Sus misas a través de Guatevisión, sus homilías enérgicas y el haber sacado la primera procesión después de dos años de pandemia, hace apenas dos semanas, son algunos de los temas de esta conversación, así como algunos recuerdos de su infancia que fueron claves para su vocación.
¿Cómo se describe?
Soy una persona alegre, verdadera, amistosa y honesta, en el plano personal como sacerdotal. Me enseñaron que en la vida hay que enfrentar las cosas con verdad y firmeza. Soy muy fiel en la amistad. Tengo varios amigos en mis años de sacerdocio en Centroamérica, acogiendo en mi corazón a personas cercanas.
¿El recuerdo más bonito de su niñez?
Mi infancia fue fantástica. El día de mi Primera Comunión. Fui antes de misa con el sacerdote, de origen hispano, me puse de rodillas frente al confesionario y me pregunta: ¿Cuáles son tus pecados? Yo contesto: Es que me río de usted porque los pantalones le quedan cortos. Y reí por eso todo el día.
Ese mismo día, una persona mayor del pueblo me regaló mi primer anillo de oro, que tenía un corazón y las iniciales de mi nombre (OJAC), y mi abuela materna me llevó a una tienda donde podía elegir lo que quisiera. Pedí una cámara fotográfica Kodak de rollo y tomaba 12 capturas. Al revelar ese rollo, que aún guardamos en el álbum familiar; hay fotografías de mis primos sin cabeza, otros sin piernas. Esa fue de mis primeras experiencias con una cámara.
Pasaba mucho tiempo en casa de mis abuelos, que tuvieron 11 hijos, y tengo alrededor de 60 primos. Un ambiente familiar de mucha estima y amor. Mi padre, Félix Pedro, y mi madre, Celia María, me regalaron un tocadiscos con el que hacíamos shows en las tardes de vacaciones, donde era el artista principal. “Primer número: fonomímica. Orlando José bailando Pedrito lindo; segundo número: Orlando José, Acompáñame con María, que era la imitación de Rocío Dúrcal con Enrique Guzmán, y así sucesivamente. Cuando ya iba por el sexto número, los niños se aburrían de verme solo a mí. Y yo decía: ¿Quieren ver otros números? Si no salgo yo, pues me llevo mi tocadiscos”. Cobraba 5 centavos, y decía que era para ofrendarlo a las misas del Niño Jesús o la Virgen de Guadalupe.
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¿Cómo inició su vocación?
En el seno de mi familia, que es muy católica. Desde pequeño, inculcándome el amor a Jesucristo y la religión. Cuando tenía 5 años, mi Papito —Orlando Castrillo, abuelo materno— tenía una tienda en un pueblo de Nicaragua y me robaba los santitos pequeños que vendía, y todas las noches los ponía alrededor de mi cuna para que me cuidaran.
Hacía juegos de procesión con mis primos, porque creía que mi Mamina —Mila de Castrillo, abuela materna— era la mayordoma de los santos y dueña de la iglesia del pueblo. Entraba a celebrar el funeral de las muñecas de mis primas o a hacer misa.
¿Cómo tomó la decisión de ser sacerdote?
Terminé bachillerato a los 18 años. Le dije a mi padre que quería ser sacerdote y él respondió que debía ir a la universidad a buscar una carrera civil, y al tener ese título podía estudiar lo que quisiera.
Me obligaron a estudiar, e hice tres años de periodismo. Durante ese tiempo acompañé a un primo que estudiaba bachillerato en el Colegio Centroamérica, de la Compañía de Jesús, y al año me admitieron para el noviciado, en 1981. Pero pudieron más los lazos familiares y regresé a Nicaragua en 1982, a reencontrarme con los compañeros de periodismo.
Por el servicio militar obligatorio me enviaron a Miami, y por dos años trabajé limpiando oficinas y lavaba inodoros en el aeropuerto, durante ocho horas. Al ver mi capacidad laboral, aprendí a usar máquinas para lavar alfombras, pulir pisos, y por eso los sacristanes de La Merced se asombran de que puedo utilizar las máquinas, pero lo que bien se aprende no se olvida.
En 1983 inicié nuevamente el proceso vocacional, y en 1985 me aceptaron para entrar en Panamá. Le prometí a Mamina que me ordenaría el día de su cumpleaños, pero el 17 de enero de 1998 ella tuvo un derrame, un año antes, y previo a sala de operaciones le pidió a mi mamá que al ser ungido como sacerdote no faltara nada, y así fue. Es uno de los días más maravillosos de mi vida. Asumo en la parroquia La Merced el primer domingo de Cuaresma del 2009.
