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Francisco Pérez de Antón: Sí hay que celebrar la independencia

En el libro "Y lograron sin choque sangriento" plantea una visión crítica sobre los motivos y circunstancias que llevaron a la emancipación política de España en 1821.

Francisco Pérez de Antón

Entrevista con Francisco Pérez Anton, Premio Nacional de Literatura Miguel Angel Asturias 2011 Foto Prensa Libre: María José Bonilla Fotografía: María José Bonilla Fecha: 05/08/2021

De joven quería estudiar literatura, pero sus padres le aconsejaron que mejor estudiara una carrera técnica. “Nada de letras y filosofía, ni derecho, y así fue como estudie para ingeniero agrícola, pero igual escribir ya era parte de mi vida, me encantaba leer y también crear relatos o ensayos”, cuenta Francisco Pérez de Antón, escritor, periodista, académico y economista de origen español.

Llegó a Guatemala en 1965, donde montó un pequeño negocio que lo involucró, finalmente, en la creación de los restaurantes Pollo Campero. A mediados de la década 1980, dejó el ámbito empresarial para dedicarse el periodismo y la docencia. Fundó la revista Crónica, que cerró en 1998. Desde entonces no ha parado de escribir novelas. Ha publicado una veintena de libros, de los cuales el más reciente es Y lograron sin choque sangriento, con motivo del bicentenario de la Independencia y con el cual afirma, contra corrientes que afirman que fue un pacto elitista, que sí hay motivo de celebración por este suceso histórico. “Es un episodio, rodeado de polémica y de otros sucesos que no concretaron lo que se pretendía, pero el Acta de independencia como tal expone todo un proyecto democrático y de derechos”, afirma Pérez de Antón con un café en mano en una mañana con amenaza de lluvia.

¿Cómo llega la literatura a su vida?

A los 12 años me mandaron a un colegio de frailes en Madrid. Un maestro pidió que hiciéramos un ensayo en clase en 15 minutos. Y el mío resultó el mejor. No me lo esperaba, pero pensé, hombre esto algo que yo puedo hacer. Fue una simple historia sobre los padres de familia. Cinco años después era la mejor pluma del colegio y salí pesando en estudiar letras.

¿Y estudió letras?

No me dejaron. Te vamos a dar estudios, pero no filosofía, ni letras; tampoco derecho. Estudié agronomía. Pero la literatura me acompañaba ya desde hacía años y lo seguiría haciendo. Escribía relatos.

¿Qué autores son sus grandes referentes?

Es difícil decirlo. Debo tener en mi biblioteca unos 15 mil libros, en dos cuartos. No puedo decir qué autores me marcaron o me influyeron. Todos me dan algo, y son muchísimos. Ahora si me pregunta qué autores me gustan más, eso es más fácil: Guy de Maupassant, Anton Chejov, en sus cuentos breves. Yo de joven no leía autores avant garde, vanguardistas, sino a los clásicos, y en lo que me habían incitado a leer en el colegio. A mí me gusta Alejandro Dumas o las aventuras que relata Emilio Salgari; era una época sin TV. Había cine, pero no siempre había con qué ir. Pero las novelas me hacían soñar, viajar, ver otros mundos. También me gustaba mucho la poesía de fray Luis de León o de José Zorrilla, el autor del Tenorio. En ensayo, aprendí de Ortega y Gasset y de Miguel de Unamuno.

¿Cómo era esa España en la que creció?

Existe una palabra: cutre. España era un país cutre. Pobrísimo, y pasamos muchas necesidades. Mi padre era militar, y yo viví mucho tiempo con unos tíos, porque mis padres se separaron. Mis tíos me dieron estudios, porque la situación era difícil. Hay un dato que nadie me lo cree: en los años 1950, el ingreso per cápita de los españoles era de 350 o 300 dólares, que era el mismo ingreso de Guatemala y Surcorea en aquel entonces.

