Desenlace fatal que hubiera sido provocado por la sorpresa, el susto o la pena del notable intelectual que un día lejano le dijera al joven Gabo que en lugar de escribir se dedicara a otra cosa, por la personal interpretación de que el manuscrito que le hiciera llegar para su publicación no tuviera mérito para convertirlo en libro.
No se desconcertaría García Márquez con aquel desaire a su obra inicial, con el agregado de la desagradable recomendación de que buscara otra ocupación que no fuera la de escribir. Con el apoyo de amigos llevó a la imprenta el manuscrito y de ahí salió su primer libro, La Hojarasca, acogido con estimulante, aunque no impresionante entusiasmo por sus primeros lectores. Lejos estaría Gabo en esos días de imaginar que con el tiempo sería aclamado como uno de los más ilustres escritores del siglo, y en su momento, solo comparado en gloria con el príncipe de las letras castellanas Miguel de Cervantes Saavedra.
El adolescente Gabo se fue de su natal Aracataca a Bogotá, para hacer sus estudios de bachillerato, donde en una atmósfera que le parecía enrarecida, se dedicó a leer con fruición todo lo que caía en sus manos, en lecturas que hacía hasta en los “tranvías con ventanas de vidrios azules” que para gastarse los domingos montaba en vueltas de interminable circunvalación. Fue así que en ese ambiente, un día un condiscípulo del colegio le prestó a Kafka con La Metamorfosis y en la lectura del inicio del relato que dice: “Cuando Gregorio Samsa despertó una mañana tras un sueño inquieto, se encontró en la cama convertido en un horrible escarabajo”, el joven Gabriel exclamó: “¡Carajo! sí, se puede hacer esto”, y de esa manera descubrió que la hipérbole era una de las formas fantásticas de la literatura y otro de los modos de interpretar la realidad.
Su estilo, que fue denominado como “estereográfico” por una analista de sus obras cuando su producción ya había rebasado su cimera novela Cien Años de Soledad, le era característico con su particular forma de construir sus textos en los que el signo distintivo era el uso adecuado de la palabra, de la cual era un orfebre y en cuyo trabajo invertía lo mejor de su esfuerzo, en un oficio que él denominaba de “carpintería” y que lo tomaba tan en serio que en alguna época para realizarlo se enfundaba en un “overol” de mecánico en una labor con horario de obrero, realizada en un “taller” donde sus principales herramientas era una máquina de escribir eléctrica y los indispensables diccionarios que nunca le faltaron. García Márquez recordaría en sus memorias su primera experiencia como escritor bisoño cuando le publicaron sus primeros dos cuentos: La tercera resignación y Eva está dentro de su gato, divulgados por separado en la sección literaria del diario El Espectador, de Bogotá. Cien años de soledad, publicada en 1967, se convierte en su novela cumbre y en una de las más leídas en todas las culturas.
Escribir sobre la vida, obra y milagros del genial escritor García Márquez exigiría no solo hacer una extenuante indagación sobre la amplia bibliografía existente, sino también empeñar esfuerzo y estricto ánimo de investigación para lograr un producto que pueda llenar las exigencias que esa labor requiere, no posible para las dimensiones de espacio de un texto como el presente. Pero una apretada síntesis aún a riesgo de involuntarias omisiones y de traicionar los deseos del redactor y las expectativas del lector, puede reunir un poco de todo ese arsenal que constituye el vasto anecdotario del insigne escritor.
Mucho de la vida de García Márquez es revelado en el libro coloquial El olor de la guayaba, que recoge una serie de conversaciones con su amigo de toda la vida, Plinio Apuleyo Mendoza, colombiano también y que hace una completa relación de los aspectos relevantes en la existencia de Gabo. En su libro autobiográfico Vivir para contarla, el autor hace un inventario de los episodios que más impactaron en su vida. Pero Vivir para contarla es, además, un prontuario de la vida del autor en un abanico pleno de anécdotas saturadas de sentido del humor, como cuando en la lectura del relato inédito En agosto nos vemos, en la Casa América en Madrid, al inicio le dijo a la audiencia: “A las personas que se aburran de esta lectura y decidan retirarse, les ruego que lo hagan sin hacer ruido para no despertar a los que se queden”.
Gabo era desenfadado y durante su juventud como reportero en Barranquilla vestía sin formalidad al calzar sandalias de fraile franciscano y usar camisas de colores estridentes, lo cual le valió entre los taxistas de la localidad el mote de Trapoloco, extravagancia de la que contara una vez: “Compré media docena de camisas tropicales con flores y pájaros pintados, que por un tiempo me merecieron una fama secreta de maricón de buque”. Supersticioso también, el color amarillo ejerció influencia sobre sus actos y dijo que, por ejemplo, no podía hacer su tarea de escritor si en su estudio faltaba una flor de ese color, de preferencia una rosa. Consideraba que eran de mala suerte las flores de plástico, el pavo real, los cantantes vestidos de negro y, en particular, “hacer el amor con los calcetines puestos”, lo que consideraba que era fatal para el ejercicio del sexo.
No estuvo exento García Márquez del desafecto de algunos, y ahora ya muerto, en medio de las multitudinarias demostraciones de duelo, surgió la voz discordante de la diputada María Fernanda Cabal, del colombiano derechista partido de Uribe, quien dijo a la Prensa que el difunto “se iría al infierno”, sentencia que le ha costado que en Aracataca se hiciera una ceremonia este 2 de mayo declarándola non grata en toda la nación. Pero lo peor es que mujeres simpatizantes de Gabo prometieron propinarle una paliza, de la cual dijeron: “La diputada va a tener para lamentar lo que dijo el resto de su vida”.
Castigo que sería desaprobado por Gabo, por su devoción a las mujeres, de quienes expreso: “En todo momento de mi vida hay una mujer que me lleva de la mano en las tinieblas de una realidad que las mujeres conocen mejor que los hombres”. Devoción que manifestaría en forma categórica al declarar que la mujer más ascendiente tenía en su vida era la suya: Mercedes Barcha Pardo, a la que le pidió ser su esposa cuando ella tenía 13 años y que fue su compañera eterna hasta el día de su muerte reciente.
*Escritor guatemalteco radicado en Canadá