Revista D

|

Suscriptores

¡Oh Margot Fanjul!

El singular legado de Margarita Azurdia en la plástica, el performance y la poesía hacen que el presente siga invocando su espíritu artístico.

|

La artista en la presentación de la serie Escultura minimalista en la Galería DS en Vittorio, 1968. (Foto Prensa Libre: Cortesía José Manuel Mayorga

La artista en la presentación de la serie Escultura minimalista en la Galería DS en Vittorio, 1968. (Foto Prensa Libre: Cortesía José Manuel Mayorga

Su rebeldía rompe la barrera del tiempo; sus enigmáticas danzarinas de madera siguen su marcha de lagartos y serpientes con los ojos de sus máscaras bien abiertos. Margarita Azurdia miró a sus observadores en la retrospectiva de su obra organizada por el Museo Nacional de Arte Moderno Carlos Mérida y que solo estuvo abierta unos días a causa de   la suspensión nacional de actividades por el coronavirus.

Las salas de exposición se tornaron en ambientes de la casa de la artista, que también utilizó los seudónimos de Margot Fanjul, Margarita Rita Rica Dinamita y Anastasia Margarita, Esculturas, pinturas, collages y recortes de prensa trajeron al presente la creatividad de la artista fallecida en julio de 1998 a los 67 años.

A partir de su primera exposición en 1962 su pasión creativa rompió moldes y transmutó lenguajes. No fue fácil porque al igual que para otras creadoras, el entorno fue adverso.

“Desde que yo comencé a pintar encontré una fuerte discriminación hacia las mujeres artistas, por no mencionar la tradicional discriminación en los campos de trabajo, familiar, social… Recibí correspondencia donde me decían que mejor me dedicara a cuidar a mis hijos, que me encargara de mi casa, pero yo no hacía caso”, relató Margot en una entrevista con Prensa Libre en 1997.

Nace un enigma

Margarita Azurdia nació en Antigua Guatemala, Sacatepéquez, el 17 de abril de 1931. En su adolescencia conoció a Carlos Fanjul, y cuando tenía 17 se casó con él. De esa forma, se convirtió en esposa y madre.

Con Fanjul emigró a Canadá, donde la familia se asentó por algunos años. Más allá de tratarse de una nueva etapa familiar y personal, en aquella distancia comenzó la pulsión artística. Durante ese período, Azurdia se formó en Arte dramático y Filosofía en la Facultad de Artes de la Universidad McGill.

Debutó como pintora en medio del apogeo revolucionario de la década de 1960. Mientras las consignas culturales e ideológicas de diversos grupos estallaban en Estados Unidos, Francia o México, en Guatemala Margarita encendía una llama que no se extinguiría.

Su primera pintura fue un autorretrato que contenía uñas y no sería la primera vez que usaría materia prima de proveniencia orgánica. La historia le ha dado más crédito a las exploraciones geométricas sobre lienzos que superaban un metro de lado: óvalos, rombos y patrones coloridos parecían aludir a los tejidos indígenas de Guatemala, pero con una transformación de concepto que a la vez reclamaba originalidad. El pintor Zipacná de León (1948-2002) dijo en una ocasión que la obra inicial de Margarita radicaba en una corriente “expresionista americana” y/o en el “expresionismo abstracto”, muy similar al estilo del estadounidense Jackson Pollock, quien pintó con manchas espontáneas de pintura.

 

Vista de una sala del Museo de Arte Moderno Carlos Mérida con obras de Margarita Azurdia. (Foto Prensa Libre: Cortesía José Manuel Mayorga)

 

Pinturas geométricas fue su primera exposición bajo tal concepto, innovador, rebelde y polémico para su momento. Los colores intensos, la síntesis lineal y su aproximación al pop-art causaron polémica en Guatemala. No faltó quien vio con extrañeza y repudio el trabajo de Margarita, no solo por su concepto sino por ser mujer. En la entrevista de 1997 reconoció que incluso ella era parte de un sistema patriarcal que veía de manera extraña el trabajo femenino: “(…) me sentí halagada cuando me dijeron una vez: «¡Su pintura no parece de una mujer, sino pintada por un hombre!» Ahora ya no, por supuesto, porque las vivencias del hombre son esencialmente diferentes a las de la mujer”.