- Francisco Pérez de Antón nació en Oviedo, España, en 1940. Emigra a Guatemala en 1963 y en 1965 obtiene la nacionalidad guatemalteca.- Es miembro de número de la Academia Guatemalteca de la Lengua y miembro de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala.- Pérez de Antón es ingeniero agrícola y licenciado en Economía por la Universidad Francisco Marroquín. A mediados de los años 1980 fundó la revista Crónica.- Desde 1998 se dedica de lleno a la literatura. Ha publicado libros como Un lugar llamado Quivira, El sueño de los justos, Callejón de Dolores, Los hijos del incienso y de la pólvora, La guerra de los capinegros, La corrupción de un presidente sin tacha, Memorial de cocinas y batallas, Chapinismos del Quijote.- En el 2011 recibió el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias.

Su más reciente libro —Y lograron sin choque sangriento— aporta una tesis alternativa, una visión distinta a la que usualmente se repite acerca de que los criollos urdieron la independencia mediante el plan pacífico, por conveniencia y para tomar el aparato productivo… ¿Es así?

Es una aportación muy modesta al debate a la Independencia y se suma a todas las publicaciones que aparecen por el Bicentenario. Yo no me invento nada. Pero creo firmemente que la historia no tiene una interpretación única. Tiene una interpretación plural. Es como el periodismo. Los hechos son sagrados, la opinión es libre. La historia es sagrada pero la interpretación es libre.

Existe una corriente de opinión o interpretación que se ha vuelto pétrea y que quiere ser la única e indiscutible. Todas las interpretaciones son aceptables y deben discutirse…

Esto ocurre en períodos hegemónicos de ciertos grupos, liberales o conservadores, que peleaban por contar su lado de la historia, pero quizá más debería ser un diálogo y no una secuencia de borrón y otra historia.

En efecto ha sido así, esta es una corriente que viene los años 1920 o 1930, que se mantiene inalterable, muy extendida y que exagera el poder de los criollos. El librito tiene como propósito rebatir esa interpretación a través de cuatro líneas, avenidas las llamo yo, de interpretación.

Por ejemplo, para esa corriente el interés económico priva mucho, pero el análisis político es fundamental. Nadie sin poder político podía hacer la independencia. Las élites criollas tenían poder económico y de cabildeo, pero también había otras instituciones, como la Iglesia, la universidad y, sobre todo, los militares. El poder político no lo tenían los criollos, lo tenían los militares, empezando por el capitán general Gabino Gaínza.

El gobierno borbónico era despótico. No había virreinato ni capitanía general sin un general a la cabeza. Se parece mucho a los regímenes militares que han abundado en América. Un empresario o un obispo podía llegar a pedir, a exigir, pero era el general quien decidía.

La segunda avenida de análisis es el poder político de las provincias. Es algo trágico, solo se ponen de acuerdo dos veces. El 15 de septiembre de 1821 y el 1 de julio de 1823. Desde antes de 1821 existían muchos resentimientos en contra de la provincia de Guatemala, que desde el paso de la capital al Valle de la Ermita ya no tenía el mismo poder. Eran 15 provincias en todo el Istmo y cada una con su modo de ver hacia la capitanía general. Las provincias querían independizarse de Guatemala tanto o más que de España. Súmele a eso Los Altos, León, Cartago, Chiapas, San Salvador. La Independencia saca ese resentimiento soterrado, y aparecen el divisionismo, el separatismo.

¿Cuál es el tercer elemento?

La conexión mexicana. ¿Dígame si acaso la opinión más extendida no es que las élites le pidieron a México la anexión? Pues no es verdad. Esto venía de antes. El Imperio mexicano, ya independiente, quería anexionarnos. En el Plan de Iguala, que es muy corto, no se declara la independencia de México, sino que se declara la independencia de la América Septentrional: un concepto geopolítico que abarcaba las colonias españolas de México, incluyendo estados que le pertenecían como California, Texas, Nuevo México, la isla de Cuba, la mitad de Santo Domingo, Puerto Rico y… Guatemala, entendida como el Istmo que conformaba la capitanía. No me lo estoy inventando, lo dicen cuatro o cinco historiadores mexicanos de primera categoría. Desde la firma del Plan de Iguala ya existe el propósito de anexionar a Guatemala. Es un acto imperialista de un emperador, Agustín de Iturbide. Este tiene un discurso amigable pero a la vez presiona. Es allí donde ocurre el apoyo de los criollos al Plan de Iguala.

