Silencios cómplices y malas palabras
Pero muchísimos de ellas y ellos en todo el planeta, la pasan muy mal en la navidad, porque la pasan muy mal el resto del año. Muchísimos hijos de alcohólicos la pasan terrible en navidad; luego de las doce, la niñez abandonada o abusada vuelve a su impotencia frente al mundo adulto que la condena; los niños y niñas que no tienen comida o que sólo la tienen ese día recuerdan más su hambre en navidad; y las niñas y jóvenes esclavizadas o abusadas sexualmente por extremistas de Irak o machistas de Guatemala, viven mucho más su soledad y su adultez forzada cuando llega navidad.
En la misa de la Natividad, ante una multitud de unos cien mil fieles, el Sumo Pontífice condenó la violencia en general, y la violencia contra los niños y las niñas en particular. Aludió a los “niños masacrados bajo los bombardeos, incluso donde nació el Hijo de Dios”, y dejó en abierto la referencia a Israel o Palestina. Condenó que tantos niños y niñas sean víctimas de la trata de personas y habló de la “persecución brutal” de cristianos en Irak y Siria por el grupo del Estado Islámico (EI). Habló de la violencia en Nigeria, Ucrania, Liberia, Sierra Leona y Guinea, y lo que más llamó la atención fue la alusión a “nuestro silencio cómplice” en cuanto al abuso y la explotación infantil. Importante mensaje de una figura con tanto peso político en el mundo.
Por cierto, Jilan, una joven yazidí del norte de Irak, sólo tenía 19 años cuando se suicidó recientemente. Prefirió eso, a ser violada y usada como esclava sexual, por yihadistas del grupo EI. Estos extremistas sunitas han tomado a la fuerza varios territorios al norte de Irak, incluido Sinjar donde viven los yazidíes y, además de asesinar, decapitar o crucificar a miles de “herejes”, violan y secuestran a las niñas y jóvenes mujeres.
Muchas de ellas prefieren quitarse la vida antes que permitirlo. No es una, son cientos y miles de niñas, adolescentes y jóvenes las que viven esto cada vez que se activa un conflicto en el mundo, sin importar si es navidad o no.
Así que pensándolo mejor creo que lo que me hace más ruido en estas fechas no es la relación entre la niñez y la celebración del nacimiento de aquél niño nacido en un pesebre, sino los silencios cómplices de millones de personas adultas que sostienen un orden que condena la esperanza de la humanidad. En este tiempo, para muchas personas las malas palabras son la pobreza, la violencia, el hambre, la tortura, la violación, la esclavitud, los maltratos o los golpes. De eso no se habla en navidad porque hay que ser muy amargados para despertar la conciencia en la “época más linda del año”. Nadie quiere en sus mesas la tragedia y el dolor y eso lo entendemos todos, pero si no situamos a la niñez el resto del año en el centro de todas las agendas sociales, económicas y políticas del mundo, siempre habrá un ruido extraño colándose entre las campañas y los villancicos de navidad. No saldrá en las pláticas, pero estará allí, en el lugar que se llama conciencia, donde quiera que ésta quede.
Por ahora, la “mala palabra más mala” en este tiempo es “realidad”, y no ha de pronunciarse. Porque para quien quiera verla de frente, es muy dura y compleja para millones de niñas y niños de todo el mundo. A mí tampoco me gusta llevar a mi mesa temas que duelen y sacuden. Pero vivir en este mundo donde somos todos tan pequeños, apenas polvo estelar, necesariamente me convoca a ver a mi alrededor. Y no olvidar. Quizás por eso elevamos al cielo tanto fuego artificial, para que el ruidito no se escuche.