LA BUENA NOTICIA
Testigos de la verdad
La Iglesia, con la fiesta de Cristo Rey, llega al final del año litúrgico, cerrando así un ciclo más de su larga historia. Entre luces y sombras, ha buscado ser fiel a Jesús de Nazaret y solidaria con los gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los hombres y mujeres de cada tiempo, sobre todo de los empobrecidos y sufridos, pues “nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón”.
Concluye el año contemplando a Jesús como “testigo de la verdad”, que dialoga con Pilato, representante del imperio más poderoso de la tierra en ese momento. En ese diálogo elaborado por el evangelista Juan se muestra un Pilato interesado en conocer la verdad que hay en aquel hombre humillado y maltratado en su dignidad, y le pregunta: “¿Eres tú el rey de los judíos?”.
Jesús responde con dos afirmaciones claves. La primera: “Mi reino no es de este mundo”. Jesús no es rey al estilo que Pilato imagina ni como están actuando hoy los traficantes de armas y las naciones más poderosas sobre Medio Oriente y en tantos otros puntos de conflicto en el planeta. Jesús no pertenece a ese sistema en el que se mueven los señores de la guerra, sostenido por la injusticia, la impunidad y la mentira. No se apoya en la fuerza de las armas para equilibrar sus economías como hacen hoy las potencias. Jesús tiene un fundamento completamente diferente. Su realeza proviene del amor de Dios al mundo.
En la segunda afirmación define su identidad: “Soy rey… y he venido al mundo para ser testigo de la verdad”. Es en este mundo donde quiere ejercer su realeza, pero de una forma distinta. No viene a gobernar como Bush y sus secuaces, ni como la OTAN y el Pentágono, con intrigas, mentira y opresión, sino a ser “testigo de la verdad”, introduciendo el amor y la justicia de Dios en la historia humana, y apostándole a la paz y la fraternidad entre las personas.
Esta verdad que Jesús trae consigo no es un discurso dogmático o filosófico, más bien es una verdad capaz de transformar la vida de las personas, pues él es la verdad. Lo había dicho mientras formaba a sus discípulos: “Si se mantienen fieles a mi palabra… conocerán la verdad y la verdad los hará libres”. Ser fieles al evangelio de Jesús es una experiencia maravillosa que conduce a una verdad liberadora, capaz de darle el verdadero sentido a la vida, humanizándola plenamente.
Por eso, la fiesta de hoy nada tiene que ver con triunfalismos de otras épocas que algunos todavía añoran, pues al contemplar al “Mártir del Gólgota”, admiramos a los “crucificados de la historia” y a las víctimas de potencias y facciones guerreristas que van dejando millones de heridos en las cunetas de los caminos, en las grandes urbes y en los desiertos del mundo.
Para ellos la Iglesia ha de ser samaritana y misionera, pobre y para los pobres; una Iglesia del lado de las víctimas, volcada totalmente a las causas del Reino para hacer posible ya, desde la realidad guatemalteca, “el reino de la verdad y de la vida, reino de la santidad y de la gracia, reino de la justicia, del amor y de la paz”. Servidores de la verdad en este reino de la impunidad, es un desafío para los guatemaltecos.
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