Iturbide manda una carta a Gabino Gaínza, ya convertido en gobernante de Guatemala, y en el último párrafo dice: A tal efecto, su excelencia podrá tomar las decisiones que quiera y yo las mías… He enviado un ejército a la frontera de Guatemala con el propósito de protegerla. Dos meses después, da la orden de que el ejército cruce la frontera. No había mucho qué hacer.

Francisco Pérez de Antón

Así lo dijo

Francisco Pérez de Antón

“Lo doloroso es que tengamos que depender de los pobres que se han tenido que ir de Guatemala a EE. UU., y son ellos quienes mantienen la estabilidad macroeconómica... Es triste que los pobres sean quienes mantengan a los ricos”.

De hecho, el Acta de Independencia de Guatemala convocaba a una asamblea constituyente.

El acta del 15 de septiembre no es un acta patriótica. Es una ruta constitucional a seguir. Gaínza lo sabía. No podía declarar solo así la independencia, pero invitaba a las provincias a nombrar sus delegados, que se reunieran e hicieran una Asamblea. Y el Congreso se empezó a formar, pero para entonces Chiapas ya se ha unido a México, Los Altos también… Centro América ya está troceada y Gaínza solo tiene 585 hombres. ¿Qué orden podía imponer? De nuevo, no fueron los criollos los responsables directos de la anexión. Entonces, el libro que presento es un alegato acerca de que la propuesta avalada por Gaínza es una transición política. Si uno quita las telarañas de las ideologías y los intereses, uno ve una transición política, o el intento: se pasa del despotismo borbónico a un gobierno representativo, guste o no guste admitirlo. Como usted dice, está en el Acta. Vea, cuatro días después de la declaración de independencia, Gaínza lanza un manifiesto para convocar: vengan, reúnanse, hagamos la Constitución. Ello refleja el espíritu de la Constitución de Cádiz, y por eso es que Gaínza no dura, porque era republicano, y por ello Iturbide lo destituye. Además, a los criollos todo les sale mal. A Gaínza lo sacan, Vicente Filísola, su sucesor, no puede controlar nada, y a los criollos terminan expulsándolos, empezando por los Aycinena. Les va mal.

En 1824, cuando se funda la Federación Centroamericana, hay un reconocimiento de que fue un error la anexión, pero estalla dos años después la guerra civil centroamericana, pero es por otras rencillas.

Entonces, ¿por qué hay que celebrar el Bicentenario?

Cuando a mí me dicen que hay que rememorar pero no celebrar, están equivocados. Hay que celebrar porque es el mejor momento de la historia de Guatemala, es un momento fenomenal y vea: todos los países, aunque se hayan separado, celebran la misma fecha: reconocen que ese acta y ese acto fueron extraordinarios.

Usted habló de cuatro elementos… ¿cuál es el cuarto?

La transición política. Vea yo víví la transición de la era democrática en Guatemala y fue bastante difícil. La viví desde la prensa, y desde allí se trató de aportar. Había múltiples grupos de presión pero todos querían hacer solo lo que les interesaba. Imagínese aquel 1821. La Independencia estuvo bien, el Acta estaba bien, pero pasar del despotismo al gobierno representativo no se pudo manejar. Las provincias rebeldes destrozan el proceso y demembran a Centro América. Pero eso no fue por culpa de la Independencia, sino de otras etapas.

¿Qué es lo que más daño hace?

