Ellos —los gatos— tienen su propio imperio: Tashirojima, una isla de la prefectura japonesa de Miyagi, frente a la Península de Oshika.
Los felinos son abundantes. Se les ve descansando en las calles, dentro de las casas o sobre los tejados. Pasean por las playas. Contemplan, tan quietos y tan alertas como las esfinges egipcias, el mar azulino y las tonalidades opalescentes que ofrecen los amaneceres y los atardeceres nipones. Están a sus anchas. Nadie los molesta. Ni los perros, porque están prohibidos.
Sus súbditos, los humanos, son alrededor de cien —el 83 por ciento arriba de los 65 años y solo uno tiene menos de 45—. Estos los tratan como dioses, pues creen que los mininos son portadores de salud y buena fortuna, tal como la famosa figura dorada del maneki-neko, que en japonés significa “gato de la suerte”.
En la isla hay una especie de santuario destinado a honrarlos. Este se encuentra justo donde se desprendió una roca y mató a un felino. El sitio se encuentra entre los poblados Oodomari y Nitoda.
La conquista
Los gatos llegaron a Tashirojima para controlar una plaga de roedores que amenazaban las granjas de seda locales. Cuando esa industria disminuyó, los pobladores abandonaron la isla de manera progresiva. Los que se quedaron fueron los felinos.
A principios del siglo XVII —durante el periodo Edo— se incrementó la pesca en red. Muchos pescadores llegaban desde otros lugares y pernoctaban en la isla. Se dice que los gatos, que ya se habían multiplicado en número, se metían a las posadas para conseguir comida. Esa constante relación forjó una amistad que perdura hasta nuestros días.
El imperio continúa
En marzo del 2011, Japón fue devastado por un terremoto de 9 grados en la escala de Richter, y la región de Miyagi temió por el tsunami que le siguió. Por suerte, el imperio gatuno se salvó.
Hoy, Tashirojima es una popular atracción turística. “Dios creó al gato para ofrecerle al hombre el placer de acariciar un tigre”, dijo el literato Víctor Hugo. En esta isla, sin duda, es posible hacerlo y escuchar el característico ronroneo de los mininos.
Con información de Página/12, ABC.es, Animal Planet/Discovery, Abadía Digital y The Daily Beast.