FAMILIAS EN PAZ
Viviendo de prisa
Estamos por concluir el onceavo mes, la recta final del año. Cuando era niño pensaba que el tiempo pasaba muy lento, ahora de adulto siento que la vida se va tan de prisa.
Mi generación fue testigo de la llegada del Internet y con él las comunicaciones ágiles y globales. El Pacman se convirtió en una reliquia comparada con los juegos electrónicos de hoy, tan reales e intensos que hacen de los niños verdaderos autómatas para responder a la velocidad del juego.
Atrás quedó el tiempo cuando a la caída del sol salíamos a jugar con los amigos de la cuadra y nuestros padres a disfrutar de una simple conversación, viéndonos jugar. Aquellos días en que caminábamos hacia el río para nadar o pescar fueron sustituidos por agobiantes jornadas de trabajo llenas de planes, estrategias y presupuestos, por el ritmo de vida acelerado que nos impone el sistema consumista. De tener el control de nuestro tiempo, nos hemos vuelto sus esclavos.
Vivimos de manera apremiante, hemos creado un patrón de conducta obsesionados con la respuesta inmediata: en el autoservicio, en la entrega a domicilio, en una llamada telefónica, hasta para seducir y amar tenemos prisa. Procuramos hacerlo todo buscando la mayor productividad y eficiencia; una vorágine que ha permitido avances significativos en la ciencia. Hoy la medicina lo puede curar casi todo, menos el vacío del alma y la necesidad profunda del ser humano de sentirse amado. De dolencias físicas hemos pasado a enfermedades psicosomáticas causadas por el estrés.
Lo paradójico es que al vivir de prisa nos desenfocamos, gastando nuestra fuerza en lo que no es importante. Afortunadamente, Dios en su infinita bondad y sabiduría dejó en su creación cosas que no podemos cambiar, obligándonos a ser pacientes y a disfrutar los detalles que pasamos desapercibidos: la salida y la puesta del sol, el proceso de gestación de un nuevo ser, el cauce de un río, el tiempo en que las hojas del árbol se caen.
Hemos dejado de valorar los momentos de placer que da la vida: el hecho de estar vivo, despertar en compañía del ser amado, sentir el abrazo de tus padres o tus hijos, contemplar el cielo, caminar por el bosque o disfrutar de una buena conversación.
Necesitamos detenernos para conectarnos con lo que verdaderamente es importante: lo espiritual, esa necesidad de buscar a Dios, de reconocer nuestra dependencia a su amor y misericordia. Esta realidad espiritual innegable, la veremos de frente cuando exhalemos nuestro último aliento de vida y estando allí, no podremos recurrir a lo productivo que fuimos, a la prisa que tuvimos, a los éxitos alcanzados o a cuánto acumulamos, sino en quien pusimos nuestra confianza.
Hoy tenemos la posibilidad de contemplar su grandeza, de meditar sobre lo infinito del universo y de la limitación humana, para llegar a comprender que fuimos creados para la vida, para el gozo en la comunión con el Creador por medio de su Hijo Jesús.
No olvidemos que vivir de prisa no es vivir, sino sobrevivir.
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