Esa fue la semilla que, cinco años más tarde, se convirtió en el Women’s Prize for Fiction, premio que reconoce exclusivamente el trabajo de escritoras de cualquier nacionalidad, siempre y cuando su libro esté publicado en lengua inglesa.
Desde entonces, estos premios, que acaban de galardonar en su 19 edición a Eimear McBride, han ido ganado popularidad y prestigio, y han sido fuente de inspiración de otras iniciativas y reflexiones sobre el papel que la mujer ocupa en los reconocimientos literarios.
Cifras desiguales
Si echamos un vistazo a las estadísticas, salta a la vista que las escritoras no son las más favorecidas en el reparto de premios, sobre todo en lo que se refiere a los nacionales.
En México, el Premio Nacional de Lingüística y Literatura fue concedido por primera vez a una mujer, Margarita Ana María Frenk y Freund, en el 2000, a pesar de que estos galardones se instauraron en 1945. Desde entonces, lo han ganado cinco mujeres. Un dato similar lo arroja el Premio Nacional de Literatura de Chile, otorgado a cuatro escritoras a lo largo de su historia.
En Venezuela, son seis las autoras que han conseguido el máximo galardón nacional en el terreno de las letras, mientras que el español Premio Cervantes, que recientemente ha reconocido la trayectoria de Elena Poniatowska, los han ganado, incluyendo a la mexicana, cuatro escritoras.
Para la escritora Ángela Vallvey, los datos relativos a los premios nacionales son “la auténtica vara para medir la misoginia de un país”. “Siempre se habla de la corrupción aparente de los premios privados, pero no se habla de los públicos”, afirma la autora, que continúa señalando que quienes otorgan estos galardones son “mayoritariamente hombres” y que detrás de ellos “hay una cadena de intereses y favores de los que no se habla, pero que es mucho más dudosa que la de un premio particular”.
Respecto de los premios privados, al tomar por ejemplos el Nadal y el Planeta —de los que Vallvey es ganadora y finalista, respectivamente—, las cifras toman, tímidamente, un mejor color, y podemos hablar de un 19.72 por ciento y un 22.58 por ciento de autoras ganadoras en cada uno de ellos; ambos han reconocido, a lo largo de su historia, al mismo número de mujeres, 14.
Son unos porcentajes nada desdeñables, si tenemos en cuenta que apenas el 11.8 por ciento de los nombres laureados con el Nobel de Literatura son femeninos, contando con la ganadora más reciente, la canadiense Alice Munro.
Reconocimientos pioneros
No es casualidad, apunta Vallvey, que los países de habla inglesa hayan sido pioneros a la hora de crear premios exclusivos para autoras, ya que “los movimientos sufragistas, y todos los relacionados con los derechos de la mujer están en el mundo anglosajón”.
La lista de ganadoras del Women’s Prize For Fiction (WPFF) se remonta a 1996, con Helen Dunmore y el libro A spell of winter. Desde entonces, se han sumado nombres como los de Lionel Shriver (We need to talk about Kevin) o Barbara Kingsolver (The Lacuna), y la última en completar esta lista, el pasado 4 de junio, ha sido Eimear McBride.
A girl is a half-formed thing es el título con el que la autora ha bautizado a su novela debut, que ha sido reconocida por el jurado —tradicionalmente formado por mujeres— por su “ambición y energía”. En la ceremonia de entrega, la presidenta del jurado, Helen Fraser, defendió la “discriminación positiva” que llevan a cabo, afirmando que “todos los premios tienen restricciones, y estos resultan ser solo para mujeres”.
Al igual que el WPFF, el australiano Stella Prize nació para encarar el desequilibrio entre autores y autoras y promover la visibilización de estas últimas. En su caso, el germen fue un debate celebrado el Día Internacional de la Mujer del 2011, en el que se discutía la presencia femenina en las críticas literarias de los periódicos. Por eso, el Stella Prize, además de otorgar galardones, desarrolla una actividad paralela, The Stella Count, que analiza estadísticamente esta cuestión.
El Stella es un certamen reciente, que únicamente cuenta con dos ediciones. A principios del pasado mayo, Clare Wright tomó el testigo de Carrie Tiffany como ganadora, gracias a su novela The forgotten rebels of Eureka.
Siguiendo los pasos de ambos, en Canadá se está perfilando el proyecto de crear un premio similar, que recibirá el nombre de Rosalind Prize, en honor al personaje protagonista de As you like it, de William Shakespeare.
¿Recetas con efectos secundarios?
¿Fomentan estos premios la igualdad entre autores y autoras, o se consigue el efecto contrario? Respecto de esta cuestión, hay opiniones encontradas.
Laura Freixas, escritora que ha estudiado en profundidad la marginación femenina en la literatura, no acaba por decantarse de manera férrea por una de las dos opciones. “Por una parte, dan visibilidad a las escritoras, que buena falta nos hace; por otro, refuerzan la idea falsa de que hay dos circuitos, uno de ‘literatura a secas’ -que en la práctica coincide con la de los hombres- y otro de ‘literatura de, sobre o para mujeres'”, explica la autora de ensayos como La novela femenil y sus lectrices.
Desde la otra orilla, la del mundo editorial, Belén López, directora editorial Área Planeta, Ariel, Crítica y Península, considera que la creación de premios solo para autoras no es una idea plausible, basándose en una experiencia anterior que motivó otra editorial y que sencillamente no cuajó.
Según López, no existe en absoluto una infrarrepresentación ni discriminación de las mujeres en el mundo de los premios literarios, ya sean públicos o privados, ni como ganadoras ni como jurados: “Los jurados premian libros con la calidad y el interés como para gustar a un público muy amplio, independientemente del género”, subraya la directora.
Vallvey no ve mal que exista esta discriminación positiva de estas iniciativas, porque los otros premios son masculinos, aunque no declarados. “No lo confiesan, pero se mantiene la ficción, cruel incluso, de pensar que son libres y meritorios. Cuando los éxitos o galardones se consiguen por mérito, el sexo debería importar cero, pero cuando se manejan otros baremos, cuenta mucho”, reflexiona la autora.
Efe-Reportajes