Revista D

Praga es un poema 

Una melodía de Mozart, un libro de Kafka y una cerveza son la compañía perfecta en esta mágica ciudad.

Espectacular atardecer en el barrio Malá Strana, visto desde el puente Carlos. 

Espectacular atardecer en el barrio Malá Strana, visto desde el puente Carlos. 

¡Ay Praga, hermosísima Praga! Es fácil enamorarse de la capital de la República Checa. Sus casitas, sus calles empedradas, sus tranvías, el río Moldava, el puente Carlos y sus enormes y encantadores castillos coronados por altísimas torres. Es una ciudad mágica que deja sin aliento a sus visitantes.

En este lugar, músicos y escritores han encontrado inspiración. Ahí fue donde Mozart compuso la ópera Don Giovanni, la cual estrenó en el Teatro Municipal en 1787; Milan Kundera escribió en repetidas ocasiones acerca de la antigua Checoslovaquia, mientras que Sigmund Freud desarrolló en ese lugar sus teorías.

Franz Kafka, sin embargo, es el hijo pródigo de Praga. Su obra está llena de temas y arquetipos sobre la alienación, la brutalidad física y psicológica y conflictos entre padres e hijos. También hay muchos personajes y aventuras de terror. El Museo de Kafka, a orillas del Moldava, ayuda a entender más al escritor.

Viaje inolvidable

En esta parte del mundo prácticamente es desconocido el español, pero se habla inglés y alemán. En cualquier caso es recomendable aprender unas cuantas palabras en checo, al menos para arrancarle una sonrisa a los locales. “Ahoj” es hola, “dekuji” es gracias, “pivo” es “cerveza” y “na zdraví” es “salud”.

Praga es pequeñita —tiene alrededor de 1,3 millones de habitantes—, por lo que los sitios de interés turístico se recorren en dos o tres días.

Para empezar se puede ir al Castillo de Praga, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Está en lo alto de una colina, por lo que hay unas vistas espectaculares.

Ahí está la emblemática Catedral de San Vito, cuya construcción demoró casi 600 años (1344-1929). Adentro está la tumba de San Juan Nepomuceno, hecha con plata maciza.

También está el Palacio Real Antiguo —residencia de los reyes checos hasta el siglo XVI—, la Basílica de San Jorge, la Capilla de la Santa Cruz y los palacios de Salmovsky, Schwarzenberg, Sternberg y Rosenberg.

Además, está la estrecha Callejuela de oro, con casitas diminutas. En la número 22 vivió Kafka por un tiempo.

A cinco minutos en automóvil —también se puede ir en bicicleta— está la Colina de Petrín, donde se puede descansar en sus bellos jardines.

Ahí está la Torre de Petrín, el Laberinto de los Espejos y el Observatorio Stefanik.

Para bajar la colina se puede utilizar el funicular, el cual lleva al bonito barrio de Malá Strana, cuya fundación data de 1257. Su pintoresca plaza está rodeada de tiendas de recuerdos, bares y restaurantes —se recomienda entrar a Lokal, que prepara comida casera checa —. Interesante es saber que en cualquier mesón la bebida “oficial” es la cerveza, que, incluso, es más barata que el agua embotellada.

Cerca está la llamada pared de John Lennon, llena de grafitis.

Una de las calles principales es Nerudova, llamada así por el escritor y dramaturgo Jan Neruda.

Continuando por el camino se llega al famoso puente Carlos, de estilo gótico y con 30 estatuas; su construcción empezó en 1357 y finalizó en el siglo XV. En un extremo están las torres de la Ciudad Pequeña; en el otro, la torre de la Ciudad Vieja. Se aconseja visitarlo en los amaneceres o atardeceres, pues el cielo brinda magníficos tonos de colores.

Al otro lado del puente está el barrio de Staré Mesto, que data del año 1100. Aquí se ubica el Ayuntamiento, en cuya pared sur está el Reloj Astronómico, que data de 1490 y cuyo mecanismo fue diseñado por el maestro Jan R?uze.

Cuenta la leyenda que Ruze fue cegado por las autoridades municipales de la época para que no duplicara tan magnífica obra en ninguna otra parte del mundo.

Hoy se congregan decenas de turistas cada vez que el reloj marca una hora en punto, pues salen pequeños muñecos que simbolizan a los apóstoles y otras estatuas mecánicas. Un espectáculo.

Al lado se encuentra la antigua Torre de la Pólvora. Ahí mismo está la Plaza de la Ciudad Vieja, en cuyo centro está la estatua que conmemora a Jan Hus, un teólogo y sacerdote de finales del siglo XIV y principios del XV, mandado a la hoguera por criticar a la iglesia católica.

También hay varios museos, entre ellos el Judío, el Palacio Kinsky y uno dedicado a la absenta —una fuerte bebida alcohólica—.

Entretenida caminata

Uno de los sitios más famosos de Praga es la Plaza de Wenceslao, edificada en honor a San Wenceslao, patrono de Bohemia.

El lugar, ubicado en la denominada Ciudad Nueva, es de los más importantes núcleos comerciales del país. Ahí conviven discotecas, hoteles, tiendas de lujo, restaurantes, bares, cafés y burdeles.

Al fondo está el imponente Museo Nacional, cerrado por remodelaciones hasta el 2016.

Una última vista

Para terminar el viaje, hay que regresar al puente Carlos y pararse frente a la estatua que representa a San Juan Nepomuceno, quien, por distintos motivos, fue arrojado al río Moldava por órdenes del rey Wenceslao de Luxemburgo.

Se dice que quien toque la placa que recuerda aquel suceso, volverá a Praga. Ojalá que sea cierto.

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