Revista D

La imprenta, arte y oficio de pocos

Francisco De la Rosa Sánchez es médico pero sabe muy bien que en una litografía se  puede plasmar mucho más que material de imprenta.

"Mis ancestros techaron el patio principal y ahí colocaron la maquinaria, la que aún puede observarse en el inmueble". (Foto Prensa Libre: José Luis Escobar).

"Mis ancestros techaron el patio principal y ahí colocaron la maquinaria, la que aún puede observarse en el inmueble". (Foto Prensa Libre: José Luis Escobar).

La tecnología  nos permite  con un sencillo clic sobre un ratón, o desde un dispositivo electrónico, contar con la copia  de un documento o archivo digital. En muchos hogares, en oficinas y en cafés internet hay máquinas que nos facilitan la reproducción de un documento. Hoy es muy práctico contar con un material impreso en nuestras manos, pero en el pasado no fue tan sencillo.
Francisco de la Rosa Sánchez creció entre las máquinas de una tipografía que operó casi por cien años en la capital. Es médico de profesión, sin embargo, no olvida la formación que tuvo en su niñez y adolescencia en su primer empleo como vacacionista en la Imprenta Sánchez & De Guise, fundada por su abuelo junto con un primo en los últimos años del siglo XIX.

¿En qué año se fundó la imprenta?

El 13 de noviembre de 1893. Fue fundada por mi abuelo José Víctor Sánchez y  su primo Víctor Manuel De Guise. Sánchez ya contaba con una trayectoria en la Tipografía Nacional y la llegó a dirigir, luego de esa experiencia decidió que fundaría su propia empresa. Mi abuelo tenía los conocimientos aunque carecía del capital para comenzar su proyecto, por eso se asoció con De Guise; ellos eran primos por parte de madre. El padre de Víctor Manuel era suizo.

¿Su primo fue el socio capitalista?

Sí, él contaba con los fondos suficientes y decidieron hacer una sociedad, en la cual mi abuelo sería el socio industrial. Antes de comenzar su aventura, José Víctor le contó sus planes a su mamá. Ella le dijo que también podía ser socio capitalista. “¿Cómo, con qué dinero?”, se preguntó mi abuelo. Mi bisabuela lo llevó frente a un armario y abrió una gaveta. ¿Y qué cree que había guardado ahí?

¿Joyas?

Mi bisabuela fue muy hábil en la costura. Toda su vida cosió y en esa época, en el siglo XIX, sus clientes le pagaban con monedas de oro. Fue guardándolas en la gaveta de ese armario y se las cedió a su hijo diciéndole: “Aquí tienes para que también seas por igual socio capitalista”. Los dos primos aportaron el dinero para la imprenta;  mi abuelo dio, además, los conocimientos y fue quien terminó manejándola.

¿Cómo obtuvieron la maquinaria?

Hicieron un viaje de casi cuatro meses para comprar todo el equipo. Adquirieron las máquinas en dos lugares, unas las consiguieron en Alemania y otras en Nueva York, Estados Unidos.
La maquinaria data de unos años antes de la compra, aproximadamente son de 1870,  es la misma que hoy se puede apreciar en el inmueble donde funcionó la imprenta desde su inauguración hasta 1991. Fue transportada por vía férrea, fue de las primeras máquinas pesadas que llegaron a la ciudad en tren.

¿Qué sabe del inmueble donde funcionó la imprenta?

Es una casa de una planta construida a finales del siglo XIX siguiendo el estilo arquitectónico colonial. La distribución de los espacios concuerda con los de una vivienda de la época.
Se sabe que perteneció a un sacerdote, quien construyó una capilla sobre el techo, en la parte correspondiente al comedor. La edificación resistió los terremotos de 1917, 1918 y 1976.
 Mi abuelo la compró, según contó mi madre, por unos 100 reales. Su antigua dirección fue 8ª. avenida Sur #24, la actual es la casa 12-58, sobre la misma vía.
Mis ancestros techaron el patio principal y ahí colocaron la maquinaria, la que aún puede observarse en el inmueble que hoy es una sede cultural. Se pueden apreciar también fotografías de esa época en la entrada, entre mobiliario, como el mostrador principal de la librería que funcionó en el mismo lugar, así como  algunas publicaciones que  hicieron famosa a la imprenta, que existió por casi un siglo, pues cerró en 1991, cuando mi madre falleció.

 ¿Trabajó en el negocio familiar?

