Al llegar al segundo nivel del inmueble, vistiendo playeras blancas, pantalones deportivos negros y zapatillas cortas, las personas empiezan a sincronizarse con la rutina de calentamiento y práctica que han ido superando cada semana en el gimnasio J. M. Jo.
Así como este grupo, durante los últimos 35 años el segundo nivel de este edificio antiguo ha congregado a personas de distintas edades interesadas en el tai chi chuan, el shaolin kung fu, que se complementan con aportes de la filosofía oriental.
Más que un entrenamiento físico, la actividad que se desarrolla de lunes a sábados es también una lección para desaprender el orden del mundo influenciado por la vida occidental.
“Hay un sentido más fuerte en cuanto al estilo de vida. Las personas saben que afuera, en la vida cotidiana, hay algo que hace falta y que aquí encuentran. Hay un orden en el que se busca el objetivo común de perseguir una mejor salud física y mental”, argumenta José Enrique Jo Woc, entrenador de la academia, quien junto a su hermano y otros miembros de la familia han dado continuidad al gimnasio que su padre, José María Jo, creó hace 48 años.
Aunque la expansión del proyecto ha sido un resultado claro y natural, José Enrique reconoce que el gimnasio también funciona como un sitio para ahondar en su identidad china.
“Este lugar ha sido un puesto de descubrimiento en el sentido que he tenido claridad de la cultura china y conforme pasa la vida, investigo, y a medida que practico y enseño, aprendo cada vez más sobre mis orígenes”, subraya.
Pensar en este gimnasio, así como en su iluminada y sosegada atmósfera, implica volver al pasado. Su origen proviene de José María Jo, quien hace más de 50 años conoció a un maestro de artes marciales y medicina tradicional china que había llegado a Guatemala.
Durante su estadía, el maestro logró comunicarse gracias al apoyo de José María Jó quien le ayudó a traducir. Tiempo después de este acercamiento, Jo había aprendido lo suficiente del maestro como para iniciar él mismo una academia de artes marciales.
En 1976, cuando abrió las puertas de la primera arena de tai chi en la zona 1, cerca del barrio Gerona, Guatemala ya se había convertido en el hogar de más de 2,500 chinos.
En los ochenta, la mayoría de chinos radicados en Guatemala eran propietarios de negocios. Esta creciente comunidad se habría visto influenciada por los primeros migrantes chinos que llegaron al país a partir de 1880.
Según la investigación The Chinese in Guatemala (1890-1990) del sociólogo José Campang, entre las décadas de 1970 y 1980 la comunidad china en el país aumentó de forma considerable junto a las importaciones de maquinaria utilizada en la carpintería y textiles.
En su estudio, Campang refiere que en las primeras cuatro décadas del siglo XX los chinos constituyeron un elemento valioso para el comercio.
Arribo al país
Para ubicar los orígenes de la comunidad china en Guatemala hay que remontarse al siglo XIX.
Según apunta Silvia Carolina Barreno Anleu, autora de la tesis La huella del dragón Inmigrantes chinos en Guatemala, 1871-1944, es preciso considerar la oleada de desplazamientos masivos relacionados con la expansión europea y las nuevas formas de trabajo, así como el surgimiento del nacionalismo y la construcción de los Estados—nación influidos por teorías étnicas.
Entre 1840 y 1900, unos dos millones 500 mil chinos emigraron a diferentes partes del mundo, en especial de las provincias Fudyien y Guangdung, Cantón, ubicadas en el centro-sur del país asiático.
Barreno Anleu indica que después de la derrota de China en la Guerra del Opio —1842— se firmaron tratados con potencias occidentales, como Inglaterra, Francia, Estados Unidos, Portugal, Suecia y Noruega, en los cuales China les cedía territorios y el derecho a la administración de estos, lo cual llevó a que un gran número de chinos se trasladara para asentarse en otros lugares.
Las concesiones político—económicas entre varios estados y China influyeron en el inicio de la diáspora. La urgencia por la industrialización y las nociones de progreso también recayeron en este nuevo capítulo para China: “(…) la emigración se presentó como alternativa, con empresas navieras inglesas y estadounidenses contratando trabajadores chinos para llevarlos a América”, expone Barreno Anleu en su tesis.
La inmigración china hacia el continente americano en el siglo XIX se concentró en la segunda mitad, en especial para trabajos agrícolas, mineros y de construcción de ferrocarriles en países como Estados Unidos, Costa Rica, Panamá, Perú y Cuba.
En lo que respecta a Guatemala, la inmigración china fue impulsada, en palabras de Barreno Anleu, “por la necesidad de blanqueamiento de la población y la escasez de mano de obra en el sector agrícola, según el proyecto liberal”.
La inmigración china a Guatemala se fue dando a través de tratados de amistad y comercio, así como migraciones individuales que con el tiempo contribuyeron a sectores relevantes de la sociedad guatemalteca junto a comunidades judías, árabes o de la India, añade.
