Goza, además, de una perfecta salud. No visita al médico, no toma medicamentos y tampoco tiene prohibiciones alimenticias. Come de todo. Cuando se le pregunta cómo hace para estar tan sano, entre risas responde: “Es que usted no come igual que yo. Yo como lo menos posible, aunque tampoco me estoy muriendo de hambre. Mi teoría es que la gente consume demasiado. En mi caso, prefiero ensaladas y alimentos suaves. Algunos, a mi edad, dicen ‘yo no puedo comer eso y tampoco aquello’. Yo, cualquier cosa; eso sí, todo con prudencia, nada exagerado”.
El padre Gallo, como es conocido, nació en Turín, Italia, el 23 de junio de 1925. Vino a Guatemala a finales de 1961, cuando el proyecto de creación de la URL estaba naciendo. De ese año a la fecha ha sido profesor, vicerrector académico y rector en funciones en varias oportunidades. Ha escrito 15 libros sobre la antropología de la identidad, arte, hermenéutica, educación y Filosofía, que es su especialidad, ya que se doctoró en Letras y Filosofía en Barcelona, en 1956.
Vivió las penalidades y angustias de las guerras mundiales en su natal Italia, porque su país se involucró en estos conflictos armados. “No fui militar, solo sentí los efectos de la guerra; era difícil conseguir alimentos, no teníamos para comer. Tener el pan blanco era un sueño”, recuerda el sacerdote jesuita.
A continuación, un resumen de la conversación sostenida con el religioso en la residencia San Borja, de la URL.
¿Cuándo vino a Guatemala?
El padre general —en Italia— solicitó religiosos para América Latina y yo recién había terminado Teología, por lo que me puse a disposición. Al inicio tuve un poco de dificultad, porque tenía mi título universitario de doctor en Letras y Filosofía, pero al final aceptaron. En enero de 1961 me enviaron a Medellín, Colombia, a una especie de segundo noviciado, antes de empezar el trabajo definitivo.
En ese tiempo no había historia de drogas en aquella ciudad, era muy católica, organizada, culta y con grandes colegios. Allí estuve como nueve meses.
¿Y por qué se vino a Guatemala?
Le escribí al padre general para saber cuál sería mi destino y me contestó: “Póngase en contacto con Centroamérica”, lo cual hice inmediatamente. El viceprovincial de la región me comentó que en Guatemala había un grupo de laicos y jesuitas que estaban formando un patronato para fundar una universidad católica. Esos años, después de la Revolución de 1954, no fueron fáciles para los religiosos, por el anticlaricalismo que había. El padre Isidro Iriarte y el licenciado José Falla Aris, el papá del padre jesuita Ricardo Falla, eran algunos de los líderes de ese grupo. La organización había iniciado como en 1958 y el acta de fundación se concretó en septiembre de 1961.
¿Cómo fueron los primeros años de la URL?
Había un ambiente un poco ambiguo debido a que el obispo de Guatemala, monseñor Mariano Rossell y Arellano, le echó el ojo al grupo pensando que iba a ser su universidad, pero la Compañía de Jesús, que mandó cuatro o cinco jesuitas para trabajar en dicho proyecto, también pensaba que era una universidad de la Compañía. La mayoría, que eran laicos de Guatemala, de igual forma pensaron que sería una universidad guatemalteca al servicio de la fe cristiana, pero propiedad de ellos.
Desde finales de 1961, un grupo de intelectuales preparamos la organización de los decanos, los profesores y el contenido de las materias. También se principió a construir un edificio propio en la zona 10.
Comenzamos las clases, por las tardes, el 27 de enero de 1962 en el edificio del Liceo Guatemala, donde estuvimos hasta concluir el primer semestre, ya que en junio de ese mismo año nos trasladamos al edificio de la zona 10, donde estuvimos hasta 1976, porque después del terremoto nos trasladamos aquí, donde estamos ahora. El primer año ingresaron, creo, 127 o 137 estudiantes.
¿Qué cursos impartía?
Al inició, Lógica y nociones de Filosofía, pero conforme creció la universidad también empecé a hablar de Educación, del sistema bilingüe y del mapa lingüístico del país; es decir, que me pasé a la Antropología cultural, no física.