Pasé mi infancia y adolescencia en el lugar, especialmente cuando llegaban las vacaciones de fin de año. Desde los siete años recuerdo que trabajaba con mi familia y, a excepción del linotipo, llegué a conocer el funcionamiento de las prensas. Dejé de colaborar cuando cumplí 20, y estaba de lleno en mis estudios de Medicina.
De octubre a diciembre eran los meses más arduos debido a la demanda de tarjetas de felicitación de Navidad, la impresión de tesis, títulos y diplomas y la edición del Calendario de la Tipografía Sánchez & De Guise, que se publicó de 1898 a 1994, su tiraje llego a ser hasta de 60 mil ejemplares, este circulaba a finales de noviembre y comienzos de diciembre.
Mi vida está totalmente ligada a la imprenta. Creo que no habría nacido si nunca hubiera existido Sánchez y De Guise.

¿Por qué?

Mi abuelo fue un hombre muy estricto, acorde a la sociedad de su época. Tuvo tres hijos: José Luis, Victoria y Carlos. El primero fue abogado, se especializó en Alemania pero al volver a Guatemala murió a los 33 años, debido a una peritonitis.
Desheredó al segundo  porque hizo algo inconcebible para entonces pues se casó con una prima. De esa manera mi madre se volvió un su único apoyo  en el quehacer del negocio, especialmente cuando murió mi abuela, quien falleció relativamente joven.
Mi madre comenzó entonces a hacerse cargo de muchas de las responsabilidades de la imprenta y se convirtió en la mano derecha de su papá. Juntos trabajaron bajo una línea impecable, no solo en lo relativo a la impresión sino también en la edición, ya que para mantener el prestigio que habían ganado no permitían la publicación de errores gramaticales ni incoherencias en la redacción.
Al principio ellos mismos revisaban las tesis  y hasta sugerían cambios, posteriormente contrataron correctores de prueba para apoyarse. Eso hizo que el negocio familiar fuera la imprenta oficial de la Universidad de San Carlos de Guatemala para la impresión de sus títulos.

¿Todo eso cómo se relaciona con usted?

En esa dinámica de trabajo llegó una vez un nuevo empleado, se llamaba Raúl De la Rosa y Cobar. Era un joven que había salido de la Tipografía Nacional y sabía cómo se manejaba una máquina de linotipos, que para esos años era lo más avanzado en técnicas de impresión. Fue contratado por mi abuelo, un hombre como ya dije muy exigente. Con el tiempo lo llegó a querer tremendamente, llegándolo a admirar por su rectitud y disciplina en el trabajo. Y bien, el joven linotipista se enamoró de Victoria, se casaron y así fue como nací. Mi vida está totalmente ligada a la imprenta.

Su madre fue una figura fundamental para Sánchez y De Guise.

Sí, tanto antes como después de casarse con mi padre. Él falleció en 1976, estaba cambiando una llanta de su auto en la Avenida de Las Américas. Puso toda la señalización requerida pero otro conductor lo atropelló. Después de esa pérdida, mi mamá siguió al frente de la imprenta, hasta 1991, cuando murió, a los 88 años. Fue una mujer con un regio carácter y así educó a todos sus hijos.
Un día, ya a finales del siglo XX, y consciente de que la tecnología había desplazado las técnicas de impresión que  conoció, me dijo, refiriéndose a los aparatos comprados por mi abuelo y su primo: “Yo sé que todo esto ya es obsoleto, pero quiero que se preserve y que algún día la imprenta se convierta en un museo, para que las nuevas generaciones valoren lo difícil que era tener en las manos algo que leer, cuando este trabajo fue un arte y oficio de pocos”.
Pasaron casi 20 años hasta que mi familia pudo cumplir su voluntad, cuando la antigua imprenta, gracias al apoyo de muchos involucrados, reabrió sus puertas como Casa Municipal Antigua Imprenta Sánchez & De Guise. Esto es algo que llena mucho mi corazón porque se está perpetuando el deseo de mi mamá y el legado de mi familia, en una época donde para imprimir es un proceso casi automático que se logra con apachar un solo botón.

Imposible olvidar una escuela de vida de este tipo, ¿verdad?

“Usted se sienta allí y se calla la boca”, me decía de niño, refiriéndose a una pequeña silla de madera que usaba cada vez que visitábamos a los vecinos o a la familia. Mi mamá fue muy amiga de Dolores de Ibargüen. Su casa es también ahora un espacio cultural del Centro Histórico. Yo jugué mucho en el patio de su casa, entonces había un árbol de naranjas. “Los niños no tienen que oír las pláticas de los adultos. Vaya a entretenerse al patio”, decía y yo obediente tomaba mi silla y salía. Era la Guatemala de antaño, una Guatemala que todavía viví y de la cual adquirí muchos valores. Ahora las costumbres han cambiado, así como la manera de ser de la gente.
 

Médico

  •  Francisco De la Rosa Sánchez fue jefe de la sección de otorrinolaringología en el Hospital Roosevelt.
  • También ha  sido docente universitario y continúa ejerciendo la Medicina en su clínica privada.

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