Yo vine a Guatemala en 1963, yo tenía 23 años. Venía de una dictadura en España, la de Franco y llegaba a una dictadura en Guatemala, la del general Enrique Peralta Azurdia. Se abren las elecciones, queda Julio César Méndez Montenegro, un civil después de muchos gobiernos militares o dictadores civiles. Pero después de él, más gobiernos militares.

Entonces, lo que más daño hace y ha hecho es el bonapartismo. No me estoy inventando nada, pero soy un lector asiduo. Esos militares mexicanos que firmaron el Plan de Iguala, de ellos seis fueron presidentes. Y lo mismo pasó con Simón Bolívar, con José de San Martín en el sur; ellos querían gobernar. Heredamos una idea de Napoleón Bonaparte: cuando la revolución francesa empieza a desmadrarse, lo que se dice que “hace falta es un hombre fuerte”, un caudillo, un líder. Es el espíritu bonapartista que todavía se sigue imponiendo 200 años después, y hay que salir de él.

Hay grupos que empujan a sus caudillos con este fin.

Pero para eso tenemos que fortalecer la representatividad política. Siempre se está hablando de las oligarquías y se identifica a las mismas personas como los que controlan todo, pero eso es una exageración. Hoy tenemos otras oligarquías, la del narco por ejemplo, que son unos pocos que mandan y pretenden gobernar desde las sombras. Eso está sucediendo. No se llame a engaño: el Cacif y otros grupos de presión han sido desplazados. Cuando yo llegué a Guatemala, el Cacif era importante, pero hoy no lo es igual. Porque el dinero de la política viene de otra parte.

¿Por dónde empezamos el cambio?

La educación es un punto de partida. La gente se deja llevar por regalos o mensajes moralistas, bonapartistas, pero debe dejar de hacer eso, tomar responsabilidad y dejar de esperar a ese “hombre o mujer fuerte”.

Pero, entonces, estamos igual o peor que en 1821, fragmentados, entre presiones y con bonapartismos…

Pero sí hay diferencia. Cuando el pesimismo aparece, yo digo que Guatemala tiene ahora un capital humano intelectual muy importante de profesionales. Yo siempre digo, ustedes no se acuerdan del año 1970. Había menos profesionales. Yo no encontraba veterinarios para producir carne de pollo. Hoy existen muchos especialistas, hay un estrato de médicos, de ingenieros, y de profesionales en muchas disciplinas. Allí hay esperanza.

Lo triste es que tengamos que depender de los pobres que se han tenido que ir de Guatemala a buscar trabajo a Estados Unidos. Es doloroso que sean los migrantes quienes equilibren la balanza macroeconómica y por tanto es doloroso que los pobres mantengan a los ricos.

Los cambios reales vienen del pueblo, pero también pueden venir de esa masa crítica de profesionales capacitados.

¿Cuál es su gran sueño?

Yo soy un hombre que tiene más pasado que futuro, mi único sueño en este momento (81 años) es poder mantener la salud todo el tiempo que pueda, mantener la ilusión por la vida: tener la salud y la cabeza en buenas condiciones para poder seguir escribiendo.

¿Alguna vez ha escrito poesía?

Soy muy malo, pero me gusta la prosa poética. Recuerdo un poema de Charles Baudelaire, poema en prosa extraordinario: Cada quien con su quimera. Va caminando el poeta por el desierto cuando ve una turba llevando encima de los hombros una quimera, ese animal mitológico que representa los imposibles, los ideales. ¿A dónde van?, les pregunta. No sabemos, pero seguramente vamos a un lugar bueno, porque no podemos dejar de andar y llevar la quimera.

Me gusta ese poema, porque nos describe: las universidades, los intelectuales, los guatemaltecos no tenemos el realismo político que necesitamos. Y seguimos transportando quimeras, cada uno con la suya y hasta se pelean, pero no se concreta ninguna y ese es y ha sido nuestro problema.

Sobre el libro

El ensayo Y lograron sin choque sangriento, publicado por editorial Sophos, se presentará próximamente en la Feria Internacional del Libro en Guatemala.

 

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