Sepulcro vacío, tarea cristiana

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Pero también se refería el lamento del papa Francisco al “dar poco eco” activo al significado de la Pascua en la acción de los cristianos en el mundo.

En efecto: originada en el ambiente pastoril y agrícola de pueblos muy sencillos, definida incluso hoy calendáricamente por la “luna nueva”, la celebración nómada y luego sedentaria de la “pascua” como momento de germinación de siembras, de nacimiento de criaturas del ganado, estaba llamada a preparar la comprensión del acontecimiento más grande en la historia de la humanidad: el “paso” de superación del mal, de la muerte, del caos, por aquel que, resucitado de entre los muertos, habla hoy mediante un signo irrefutable: un sepulcro vacío.

Sí, la Pascua es el inicio de una nueva etapa en la historia de todas las generaciones humanas. Ya su mismo nombre lo indica: producto de una variante del término hebreo “pésaj” o “paso” que se convirtió en “pascua”, equivalente a “avance, movimiento hacia adelante”, la celebración pascual alude a una acción profunda en dos aspectos: 1) Como acción ante todo de Dios, que cambió la historia de modo extraordinario, potente, como nunca antes: más que la vuelta a la vida de un condenado injustamente, de otra víctima de la violencia, la “resurrección” de su Hijo es la respuesta al poder del mal, a la fuerza de las potencias negativas del universo.

El sepulcro vacío —¡tan atacado por la crítica atea de todos los tiempos!— no testimonia el “robo del cuerpo” del ejecutado en la cruz, o que “no estaba muerto en verdad y que se levantó de pronto”, sino que expone lo que ninguno de los enemigos del Cristo quiso aceptar de su predicación: que el bien, la verdad, la justicia, y sobre todo el amor, son invencibles, no como “ideas”, sino como aquella persona que las encarna en sí mismo, Jesús, el Hijo de Dios.

2) En cuanto a la acción/tarea de la “fe” de los cristianos: ellos no pueden resignarse a las “tumbas” como destino final de cada existencia. No pueden aceptar pasivamente una “cultura de muerte”: ni permaneciendo pasivos ante las ideologías que atacan la vida desde su concepción y desprecian su fin natural, ni ser indiferentes en sociedades que van perdiendo la sensibilidad y capacidad de reacción frente a las muertes abundantes, sobre todo de jóvenes. Los que “creen en el sepulcro vacío” como argumento del triunfo de la Vida (con mayúscula, pues es la persona de Jesús), están llamados a prodigar intensamente una “cultura de la vida” o más bien del “amor” en términos del próximo “San Juan Pablo II”. El cristiano con gozo señala ese sepulcro vacío como acción de Dios, y lo asume como meta, no del puro esfuerzo humano, sino de la asociación con la acción de Dios, para que todos llegue con mucha alegría la comprobación del anuncio del ángel: “No está aquí, ha resucitado”.

ESCRITO POR:

Víctor Hugo Palma Paul

Doctor en Teología, en Roma. Obispo de Escuintla. Responsable de Comunicaciones de la CEG.