Al inicio solo funcionaron tres facultades: la de Derecho, que tenía solo una línea; la de Economía, que tenía Administración y Auditoría; y la de Humanidades, que estuvo integrada por los departamentos de Pedagogía y Psicología.
¿Vivió algún tipo de violencia en aquellos años a raíz del conflicto armado?
Nunca tuve dificultades, a pesar de que me movía de un lado a otro, de día y de noche. Una vez, como humanista, estaba tratando de conocer el país, sobre todo su arte y sus iglesias, así que me fui a Santa Cruz del Quiché. Como a las 18 horas emprendí el regreso, pero en el camino me topé con tres retenes y yo no portaba documentos; sin embargo, me dejaron pasar.
Eran otros tiempos, era un mundo más calmado, a pesar de que sabíamos que había problemas —guerra interna—, pero no existía ese ambiente de inseguridad que ahora se vive, donde matan en cualquier esquina.
¿Qué es lo que más recuerda de ese medio siglo de estar en el país y cuál considera fue su mayor aporte?
La URL se abrió al mundo indígena en 1975, y yo empecé a impartir clases de identidad nacional y en ese tiempo no había nadie que supiera el significado de esa palabra; hoy en día se lee en cualquier artículo de periódico.
Conocí el mundo interno de los pueblos de Guatemala, desde el punto del vista del arte, pero también observé la vida de cada uno de ellos, y como filósofo tuve que cuestionarme el hecho de que esos pueblos llevaban su ritmo de vida desde hacía siglos en un mundo ladino. Esto fue lo que traté de estudiar y escribí en algunos libros relacionados con este asunto, y eso quizá sea mi mayor aporte.
La mayor alabanza que he recibido de estos pueblos es cuando dicen: “El padre Gallo está con nosotros” —llora emocionado—. Esta ola de la identidad empezó a crecer y ahora los indígenas tienen conciencia de pueblo, de mayas y saben que tienen derechos.
Cuando habla de la identidad de los pueblos indígenas se emociona, ¿por qué?
Porque vi las diferencias de cultura y la dificultad para integrarse. Me emociono porque hemos vivido un cambio en la manera de concebir la comunidad humana en diferentes lugares.
Una vez viajé a Inglaterra y alguien me preguntó: ¿usted qué está estudiando?, y le dije: Guatemala, que es un país muy complicado porque se hablan muchos idiomas y estoy analizando cómo funcionan sus grupos. Él me respondió, “Nosotros no tenemos ese problema”, entonces le dije: “Si usted mira el periódico allá en las islas del norte de Escocia, están peleando para rescatar su lengua y tener el derecho de hablar su propio idioma”. Hoy, en Escocia votan para saber si se separan o no de Inglaterra. La historia ha ido caminando; nosotros no la hacemos, solo la observamos y Guatemala es parte de esa evolución.
¿Por qué se marcha del país?
Porque ya casi tengo 90 años y creo que ya no puedo tener el mismo ritmo, pues uno envejece. En la iglesia San Isidro la gente me dice que me voy sin su permiso. Siento mucho a Guatemala, pero regreso a mi provincia para tener una vida más sencilla. Allá voy a hacer cualquier cosa que el padre provincial me mande y si no me dice nada, sé lo que voy a hacer porque sigo siendo filósofo.
Cuando me vine de Italia había cinco provinciados y estaban totalmente organizados desde el noviciado hasta la formación y la teología, ahora solo queda uno y el grupo es pequeñito.
¿Qué siente al marcharse después de 52 años?
Es más de la mitad de mi vida, pero como soy jesuita estamos acostumbrados a organizar la vida a través de la meditación y la organización. La vida religiosa es igual en cualquier parte del mundo. Sé que hay algunos grupos que me añoran y no quieren que me vaya, pero es algo que tengo que hacer.
¿En Italia tiene familiares?
Algún hermano me queda, los sobrinos son muy pocos, porque en aquellos años las parejas no querían tener hijos.
¿Qué se lleva de este país?
Muchas cosas. Conozco Guatemala 10 veces más que los guatemaltecos. Conozco la historia del país y estuve en Chajul, Nebaj, Cotzal, Quiché, y en otros lugares celebrando la Pascua y la Navidad. Amo este país.