SIN FRONTERAS
Una carta al industrial, al agremiado
No puedo pretender decir que te conozco. Ni, remotamente, atreverme a explicarte, describirte. Como si supiera cómo vives, de dónde vienes o hacia dónde guías el futuro que tu familia vivirá. Te ves un buen tipo, y cuando te he visto en persona, platicas afable, casi con un tono familiar. Pero hoy, nuevamente, en este momento, en nombre de tu gremio, de tu casta empresarial, has colocado tu apellido, tu figura, tu poder, en punto preponderante de apoyo a un presidente que no sabe más que andar en fangos peligrosos, en oscuros laberintos, que conducen al perjuicio de un pueblo que es sufrido. No puedo pretender explicar tus causas o motivos; describir lo que te mueve. Pero sí compartir contigo un poco sobre lo mío; mi presente, y hacia dónde busco que llegue mi familia. Lo que es relevante para muchos, pues somos —cada uno en su posición— los que compartimos calle. Verás que nos hemos hecho esperanza de un país cívicamente equitativo y transparente. Y combatimos un desasosiego colosal, una pena y temor sobre el futuro que dejaremos a nuestros hijos, en este pequeño lugar, donde nos tocó vivir.
Apoyamos el cambio propuesto por Cicig, pues —para decirlo en palabras cortas— no nos queda más a dónde ir. Los puntos cardinales nos están cerrados. Clausurados, el migrante y refugiado, llevan colocada la etiqueta de indeseables. Una condición que a ti pueda que te cueste comprender en su entera dimensión. Déjame compartirte una experiencia, y verás el punto de vista. Recién hace unos días platicaba en tertulia entre un grupo afortunado. Compartían sobre los diferentes países de donde sus familias tienen pasaporte. Unos lo tenían europeo, por ascendencia del viejo continente. Otros de Estados Unidos. Así, resultó que todos —menos yo— tenían ciudadanías alternas a la chapina. Y fue revelador, cómo todos —menos yo— coincidían también en desear la salida del país de la Cicig. Ya te digo, era gente afortunada, que como muchos de su clase tiene recursos para un blindado; para un gorila armado, que les proteja por la calle; para décadas de comodidad, en caso de un tropiezo en la economía; y en último caso, para salir del país, hacia Miami u otros lados, si acaso lo desean. Su anclaje al país, distinto al mío. Su necesidad por mejorar las condiciones del país, distinta a la mía.
Tuviste acceso a estudios, y has viajado por el mundo. Has de comprender que nuestro entorno es impropio para que la mayoría desarrolle su potencial. Y para ver que —con razón— nos miran desde fuera como cavernarios. Constructores permisivos de una república de privilegios, donde reina la comodidad de una inaceptable minoría. Situación insostenible, donde el pueblo en masa ve hacia otros mundos, hacia donde necesita escapar. Conoces lo suficiente para aceptar que existe un consenso mundial, que ve las acciones de Cicig como una única alternativa para edificar un Estado incluyente. Pero ha de ser complejo estar en tu posición tan singular. Heredero de una estirpe, te vi, el viernes en video, frente a los marcos de fotografías de pretéritos dirigentes industriales, aceptando, —digamos— respaldando a Jimmy Morales, en su criminal intención de terminar el único prospecto de cambio que han visto nuestros ojos para esta querida tierra.
Te escribo hoy a ti, pues al ver antier la invasión militar en el Salón de las Banderas pensé que nadie —ni siquiera Morales— sería tan temerario si no tuviera respaldo consensuado con sectores de poder. Y luego apareciste, en video, “respetando��� la decisión presidencial, no solo de terminar con Cicig, sino de presentarse ahí con la milicia. Aceptaste la imposición por los fusiles de una medida que —en todo caso— debiera ser civil y democráticamente decidida. Insisto en que no puedo pretender explicar tus motivaciones. Pero sí compartirte que te colocas en contra del interés de millones de familias como la mía. Que sin privilegio, ni prebenda, trabajamos día a día, añorando un país libre de armas, más seguro, más libre y más propicio para que lo disfrute la mayoría.
@pepsol