La voz de Mayra
a los del resto del país con conflictos de tierras, pobreza extrema, narcotráfico y la violencia de género como una de las marcas más profundas y difíciles de transformar en esta sociedad.
Mayra Coc Cacao nació en Alta Verapaz. Su infancia y adolescencia han transcurrido en este ambiente tan poco amigable hacia sus esfuerzos por abrirse camino, pero que no ha logrado acallar su voz ni detener su avance en la conquista de un espacio de expresión propia. Los estereotipos capaces de paralizar las iniciativas de muchas jóvenes en pos de un mejor futuro no han logrado intimidar a esta niña-mujer llena de entusiasmo y determinación.
“Solo con educación se puede lograr el desarrollo de las niñas”, afirma Mayra repitiendo la premisa fundamental de cualquier sociedad civilizada, un axioma aparentemente ignorado por las autoridades de un país que niega —a la población más necesitada y más joven— la oportunidad de tener acceso a una educación de calidad y una alimentación básica que le permita hacer pleno uso de sus facultades.
Son estos ejemplos de liderazgo juvenil los que se deben promover si existe alguna voluntad de cambiar la realidad del país. La indiferencia y la discriminación solo demuestran la escasa comprensión de los mecanismos de desarrollo para una nación en franco retraso con respecto a sus pares del continente, sobre todo en los temas cruciales de desarrollo humano.
Presente en la Cumbre Global para poner fin a la violencia sexual en situaciones de conflicto y gracias al apoyo de Plan Guatemala, Mayra tuvo la oportunidad de intercambiar experiencias con otras adolescentes de su edad procedentes de diversas naciones en desarrollo, en un evento al cual asistieron ministros de más de cien países para trabajar durante cuatro días en la búsqueda de fórmulas que pongan fin a estos crímenes atroces y permitan encontrar los mecanismos para perseguir a los victimarios.
Son muchas y variadas las muestras de liderazgo juvenil en Guatemala. Mayra es una más entre las lideresas cuyo trabajo comienza a dejar huella en sus comunidades y a generar un impacto duradero entre los grupos de niñas y adolescentes que viven en su entorno. Pero son muchas más las que se necesitan para cambiar las condiciones y la calidad de vida de las familias, transformando los prejuicios que actualmente condenan a la generación del cambio a una vida sin proyección alguna. Para ello, es vital ofrecerles las herramientas que solo una educación de calidad es capaz de brindar.
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