Revista D

Cuatro presidentes; varias anécdotas

Las visitas de los mandatarios a la provincia siempre han sido una excusa para promover su imagen.

Jorge Ubico (Foto Prensa Libre: Archivo)

Jorge Ubico (Foto Prensa Libre: Archivo)

En uno de sus tantos viajes a la provincia de Guatemala, el presidente Jorge Ubico solucionó una disputa de tierras que mantenían dos hermanos, a quienes escuchó durante unos 10 minutos. El dilema era cómo repartir la herencia, ya que cada uno pretendía quedarse con la mejor parte del terreno. Pero Ubico, cortando el altercado de tajo, dijo: “Bueno, esto se arregla así: uno divide y otro escoge”.

Las visitas de los presidentes a los pueblos fueron mucho más constantes desde el siglo XX y los motivos han sido siempre los mismos, según el historiador Miguel Álvarez: inaugurar obras, promover su imagen, ofrecer discursos llenos de promesas que se quedarán en el papel; y en las décadas más recientes, presentar al candidato del partido que participará en las próximas elecciones. Mientras tanto, las autoridades locales los reciben con música de marimba, adornos en las calles y discursos servilistas.

Solución a todo

Los viajes de Ubico, por ejemplo, se caracterizaron por llevar siempre a un grupo de auditores, los que tenían la orden de revisar los libros de cuentas. Pero, además, tenía por costumbre, al arribar a cualquier localidad, resolver problemas, desde disputas de tierras hasta conflictos familiares. “Cuando llegaba a los pueblos solucionaba todo con juicios salomónicos”, apunta Carlos Samayoa Chinchilla, en su libro El dictador y yo.

“Una vez discutiendo con el licenciado Rivas, su secretario y erudito legalista, sobre asuntos de justicia o más bien defendiendo su personal idea al respecto, —Ubico— declaró en rotundo corolario: ¡Mi justicia es la de Dios!”, asegura Samayoa Chinchilla, quien fue secretario del dictador.

Una de sus obsesiones era recorrer el país para supervisar la obra pública. En su mensaje a la Asamblea Nacional Legislativa, del 1 de marzo de 1943, dijo: “En los primeros meses de este año llegué nuevamente a los departamentos para enterarme de sus condiciones y necesidades, y me complazco en poder asegurar que los lugares situados en los 3 mil 253 kilómetros de mi trayecto revelan… la acción de las autoridades…”

Árbol presidencial

En una de sus giras, José María Reina Barrios se detuvo unos minutos bajo un árbol que encontró en la ruta entre Panzós y Tactic, en las Verapaces. Este suceso fue magnificado por los lugareños, quienes a raíz de esto bautizaron a esta planta con el nombre de Árbol del general Reyna y luego le colgaron un rótulo que decía: Histórico árbol del general Reyna Barrios.

En el libro Viajes presidenciales (1943), el escritor Federico Hernández de León relata que Ubico quiso saber la razón de este rótulo, así que un vecino de edad avanzada les contó “que durante aquel viaje a caballo que llevó a Reina Barrios de la capital a Cobán, Alta Verapaz, este vio el lugar tan bonito que dispuso almorzar bajo el árbol. No obstante, otras gentes mejor informadas dicen que el general solo se bajó a echar una meada”.

Alfabetismo a su medida

En su carrera desmedida por lograr la reelección presidencial, Manuel Estrada Cabrera comisionó a un amigo, 15 días antes de las elecciones, para que averiguara “a ciencia cierta y no oficial” cuántos indígenas sabían leer y escribir en Santa Catarina Barahona, Sacatepéquez, ya que durante el gobierno del general Barillas había figurado con bajo analfabetismo.

El personaje hizo el viaje y al final se dio cuenta de que solo sabía leer y escribir un indígena que ayudaba al cura. Probablemente muchos sabían leer y escribir, pero no lo confesaron, por desconfianza. El funcionario regresó e informó: “Señor presidente: los indios de Santa Catarina Barahona no aprendieron a leer ni escribir durante la administración de Barillas, como se le informó maliciosamente a usted, pero ya todo lo dejé arreglado para que voten y lo feliciten por escrito en las próximas elecciones…”. Y Estrada Cabrera respondió sonriendo: “Es suficiente, señor y amigo, es suficiente”, narra Samayoa Chinchilla en el libro El dictador y yo.

Fiestas al ego

Otra de las anécdotas de Estrada Cabrera se suscitaron durante las fiestas de octubre, en los templos de Minerva, pues tras los discursos saturados de servilismo por parte de los colaboradores del dictador, se obsequiaba un refrigerio y sobres de papel con dinero. “Mientras esto ocurría, a los pies de la diosa latina los maestros vendían los recibos correspondientes a sus salarios, por la imposibilidad de ser cobrados en la Tesorería de la Nación”, agrega Samayoa Chinchilla.

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