Conozco la parroquia La Merced como la palma de mi mano. He tocado desde una escoba, recoger basura, pulir el piso o recorrer desde las criptas hasta la cumbre de la cúpula.
¿Quiénes son sus grandes maestros?
Mi abuelo materno, que me enseñó a leer el periódico, y mi papá me enseñó a leer las caricaturas. Ellos, la parte masculina y trabajadora. La parte honda, profunda, cálida, sincera, con mucha energía, de mi abuela. La hospitalidad y empatía con los demás, de mi mamá. Un amigo de Nicaragua que falleció el año pasado y era restaurador de imágenes me enseñó el gusto por las artes, la delicadeza, lo maravilloso y el lado humano detrás de cada creación.
¿Cómo visualiza en este tiempo el mensaje de San Ignacio de Loyola —A.M.D.G., A mayor gloria de Dios—, ¿qué tiene cinco siglos?
El jesuita tiene que estar comprometido. Amamos al Jesucristo vivo, pero que también está en la representación de las imágenes de veneración, donde hay que conocer por qué un país ha conocido a La Merced a través de las eucaristías desde la pandemia.
¿Cómo ha sido su experiencia en Guatemala?
Aprendí a saborear los olores, el color y su gente. Por eso a Guatemala me la llevo en el alma. El chapín, cuando quiere a alguien, le abre las puertas de su casa, y eso sentí yo, me metí en el corazón de los guatemaltecos a través de la televisión, mis prédicas, la eucaristía, y eso no lo puedo comprar. He disfrutado cada segundo que he pasado en el país.
Hay mucho dolor y sufrimiento por los años de violencia, injusticia, círculos de poder y el ahogo que trajo la pandemia, pero también está matizado por la reconciliación, el perdón y las personas que buscan salir adelante pese a las adversidades.
¿Qué significan para usted Jesús de la Merced y San Judas Tadeo?
Son mis dos bastiones. En Jesús de La Merced está inscrita la misericordia y ternura de Dios. Él es la fuerza, coraje y pilar que me sostiene, donde he venido a llorar, a contarle y suplicarle muchas cosas. Debajo de la planta de su pie he tenido una notita donde le pedía por las personas que no me querían, para que las tuviera calmadas.
Al venir tenía como meta dignificar el culto a San Judas Tadeo, y lo logramos. Hay una solvencia moral, cristiana y económica, es un intercesor frente al trono de Dios para que nos ayude en nuestras necesidades. Durante los 13 años he leído cada una de las peticiones de la feligresía para que se les conceda el favor que desean.
¿Qué ha sido lo más difícil en sus años de sacerdocio?
Hacemos tres votos: pobreza, castidad y obediencia. El último ha sido el más difícil. Como dice uno de los evangelios, “iré a donde me envíes”, pero hay algo que el corazón se desarraiga y es donde entramos en conflicto, pero se requiere de madurez, equilibrio emocional, afectivo y psicológico.
Usualmente, un sacerdote predica y enseña, pero también aprende. ¿Qué le han enseñado todos estos años?
A tener más fe, y mi forma de retribuir, es dando más esperanza en un mundo lleno de agresividad, donde existen personas nefastas, pero que también son hijos de Dios. Por eso, en mis homilías me preparo leyendo a teólogos y libros de homilética que me dan un enfoque distinto en cada misa, donde a través de ejemplos de vida presento una esperanza en cada corazón.
¿Cuál será la nueva misión al retornar a Nicaragua?
Al terminar Semana Santa estaré como administrador en la enfermería del Colegio Centroamérica, en Managua, una casa de retiro para personas mayores, y acompañar en la última etapa de vida. La pandemia nos enseñó que en momentos difíciles había que irrumpir y dar un mensaje de esperanza en medio del miedo a los corazones lastimados, superando más de cien eucaristías.
Al irme seguiré conectado en las redes sociales, leyendo y explicando el evangelio todos los días; hacer una eucaristía dominical. Será complicado el desarraigo, pero Guatemala es parte de mi vida para siempre.
El sacerdote de origen salvadoreño Manuel Cubías será quien sustituya al padre Orlando Aguilar en la parroquia La Merced.