MIRADOR
Testamento en vida para Pablo
Durante los últimos meses de 2018 chofereé a mi hijo de 16 años al trabajo que buscó como vacacionista en horario de
5 a. m. a 3 p. m. Me causó gran impresión y mayor orgullo que estuviera puntalmente listo a las 4.30 a. m. Durante el silencioso trayecto de madrugada y entre las cabezadas que iba dando por el cansancio y el madrugón, lo miraba y pensaba en el país que le iba a heredar.
La preocupación se acrecentaba diariamente cuando leía —entre otras muchas— noticias sobre sindicatos que depredaban fondos públicos, repartían hornos microondas entre sus afiliados o pactaban alzas salariales y horarios reducidos de trabajo para empleados públicos. Cómo la SAAS gastaba de nuevo dinero para adquirir poporopos o se nombraba diplomática en Seattle a la hermanastra de una diputada, cuya credencial más destacada es “pintar el pelo primorosamente”, similar al currículum del cónsul en Barcelona, hijo de la vulgar y rabisalsera de Vea Canal y, curiosamente, única “periodista” invitada por el Gobierno cuando se trasladó la embajada a Jerusalén.
Busqué en el diccionario la palabra más apropiada para esas conductas y encontré podrido: “Dicho de una persona o de una institución: corrompida o dominada por la inmoralidad”, y exclamé: ¡Claro que estamos podridos! y el actuar obsceno de políticos y personajes mafiosos lo evidencia continuamente. Gobierno lleno de podredumbre que oculta y protege a personajes acusados de parricidio, asigna millonarias cantidades a amigos contratistas, gasta dinero público en lujosos caprichos presidenciales de marca o derrocha los escasos recursos disponibles. En el que hay ministros que contratan a las madres de sus hijos —¡Sí, en plural!—, destrozan la cúpula policial para que la institución sirva a particulares intereses y puedan controlar la justicia y hacer lo que les venga en gana o asignan altas cantidades para pagos extraordinarios y camuflados al presidente mejor remunerado de América Latina. Diputados penalmente perseguidos y personajes huidos de la justicia que desde perfiles falsos manejados por pagados netcenteros o con vítores en redes de desquiciados y aburridas, se llenan la boca de patriotismo y hablan de “mi país” o “mi gente”, prepotentes posesivos con los que pretenden seguir manipulando a su antojo a una casta “inferior”. También, y lamentablemente, grupos de ciudadanos que con su silencio —o aplauso, que de todo hay— mantienen esta situación para que las cosas no cambien y sigan en su zona de confort.
Camino al trabajo de Pablo, lo miraba y veía dormitar a un muchacho de 16 años recién cumplidos, mientras me preguntaba cuántos como él igualmente llenos de ilusiones, espíritu y fe sueñan todos los días con un país sin gentuza, sin inmorales, sinvergüenzas ni extremistas que matan las esperanzas de salir del autoritarismo, la criminalidad organizada, las mafias, el dedo embarrado de quien otorga concesiones, empleos y puestos públicos o la perversidad de quienes anualmente se roban los fondos estatales. En esos fríos días me prometí que, sin importar lo que costara, Pablo —como muchos otros— tendría un mejor futuro en Guatemala —como se merecen— porque no voy a consentir que nadie, absolutamente nadie, mate la pasión de esos jóvenes ni apague luces de esperanza que veo brillar diariamente. El oscuro y nefasto horizonte de ahora no puede seguir siendo permanente y único ¡No hay derecho a que charlatanes inescrupulosos ni golpistas cobardes, destruyan una sola generación más!
Dicho esto —que usted puede compartir conmigo como propósito del año si lo desea tenga muy feliz 2019, súmese a luchar activamente contra la corrupción y medite su voto para sacar a este país de la descomposición crónica que padecemos.
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