PUNTO DE ENCUENTRO
“Vivas, libres, sin miedo”
Los femicidios son la expresión extrema de la violencia machista. En Guatemala se cuentan por cientos desde hace una década. En 2015, 766 mujeres fueron asesinadas y en lo que va de este año la cifra alcanza las 565. Cuando el asesinato de una mujer se cataloga como femicidio es porque se cometió por su condición de mujer, así lo establece la legislación nacional que también creó los juzgados especializados para atender los casos de violencia de género.
Pero los femicidios no ocurren de manera aislada ni se dan por un ataque de locura del agresor. La violencia contra las mujeres es producto del patriarcado, un sistema de dominio que está? basado en la supremacía de los hombres y lo masculino, sobre la inferioridad de las mujeres y lo femenino, como explica la periodista feminista Rosalinda Hernández Alarcón.
El sistema patriarcal alienta y justifica el machismo. En Guatemala prácticamente desde que nacemos nos vemos inmersos —mujeres y hombres— en prácticas que fomentan la desigualdad, le otorgan espacios de poder y control a los hombres y relegan a las mujeres al espacio privado. Los estereotipos y los roles aceptados como normales nos acompañan a lo largo de la vida. Así las mujeres somos consideradas objetos en propiedad, y por eso nuestros cuerpos pueden ser violados, torturados, manoseados, vendidos y comprados.
La violencia contra las mujeres se da en casi todos los espacios. En países como el nuestro, son casi inexistentes los lugares en los que una mujer se puede sentir segura, porque las prácticas machistas son aceptadas como naturales. Caminar por la calle, por ejemplo, conlleva soportar miradas lascivas, comentarios con alto contenido sexual y manoseos; situaciones a las que un hombre rara vez tiene que enfrentarse.
Los embarazos de niñas y adolescentes nos hablan también de cómo en sus propias casas las mujeres están inseguras. Las violaciones por parientes o amigos de la familia ocurren de forma cotidiana y además de las enormes secuelas que supone una violación sexual y un embarazo forzado, las sobrevivientes tienen que cargar con la culpa de lo sucedido, porque la lógica machista supone que es la víctima la culpable de lo que le ha ocurrido.
Pero la violencia de género también se expresa de formas más sutiles y hasta invisibles. El mismo comportamiento entre un hombre y una mujer se juzga de manera completamente distinta dependiendo de quién se trata. Un hombre es firme y una mujer es necia, un hombre es valiente y una mujer insensata, un hombre es decidido y una mujer es histérica. Un ascenso el hombre lo consigue por capacidad y una mujer por acostarse con el jefe… y así podríamos seguir enumerando un sinfín de situaciones en las que a la mujer se le desvaloriza y se le encuadra en el peor de los estereotipos.
La reacción de un grupo de personas en contra de Lucía Samayoa, la estudiante de 19 años que desapareció y luego fue encontrada en Izabal, así lo demuestra. En lugar de una alegría generalizada porque apareció con vida, las redes sociales se llenaron de descalificaciones, burlas, acusaciones y chistes grotescos. Esa misma lógica despreciable y absurda que se utilizó contra las mujeres de Sepur Zarco, sobrevivientes de violencia y esclavitud sexual, a quienes se les acusó de prostitutas durante el juicio.
Por eso tiene un enorme valor que en un país como el nuestro, mujeres diversas hayan salido a las calles a exigir que ninguna mujer más sea asesinada, ultrajada, desaparecida, abusada, humillada o descalificada. Porque #VivasNosQueremos unimos nuestras voces y nuestras plumas para que no haya #NiUnaMenos.
@MarielosMonzon