“Mi profesión no solo estudia la naturaleza, sino que también analiza su interacción con el ser humano”, refiere. “Empleamos los recursos naturales a diario, pero tal parece que no importa si estos serán suficientes y de calidad en las próximas décadas”, agrega.
Arrecis López, además, es una férrea crítica hacia las actividades mineras en el país, pues, a su parecer, estas no implementan los más convenientes métodos de extracción. “Lo que aquí se hace solo beneficia a unos pocos. Esto es un saqueo; no deberíamos entregar nuestros recursos naturales”, comenta. “Aquí se privatizan las ganancias, pero se socializan los impactos”.
En esta entrevista, la bióloga analiza las acciones que se toman para preservar la rica naturaleza de la nación.
¿Cómo está Guatemala frente a los demás países en cuanto a la conservación del medioambiente?
El mundo, en general, no le presta la atención necesaria al tema, pero también hay personas que ya hacen algo y otros que empiezan a abrir los ojos.
¿Cree que hay reacción hasta que surgen los problemas?
Así es. La gente que tiene acceso al agua cree que ahí va a estar cada vez que abre el chorro. Pero, cuando deja de caer, entonces se preocupa y es hasta entonces que averigua cómo se puede solucionar.
Es comprensible que el ser humano satisfaga primero sus necesidades básicas, pero no debería dejar de prestarle atención a los ecosistemas. Si esto sigue tal como ahora, la calidad de vida se deteriorará cada vez más.
Se habla mucho del cambio climático. ¿Cree que aún se puede controlar?
A mi parecer, ya no. Las alarmas sobre este fenómeno se dieron desde la década de 1980 pero pocos prestaron atención. Esto no solo afecta el clima, sino que también el ambiente —agua, suelo, biodiversidad—. En países como el nuestro solo nos queda adaptarnos y tratar de mitigar los efectos. Pero, si no hacemos cambios ahora, en 20 años vamos a estar peor.
¿Influye el que estemos inmersos en una sociedad de consumo?
Por supuesto. En los centros comerciales venden cosas que uno de verdad no necesita, pero estamos acostumbrados a que queremos tener de todo y la fabricación de todos esos productos tiene un costo para la naturaleza. El planeta, en realidad, ya no puede con más.
¿Quiénes deberían tomar el liderazgo en nuestro país para hacer un cambio?
En primer lugar, el Ministerio de Ambiente y Recursos Naturales. En los últimos años, sin embargo, se ha cuestionado su gestión porque, en lugar de velar por lo nuestro, han permitido que inversores exploten nuestros recursos. Ahí está el caso de los estudios de impacto ambiental, los cuales dejan mucho qué desear.
¿Qué otras instituciones deberían actuar?
Es importante el trabajo que hace el Consejo Nacional de Áreas Protegidas, pero, debido a que el medioambiente no es prioridad para el Estado, tiene bastantes limitantes. Asimismo, el Instituto Nacional de Bosques, que motiva la producción forestal.
¿Hace falta voluntad política en esta temática?
Sí. También considero necesario invertir en el turismo y en los bosques comunitarios. Estas actividades, a la vez, permitirían que los pobladores obtuvieran beneficios económicos. Hay algunas buenas experiencias, pero falta muchísimo.
¿Cree que la tenencia de la tierra juega un rol protagónico en cuanto a la conservación de la naturaleza?
Claro. Puedo mencionar una experiencia en Petén, donde se ha puesto en marcha una estrategia para dar la tierra en propiedad, pues, de alguna forma, así se garantiza que la gente la valorará.
¿Acaso convertirse en sus propios guardabosques?
Exacto. De hecho, esa es mi esperanza. Así lo han logrado hacer comunidades en Totonicapán.
Nuestro pulmón más grande es la Reserva de la Biosfera Maya. ¿Cómo la visualiza de acá en unos años?
El denominador común es que habrá más calor en todo el país. De esa cuenta, los bosques perderán humedad y se volverán secos.
¿La selva desaparecerá?
No totalmente. Más que eso, se transformará. La Biosfera Maya, quizás, se parecerá al área de El Rancho, en San Agustín Acasaguastlán, El Progreso. Lo que puede suceder más rápido es que desaparezcan aquellos animales que están hasta arriba de la cadena alimenticia —los jaguares, por ejemplo—, porque no tendrán suficiente alimento ni territorio.
Usted, hace algunos años, se involucró en el tema de los manglares. ¿Cómo analiza la situación, hoy?
Me parece triste que en Guatemala se pierdan estos ecosistemas, los cuales son importantes porque producen alimento; de ahí sale todo aquello que comemos en una cebichería, si se le quiere ver de otra manera. La gente considera que los manglares son podredumbre, pero no es así; tienen una razón de ser.
¿Puede haber un punto de equilibrio entre el crecimiento de una civilización y la protección medioambiental?
Es relativo. En general, se debe buscar provocar el menor impacto posible para garantizar que los ecosistemas funcionen, y eso incluye ríos, bosque o vida silvestre. Eso, en Guatemala, casi nunca se toma en cuenta. Un ejemplo claro, insisto en este tema, es el caso de los deficientes estudios de impacto ambiental.
¿Cree que esos estudios están parcializados para beneficiar a ciertas compañías?
Algunos sí. Estos empezaron a redactarse en la década de 1990 y siempre he tenido serias dudas sobre los mecanismos que se llevan a cabo. He visto al menos cuatro y sí están parcializados, con mala calidad técnica y con información que se omite.
¿Cómo cuál?
Una de las mineras más grandes que opera en Guatemala, localizada en San Marcos, está ahí en parte porque la información geológica contenida en los estudios de impacto ambiental es mínima. Esto es curioso, ya que el área es altamente sísmica. La población del sector, además, está olvidada y sus derechos humanos no han sido garantizados.
¿Considera que las demandas de los pobladores del sector son justas?
Son correctas. Creo que los mecanismos que se dieron para permitir la minería no fueron los mejores. Primero, no se consultó a la población. Solo con eso ya hay mucho en qué pensar.
Como bióloga, ¿está de acuerdo con la minería?
Sí, siempre y cuando los pobladores de un territorio estén de acuerdo. El área de extracción, además, debe cumplir con ciertas características físicas. También hay que emplear tecnología de bajo impacto ambiental. Por último, las actividades deberían ser en beneficio de la nación.
¿Se cumple todo esto en Guatemala?
No.