CABLE A TIERRA

Un texto baladí

Soy de esas personas que andan siempre con la casa a cuestas; ya he perdido la cuenta de las veces que me he mudado desde que me independicé del hogar familiar. Las mudanzas no me amedrentan: Es lindo recrear el hogar donde sea que se tiene que estar. Por razones de trabajo, este rasgo tan característico de mi vida se acentuó en los últimos dos años. Me tocó hacer tres mudanzas en el lapso de año y medio, y durante tres meses más vivir con la ropa en maletas, compartiendo el hogar de amigos o de la familia. ¡Creo que exageramos un poco esta vez!

Llevamos poco tiempo instalados en lo que es ahora nuestro nuevo hogar. Luego de unas semanas de intenso trabajo, nadie imaginaría que no hemos vivido acá al menos 20 años: los muebles, los cuadros, las libreras, las fotografías, todo lo que nos recuerda quiénes somos y de dónde venimos han encontrado su lugar en nuestro nuevo refugio. ¿Por cuánto tiempo? ¡Nadie sabe! El caso es que tanto ajetreo los últimos meses nos ha quitado las ganas de “salir” esta Semana Santa. Nuestro sueño más preciado es quedarnos en casa, disfrutar de la ciudad y calles cuasi desiertas, alejados del bullicio y las multitudes de la época. Nuestros quehaceres y entretenciones de la temporada se resolverán todos a lo interno de estas paredes; pijamas como segunda piel. La palabra de moda esta semana será la modorra; esa delicia que queda luego de la siesta larga en el sofá de la sala.

Este año, en particular, queremos las tradiciones de la época que sí disfrutamos y no hemos vivido los últimos dos años: la casa inundada con el olor del corozo, las manos embarradas con jugo de mango, sandía, marañones y jocotes que se antojan para la refacción. Invitar a los amigos a la casa, amables conejillos de indias para mis limitadas habilidades culinarias; disfrutar del pescado seco con curtido el Jueves Santo. Sumergirme en el silencio.

Lo único que será capaz de convocar mi laboriosidad estos días será el bacalao; uno de los dos maravillosos platillos tradicionales que convocan anualmente la reunión del clan familiar. Torrejas y molletes como postre. Mi tía, que hace el mejor bacalao del mundo, ha girado ya la invitación al clan para el convite de Viernes Santo. Nos preparamos con ayuno. ¡No se vale no tener espacio suficiente para tremendo manjar!

¡Pero no todo será comer y hacer siesta estos días! Transcribiré notas, pondré al día correspondencia, compartiré con amigos, escribiré lo que nunca tengo tiempo de escribir. A mi ritmo, sin presiones de tiempo por citas o reuniones a horas convenidas que no se cumplen nunca, simplemente porque el tráfico no deja.

Siempre me ha pasado que los mejores momentos para escribir son cuando tomo vacaciones. Mis hijos dicen que no hay mucha diferencia entre mi vida esos días y la de cuando estoy trabajando. Les contesto que es tal vez porque tengo el enorme privilegio de disfrutar lo que hago, que no tengo necesidad de romper abruptamente con mi cotidianeidad en épocas de feriado, ni enajenarme tampoco con fiestas, alcohol y ruido que anulen mi sentir. El derecho al ocio y a la recreación no destructiva son privilegios en sociedades como la nuestra. Más allá de Semana Santa y las fiestas de fin de año, los guatemaltecos tenemos pocos períodos de vacaciones largas que permitan recargar las baterías para afrontar una cotidianeidad tan violenta, tan intensa y llena de incertidumbre como la que vivimos. Por eso, hoy opté por un texto baladí; compartirles un retrato de mi ocio e invitarles a recuperar y ejercer estos próximos días su sagrado, ancestral e imprescindible derecho a la modorra. ¡Feliz descanso!

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