ocho horas diarias, complementadas con el trabajo educativo que se hacía los sábados, ya que los estudiantes eran atendidos con esmero y dedicación en el ámbito escolar, pretendiendo alcanzar los objetivos de enseñanza que estaban enmarcados en los programas.

Ese fenómeno tuvo como consecuencia que se cambiara ese horario de trabajo docente y se establecieran jornadas de una a tres horas, a lo sumo cuatro, lo que determinó que la atención a los estudiantes ya no fuera efectiva para su formación integral —competencias—.

Esta medida estuvo vigente durante varios años, mientras se lograba la reconstrucción de muchos edificios escolares destruidos. Por esta causa se estableció lo que ahora se conoce como jornada única, cuatro horas de actividad educativa, con el agravante de que en la actualidad no se completan los tan ansiados 180 días de clases.

En alguna medida, esta disposición favoreció a los trabajadores de la Educación, con lo que quedó establecido un pacto laboral que hasta ahora está vigente, sin poder retomar la idea de maximizar el tiempo de horas trabajo en el aula para mejorar la calidad educativa.

El tiempo de trabajo presencial en docencia es necesario para complementar la formación de valores, disciplina de trabajo, práctica de actividades recreativas, sociales, culturales y deportivas, que motiven al estudiante a “aprender haciendo” o “aprender a hacer”, lo que permita alcanzar las competencias que se requieren en el Currículo Nacional Base que ha venido impulsando el Ministerio de Educación.

Agregado a lo anterior se implementaron programas educativos que ahora se conocen como plan fin de semana y jornadas mínimas de trabajo, en los cuales se requiere que los estudiantes que asisten a estos sean autodidactas, lo que la Unesco denomina pilares de la educación, y uno de ellos es “aprender a aprender”.

Cuarenta años después de aquella catástrofe, vale la pena hacer un alto en el camino y tomar en cuenta esta variable que al momento se debe evaluar y reorientar, buscando alternativas, sin descuidar el informe de Delors denominado “La educación encierra un tesoro”, y trabajar con disciplina la formación de autodidactas.

checharin.sagas@yahoo.com

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