En The Chinese in Guatemala (1890-1990) Campang describe tres momentos de la llegada de los chinos a Guatemala. Los primeros migrantes ingresaron entre 1890 y 1910. El segundo flujo ocurrió en las décadas de 1920 y 1930, y se incrementó en los años cuarenta y cincuenta. El cuarto periodo tuvo lugar entre los setenta y ochenta.
Los primeros migrantes, a finales del siglo XIX, eran en su mayoría hombres que venían de San Francisco, California, Estados Unidos. Muchos de ellos trabajaban en minas de oro o en la construcción del ferrocarril entre California y Utah. Leon Yat Cho, también conocido como José León, fue uno de los pioneros.
Al inicio abrió una tienda en la cual vendía pantalones de lona, y con el tiempo estableció la fábrica Kuon On Lon en la capital, que llegó a emplear a más de 200 personas, muchas de ellas provenientes de Cantón.
Otro migrante temprano, Federico Quinto, había trabajado en ferrocarriles en California antes de trasladarse a Puerto Barrios en 1904, donde desempeñó la misma actividad.
Durante los años veinte y treinta del siglo pasado la comunidad china pudo acumular capital, sobre todo en actividades comerciales. Muchos de ellos regresaron a China para casarse y formar familias.
Durante esa época, algunos decidieron enviar a sus parientes más jóvenes al país como medida de protección, cuando Japón invadió China en 1937. Este período también se caracterizó por la transición de negocios familiares, pues los que regresaban a China dejaban sus emprendimientos en manos de parientes o asociaciones, precisa Campang.
A medida que fueron pasando los años, tanto los apellidos chinos como los municipios donde se asentaban miembros de dicha comunidad iban en aumento.
Según las investigaciones de Campang, la mayoría vivía en la capital y muchos en la zona 1, donde también está centralizado el poder estatal, mientras que otros optaron por Puerto Barrios, Izabal, y Puerto San José, Escuintla. Asimismo, hay presencia de la colonia china en Suchitepéquez, Santa Rosa, San Marcos, Zacapa, Retalhuleu y Jutiapa.
Por otro lado, para mediados del siglo pasado fueron pocos los chinos que se asentaron en el altiplano. Hubo algunas tiendas en Quetzaltenango, Chimaltenango, Sacatepéquez, Alta Verapaz, Huehuetenango, y algunas más en Quiché y Baja Verapaz, pero ninguna en Sololá, al menos hasta 1940, dice Campang.
Nuevos hogares
Hacerse de una nueva vida en Guatemala implicó que la comunidad china tuviera que acercarse. Así nació la Sociedad de Auxilios Mutuos y Beneficencia China, también conocida como colonia china, en 1901, pero no fue sino hasta 1922 que se instituyó como tal.
El surgimiento de este espacio coincidió con los años de los gobiernos liberales. Aunque era reconocida su presencia en el país, las primeras generaciones de chinos debieron afrontar una actitud de rechazo generalizado, en especial por campañas difundidas en medios de comunicación.
“(…) en 1872 el Estado había autorizado su ingreso sin ninguna condición. Sin embargo, la prensa iniciaba la oposición a la presencia china y sugería como una medida preventiva efectuar con ellos un contrato de trabajo por tiempo limitado, con lo cual se aseguraría el retorno de estos a su país de origen. En otros casos, se manifestaba más claramente esa diferenciación que se hacía entre razas y la predilección que se tenía por la raza blanca, la superior”, manifiesta Barreno Anleu en su tesis.
Entre otras referencias, incluye una nota publicada en 1893 por el Diario de Centro América: “La inmigración europea, la inmigración de razas superiores a la nuestra , será siempre apetecible. Pero en las actuales circunstancias, la inmigración china resulta para nosotros como un azote bolchevista”.
A este tipo de posturas se sumaban varias políticas estatales rigurosas frente al asentamiento y el flujo migratorio de la comunidad china en el país. En el libro Nostalgia y memoria de la colonia china en Guatemala, Chi—Kin Tong relata que en 1896 se había establecido una ley que prohibía el ingreso de personas chinas.
Un año más tarde se obligaba a los residentes que se registraran en un libro especial del Ministerio de Relaciones Exteriores para otorgarles el estatus de residencia, ya que si no lo hacían, se les multaba. En 1907, quienes salieran del país no podían regresar.
Dichas circunstancias llevaron a los residentes chinos a organizarse y disponer de un lugar para escucharse y reconocerse.
“Para nuestros ancestros radicar en Guatemala era difícil. La ideología y las diversas circunstancias de la población local crearon un ambiente de hostilidad. (…) por esa situación, en 1901, un grupo de paisanos se dieron a la tarea de organizar a los paisanos residentes para unificarlos, protegerlos, apoyarlos y a mejorar su desarrollo”, expresa Chi—Kin Tong.
Barreno Anleu agrega que la colonia china también representó a sus connacionales y tiempo después se constituyó en un enlace entre el Estado y sus miembros, con lo cual obtuvo un reconocimiento oficial a su presencia que reflejó, “hasta cierto punto, la aceptación e inserción de los inmigrantes chinos en el país”.