Se trataba de un punto y aparte artístico para la sociedad conservadora de Guatemala. Margarita planteaba encuentros espirituales, una nueva forma de ver. “Si el arte no enriquece el espíritu de otro, es inútil”, dijo.

Azurdia había emprendido el trazo de una nueva línea en la historia del arte guatemalteco; sin aspiraciones ni falsa presunción, solo con la intención de dialogar desde un rincón muy personal y enigmático. “(…) el verdadero arte solo tiene sentido si en verdad devuelve a su autor y al observador ese sentido místico, esa sensibilidad espiritual, que en este tiempo ha desaparecido”, decía.

Universo de Margot

Para finales de los sesenta Margarita optó por disgregarse en varios aspectos. Lo hizo desde su propio nombre, puesto que en esa época comenzó a usar seudónimos. Esto supuso otra novedad para el círculo artístico de Guatemala. Margarita, Margo o Margot eran nombres distintos para una propuesta distinta.

Los reconocimientos a su obra llegaron poco a poco, posiblemente, como respuesta a las distintas exposiciones que se llevaron a cabo en Antigua Guatemala y la capital; en San Salvador, El Salvador, y Nueva York, Estados Unidos.

En una ocasión, Ricardo Castillo dijo que los círculos concéntricos eran concebidos como dominios llenos de simbología mística y metafísica por Margarita. “La deformación de estos contornos sin duda responde a su concepción de la fluidez de las cosas”, expresó.

El artista Roberto Cabrera (1939-2014) dijo de Margarita en 1970 que sus pinturas estaban unidas a un ímpetu cinético, logrado por los planos y las líneas. Sintetizó que, para Margo, lo geométrico alcanzaba “el movimiento racional del fuego y la velocidad”, así como que se trataba de una obra tejida “de una fibra contemporánea de síntesis y juego elemental”.

 

El Cocodrilo, una de las creaciones más emblemáticas de la artista, aborda una temática política y social. (Foto Prensa Libre: Cortesía José Manuel Mayorga)

 

Esa aleación conceptual —la cual ofendió a bastantes personas en la Guatemala de la década de 1960— empezó a coronarse internacionalmente en bienales como la de Medellín, Colombia, o la de Sao Paulo, Brasil. Participó en la III Bienal de Arte Coltejer de Medellín, en el XIII Certamen Nacional de Cultura en San Salvador y en la X Bienal de Sao Paulo.

El 11 de octubre de 1969, en Prensa Libre aparecía el titular Margot obtuvo mención en el Brasil. La artista se hizo de una Mención Honorífica en el certamen gracias a la serie Asta 104. La obra fue adquirida posteriormente por el Museo de Arte Moderno de Sao Paulo y por la Universidad de Australia. Este logro dejaba en evidencia el enorme talento de Margarita, que tenía más reconocimiento afuera de su país.

Con soplos de crítica

Entrada la década de 1970 Margo dio un giro a su obra. Comenzó a trabajar con piezas de madera. De 1972 a 1974 realizó una serie de esculturas llamadas Homenaje a Guatemala.

Las cincuenta piezas que compusieron la obra fueron talladas por artesanos de Antigua Guatemala, quienes siguieron los conceptos de Azurdia, quien ensambló y pintó los elementos con colores brillantes. Eran alusivas a las danzas tradicionales, pero con un significado nuevo. Las decoró con pieles de animales, lazos, flecos y algunas frutas. Tal y como se menciona en el catálogo Todo es Una, esta acción “era un juego de identidades entre la simbología”. Pero lo que más destaca de la obra es la personificación de cada pieza de madera. Todas son mujeres en alguna acción, dentro de una línea de realismo mágico. Una de las piezas, Las bananeras, alude a la dura vida que atraviesan las mujeres en el campo, pero sin duda la más emblemática de la serie sea El cocodrilo:   un gran reptil verde y dorado con seis patas y que es cargado por tres mujeres quienes visten tocados de textiles y tienen el rostro cubierto. En el suelo de la escena gatean bebés por el lomo del reptil, desde la cola hasta las fauces abiertas.

