LA ERA DEL FAUNO

Yo soy Dámaso

Juan Carlos Lemus @juanlemus9

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De cómo las intenciones cambian según las circunstancias. De cómo nos volvimos tarántulas. No usted y yo, sino algunos poetas y yo que no lo soy, pero lo he intentado.

¿Qué sucede al ser humano que de simpático niño pasa a terrorista? Salta de la cuna hacia la tumba trazando un arco de maldad.

Las injusticias alteran los planes del adolescente que quiere comerse al mundo. Tanto nos han robado, tanta es la mentira, el oprobio de ser gobernados como si fuésemos cosas amontonadas dentro de un costal, cosas que lo mismo sudan que tiemblan de frío, que los cantos se vuelven graznidos; el amor, desprecio, así en el hogar como en la sociedad, en el país o en el continente.

De joven, Dámaso Alonso escribió: “Hoy me miré al espejo, y luego dije:/ Alégrate, Dámaso, / Porque pronto vendrá la primavera,/ Y tienes veinte años”. Es el mismo Dámaso que, 25 años después, se lamentó: “Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres…/ A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro”. Entre un poema y otro están la Guerra Civil Española, la Segunda Guerra Mundial y sus muchos problemas personales. Motivos que cambian el rumbo. Los obreros no sabemos de poemas, los vendedores, las oficinistas, los desempleados, los periodistas no sabemos de poesía, ni tenemos por qué saberlo, pero sí sabemos de nuestros grandiosos planes trastocados por la injusticia.

Esta semana, el mundo entró en más crisis, intensificó su paranoia. Los atentados en París trajeron consigo el dolor de los previos bombardeos sobre Siria, Irak, Argelia, sobre cualquier territorio que suele pasar desapercibido. Mueren los inocentes gritando en árabe, en francés, en inglés o en español. Las víctimas somos siempre quienes vamos a las discotecas, los que leemos en la banca de un parque o acudimos un domingo al cine. Los responsables beben champán en hoteles cinco estrellas de París, Berlín, Moscú, en lugares exclusivos de Europa y Estados Unidos. Tales personajes cubren al mundo de sombras asesinas.

Teníamos planes más felices. Quedamos debajo, maldiciendo, contrariados, apenas comprendiendo el porqué de la inutilidad de los convenios internacionales y tomando partido desde nuestros pequeños bandos. Surgen los “Je suis esto y lo otro”, según la temporada. Mas cuando llega la noche, en la soledad de nuestro aposento reconocemos la inutilidad de las etiquetas. Otros tienen nuestro destino en sus manos. El cambio va de la oración a la blasfemia y de las flores a las maldiciones. Es la oscilación que va de las rimas hacia el verso libre que viaja esparcido desde el Gran Estallido Cósmico de la poesía.

Los versos dejan de ser esperanzadores y se vuelven cañones que liberan la energía interna. Y todos tenemos algo de Dámaso Alonso. O, al menos yo, diría que “Je suis Dámaso”, pero ese que escribe: “Y ha de llegar un día/ en que el mundo será sorda maraña/ de vuestros fríos brazos,/ y una charca de pus el ancho cielo,/ raíces vengadoras,/ ¡Oh lívidas raíces pululantes,/ Oh malditas raíces/ del odio, en mis entrañas,/ en la tierra del hombre!” (Antología de nuestro monstruoso mundo).

@juanlemus9

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