La asociación se expandió y su cercanía fue reforzándose hasta concebir a la colonia como un espacio de resistencia identitaria con sentido de comunidad. Desde su creación, las juntas directivas y los distintos miembros han procurado formas de apoyo económico y humanitario entre miembros de la misma asociación y los guatemaltecos.
Como resultado de ello, en 1960 la colonia china fue reconocida con la Orden del Quetzal por su ayuda en la recaudación de fondos para la Cruz Roja, a través de las llamadas Noches Chinas.
Estas muestras de solidaridad se han sumado a otras iniciativas culturales como la celebración del Año Nuevo Chino —en 2024, el 10 de febrero— y demás fechas especiales, competencias de ping—pong, la enseñanza de idioma mandarín y la creación de un museo con objetos cotidianos, textos, piezas de arte y reconocimientos sobre la historia de la comunidad en Guatemala.
Asentamiento y desarrollo
La supervivencia y la articulación de los inmigrantes chinos no se puede comprender sin tomar en cuenta sus formas de trabajo. Como lo expresa el antropólogo Pablo Jon Yao Yon Bobadilla, “el comercio para la comunidad está vinculado con el hogar”.
Destaca que la comunidad, con su trabajo, que empleaba modelos informales, pues muchos servicios los ofrecían los chinos marchantes, así como los almacenes o maquilas, lograron adaptarse a la ciudad y a su dinámica, incluso “con todos los pesos adversos del racismo y la discriminación desde la institución pública”.
Por tal razón, el centro se convirtió en un punto importante. “El espacio donde mejor se asientan los primeros migrantes en la ciudad es la zona 1. De ahí que haya muchos comercios, como abarroterías y almacenes. La zona 1 representa su hogar, su lugar de trabajo y también de la colonia china. Aquí tenían todo: su hogar y su sociedad”, puntualiza.
Esta expansión en el casco urbano se distingue por la presencia de los establecimientos de comida. Yon Bobadilla refiere que en el Centro Histórico estos lugares comenzaron a surgir en la década de 1960, con los restaurantes Cantón y Fu Lu Sho, los más antiguos. De estos, el segundo continúa funcionando.
El último se ubica en el Paseo de la Sexta y 12 calle. Desde entonces, otros residentes chinos comenzaron a abrir establecimientos, al principio orientados a sus paisanos.
En su investigación De migrantes a restaurantes: una exploración de los restaurantes, cafeterías y comedores chinos del Centro Histórico de la ciudad de Guatemala, Yon Bobadilla ha identificado que los primeros restaurantes chinos en la capital se instalaron en antiguas cafeterías de estilo europeo o estadounidense, con sus características barras anchas y largas para consumir en ellas.
Con el paso del tiempo estos restaurantes se abrieron más al público y se comenzó a ofrecer un menú básico, como chop suey, wantán, sopa mein, chow mein y tacos chinos, que su vez son adaptaciones para el paladar occidental, puesto que en su mayoría eran alimentos fritos.
“Las personas comienzan a adaptar sus propias comidas a platillos nuevos”, menciona el antropólogo, al hacer énfasis en la transformación de comensales en establecimientos antiguos como el Fu Lu Sho.
“Se volvieron espacios de socialización para muchos intelectuales por el alcance que tenía en la entonces 6a. avenida. Llegaban actores de teatro, escritores y otros artistas. Los clientes van cambiando con el contexto urbano que hay alrededor. Por ejemplo, en los años noventa, con la economía informal de la 6a. avenida se vuelve un lugar más popular, y en años más recientes, con la gentrificación de la vía, se dice que llega una clientela más familiar”, valora.
También establece una diferencia entre restaurantes, cafeterías y comedores chinos. Mientras que los restaurantes se reconocen por su “profunda especialización gastronómica de lo chino” y se ofrecen otros tipos de platillos, las cafeterías tienen una especialización mediana o poco diversa. Por último, los comedores no se caracterizan “ni por la amplitud ni por diversidad de platillos”, como en los primeros dos.
Yon Bobadilla añade que al menos hasta el 2020, en las cercanías de parques y principales arterias del Centro Histórico había 23 locales que ofrecían el menú básico chino.
En este caso puede observarse que en su mayoría los locales de comida china se instalaron en comedores existentes, y de ahí que algunos de los platillos que ofrecen provengan de otros lugares. Muchos de los menús, además de platillos chinos con su adaptación occidental, se mezclan con cocina estadounidense o guatemalteca.
“Lo híbrido desarma lo auténtico y el purismo. Hay un contexto local que influye no solo a los espacios, sino a las personas o los establecimientos”, hace ver el antropólogo.
En suma, que la historia de la comunidad china en Guatemala proveniente de la diáspora en sus distintas etapas a lo largo de casi dos siglos se refleja, de alguna manera, en los restaurantes y su diversificación, un signo de los tiempos que, sin embargo, no ha llevado a que se olviden las raíces.