¿Cuál era el canon establecido cuando usted comenzó su carrera en el arte?
Conviví con jóvenes luchadores y relajeros, gente que tenía muchas inquietudes, como Elmar Rojas, Marco Augusto Quiroa, Roberto Cabrera y Otto Ricard. Lo que todos practicaban era el Cubismo, una tendencia estética desarrollada principalmente por Carlos Mérida. Además, la sociedad empezaba a dejar atrás los años de la Revolución, por lo que el arte tenía fuertes tendencias realistas, entonces nos concentramos en la experimentación de nuevas técnicas.
Esta sociedad se llamó el Círculo Valente, y en ella también participaban figuras como Efraín Recinos, Magda Eunice Sánchez, que murió hace unos meses; y Norma Nuila. Juntos expusimos en varios lugares con trabajos frescos y novedosos.
¿Se colocaron en la vanguardia?
Algunos de los fundadores, los más vanguardistas, se retiraron de Valente y formaron el grupo Vértebra, que continuaría en busca de lo novedoso, entre ellos Rojas, Quiroa, Cabrera y Ramón Ávila —con el tiempo también se integró Anleu-Díaz—.
Aún conservo las publicaciones de Prensa de ese tiempo. Recuerdo un artículo titulado Entre flores y lustradores exponen jóvenes artistas. En esa ocasión presentamos nuestro arte bajo las enramadas que había antes en el Parque Central. El autor del artículo señaló que aunque no entendía nada de lo que se veía en la pintura era interesante observar algo nuevo. Creamos obras abstractas y surrealistas.
La moraleja es que sí se puede innovar, que sí se puede avanzar en el arte, pero no basta la buena intención; también se necesita apoyo.
En los últimos años el deporte y la cultura maya han tenido más apoyo, pero no es correcto dejar por un lado las Bellas Artes, que también son una expresión importante para la sociedad.
Ya en épocas más actuales, los integrantes del grupo hicimos una reorganización y conformamos la asociación Comunicarte, que contó con el apoyo de Tasso Hadjidodou. Ahora trabajamos de manera independiente, pero unidos como grupo.
¿Y seguía con la música al mismo tiempo?
Sí. Mi formación fue como violinista y fue una suerte ganar una plaza en la Orquesta Sinfónica, ya que siempre ha sido muy difícil obtener un lugar debido al poco presupuesto que hay para las artes. Tuve mucho apoyo de José Castañeda y Enrique Raudales para que se interpretaran algunas de las obras que yo había compuesto.
Jorge Sarmientos y Ricardo del Carmen también llevaron mis composiciones fuera de Guatemala.
A principios del siglo XXI, debido a las reorganizaciones que se daban con cada gobierno, se decidió eliminar las plazas de directores, y desde entonces no hay un director nombrado.
¿Quién dirige la orquesta entonces?
Las embajadas traen al país a músicos que se desempeñan como directores invitados; sin embargo, las fusiones no siempre son exitosas.
Yo desempeñé ese cargo por siete años, contratado para ello. Durante ese tiempo realizamos conciertos en muchos lugares del país. Lamentablemente hoy es difícil que el Gobierno se preocupe por compartir la cultura en el área rural porque los gastos son altos y las prioridades son otras.
Miembros de la orquesta también hacen ese papel. Sé de buena fuente que Mónica Sarmientos ha tomado la batuta en algunas situaciones, lo cual me parece muy positivo.
¿Cómo recibe el público la música de orquesta?
Hace unos 20 años la Orquesta grabó un disco con música de películas, así que los intentos por llegar a la población en general no son novedosos. Sucede muy frecuentemente que los músicos, que tienen un gusto educado, no están conformes con cierto tipo de melodías. A pesar de ello, el público las disfruta.
No puedo decir que la música de orquesta está lejos de la gente, pues las audiencias del interior también se regocijan con las presentaciones. Así que es más una cuestión de gustos y no de educación. La música es universal. La orquesta también debe ser pertinente. En mis años como director era usual que se tocara música seria y algunos arreglos de música popular. La gente lo recibía muy bien, tanto jóvenes como adultos.
Es el público quien debe darse la oportunidad de acercarse a la música de este tipo. En los conciertos más elegantes se pensará que solo llegan personas conocedoras de arte, pero sucede que al final no saben si aplaudir o no, porque no conocen las melodías. En escenarios más populares la gente silba o tararea las melodías que sí conocen, así que no puede afirmarse que un público disfruta más o menos de una presentación.
¿Cuál debe ser el camino a seguir para promover la música de orquesta?
En mi experiencia puedo afirmar que es combinar las melodías. Hay mucho desconocimiento teórico de los autores y de sus obras. Pero, sin ser un sabio, puedo decir que se debe mezclar música conocida con la que no lo es tanto. El objetivo es que la gente acepte este tipo de arte, aunque sea por los temas de las películas o los muy famosos, como El Cascanueces.
La publicidad que los medios le dan a este tipo de espectáculos también es bastante útil. Si se difunde la información llegan más asistentes.
Aunque en comparación con la música popular no hay una mayor relevancia, pues los estadios se quedan cortos para albergar a todos los seguidores de los grupos.
Sin embargo, los jóvenes también pueden tener gustos variados y disfrutar de lo popular y también de lo clásico.
Cuénteme de su faceta literaria.
Tengo siete libros publicados en los que abordo la historia y la problemática del arte en el país. Escribí también sobre historia del arte y la plástica, que ha sido mi especialización. Artemis Edinter editó un libro titulado Cuentos de otras costumbres guatemaltecas, que va en la línea de José Milla y Vidaurre, pero con temas actuales. Mi faceta de escritor es algo que viene natural, como una maña. Es en cierto modo una necesidad.
¿Sigue pintando?
Nunca he dejado la pintura; no como un trabajo, sino como una forma de expresión. No soy el tipo de artista que tiene 20 cuadros en espera a ser expuestos, en mi caso las ideas llegan poco a poco, la inspiración no es artificial.
Mi obra es manejada por la galería El Ático. Las cosas han cambiado mucho en estos años. Los corredores de arte son necesarios, más aun si el pintor no tiene la vocación de vender su propia producción.
El público encuentra con más facilidad las obras en las galerías y los agentes saben dónde colocarlas.
¿Cuál es su tendencia estética?
Durante la experimentación me encontré con la matérica, que es una técnica que combina óleo y polvo de mármol.
Cada artista se siente cómodo con distintos recursos, lo mío es esto. Mi objetivo es hacer grafismos con texturas; considero que el campo de acción es bastante amplio.