Aunque la pieza puede remitirse a un pasado mitológico, se ha dicho que es una crítica al sistema patriarcal y machista de Guatemala. En este caso, las mujeres representadas cargan fuertemente al animal, de manera resignada, en silencio y anonimato.

Según la entrevista de Prensa Libre de 1995, y a propósito de la serie Homenaje a Guatemala, para Margarita el arte era juego y también testimonio del ser guatemalteco. “No puede el artista de un país como Guatemala abstraerse de ser guatemalteco… El ser de cada uno manifiesta su lugar de origen, sus costumbres, sus valores, su pasado histórico”.

En 1986, la revista The Massachusetts Review, en una edición dedicada al arte latinoamericano, incluyó un reportaje con ilustraciones de la serie Homenaje a Guatemala. El valor de estas piezas -que fueron expuestas por primera vez en casa de Azurdia- resignificó la experiencia de la mujer guatemalteca y aún lo sigue haciendo.

Iniciadora

Después de exponer su serie de esculturas esculpidas en madera, Margot viajó a Francia y radicó en París de 1974 a 1982. Del otro lado del mundo empezó a incursionar en el dibujo y la poesía. En Francia dibujó, escribió y publicó libros como Rencontres y Margarita Rita Rica Dinamita.

Estas ediciones combinaban poemas y trazos coloridos libres. La artista dijo que deliberadamente hacía “dibujitos tan sencillos, casi como de niños”, porque sentía que era la única manera de volver a la raíz creativa.

Otras publicaciones con ese corte fueron El encuentro de una soledad, Des flashbacks de la vie de Margarita parelle même, 26 apuntes de Margarita Azurdia y El libro de Margarita.

En Francia se interesó en el movimiento, específicamente en la danza y el performance. De regreso a Guatemala empezó a realizar intervenciones de este tipo en plazas públicas, galerías de arte y otros espacios. En muchas ocasiones, según relata Rosina Cazali en Todo es Una, fueron percibidas como presencias indeseables. “La incomodidad del público, sin embargo, entusiasmaba a Margarita, quien consideraba que el éxito estaba precisamente en la aceptación de su molestia”, agrega Cazali. Con los años llevó a cabo talleres de expresión corporal mayormente en Estados Unidos, y algunos en Guatemala. La década de 1990 empezaba a florecer.

Para esa época montó Altares, piezas con las que convirtió armarios en relicarios de sus experiencias. Había en ellos fotografías, flores, vidrios, porcelanas, entre otros objetos que evocaban la niñez de Azurdia.

 

La pieza Altar II cuenta con una variedad de objetos de orden musical, religioso y artesanales. (Foto Prensa Libre: Cortesía José Manuel Mayorga)

 

Margarita falleció el 1 de julio de 1998. Dos décadas después de su partida se le puede conocer desde las distintas obras que trabajó sin miedo y con un ímpetu inquebrantable.

Para José Manuel Mayorga, curador de la exposición Todo es Una, la obra de Margarita Rita tiene plena vigencia y fuerza. Apunta que “el paso del tiempo confirma que sus propuestas son complejas, profundas, contundentes y no dejan indiferente a nadie”.

Por esa razón Mayorga y un grupo de personas decidieron presentar en 2020 esa profundidad única. El motivo, según el curador, era también que las nuevas generaciones conocieran el trabajo de Margarita, pues ella supo descifrar temas importantes y que aún hoy no se abordan con profundidad.

Para el maestro Rudy Cotton, director del Museo de Arte Moderno Carlos Mérida, el legado de Azurdia provocó un desafío para el público de su generación, pero hoy, a más de veinte años de su partida, “no terminan de descubrirse los universos que poblaron su imaginación y desempeño como artista”.

Cotton establece que esa herencia de Fanjul fue posible por una desobediencia: “sus prácticas artísticas, realizadas con un espíritu rebelde e investigativo, los cuales rompieron con la tradición y abrieron nuevas rutas (…)”. De esa manera, sintetiza Cotton, Margarita pasó a la historia del arte nacional como pionera del abstraccionismo conceptual.

En un cuadro, en un papel, en cada figura que carga lagartos o serpientes o en un armario hecho santuario Margarita sigue mirando a la Guatemala que retrató.