Revista D

Princesas mayas

La elección de Rabín Ajaw busca rescatar las tradiciones y costumbres mayas.

Martina Pérez Velásquez, de Joyabaj, Quiché, en un ritual maya durante el Rabín Ajaw 2014 (Foto Prensa Libre: Eduardo Sam Chun).

Martina Pérez Velásquez, de Joyabaj, Quiché, en un ritual maya durante el Rabín Ajaw 2014 (Foto Prensa Libre: Eduardo Sam Chun).

Uno a uno, los coloridos buses extraurbanos se estacionaban al lado del estadio Verapaz, en Cobán, Alta Verapaz. Ahí, en la tribuna Monja Blanca, estaba por celebrarse una ceremonia de purificación de máscaras tradicionales.

La gente, al ver las camionetas, empezó a sentirse ansiosa. “Ya vienen las patojas”, decían unos, emocionados. En cuestión de segundos, saltaron a la vista varias cámaras y teléfonos celulares, listos para captar una retahíla de imágenes.

Las puertas de los autobuses se abrieron y los flashazos empezaron a iluminar aquella fresca noche de finales de julio. Con paso firme fueron descendiendo 110 jóvenes indígenas provenientes de todo el país. Todas con excepcionales y coloridos trajes típicos. “¡Qué hermosas!”, exclamaban entre el público. Se apreciaba un extenso catálogo de cortes, huipiles, tocoyales, tapados, velos y paños. También una gran variedad de joyas, como chachales, collares y aretes. Algunas llevaban morrales de maguey, jícaras, canastas o candelas. Ninguna iba con zapatos de tacón; en cambio, lucían sandalias tradicionales.

Aquellas mujeres, de entre 15 y 25 años, eran las candidatas a Rabín Ajaw, que en q’eqchi’ significa “hija del rey”. Todas iban felices. Se notaba, además, la amistad que habían forjado entre ellas.

En eso tronaron los cohetes. A la vez, desde adentro del recinto, se escucharon las notas de la marimba y la chirimía. Todo muy ceremonioso.

La hija del rey

La elección de la Rabín Ajaw, la máxima representante de la mujer indígena guatemalteca, tiene raíces en la primera mitad del siglo XX. “En 1936, durante la Feria de Cobán, se empezaron a hacer desfiles y noches culturales para mantener vivas las tradiciones”, explica Agustín Alfredo Hun, presidente del Festival Folclórico Nacional —el organizador del evento—. “Así surgió la elección de la India Bonita Cobanera, entre las indígenas, y la Flor del Café, entre las ladinas. El público, con sus aplausos, las elegía en la plaza”, agrega.

En la década de 1960, la India Bonita Cobanera cambió su nombre a Rabín Cobán, y al mismo tiempo nació la elección de la Princesa Tezulutlán, cuyo título le confería la representación de las mujeres de las Verapaces.

En 1969, un grupo de maestros, encabezados por Marco Aurelio Alonso, invitó a los demás departamentos del país a recuperar la riqueza cultural de los pueblos mayas, enalteciendo sus trajes ceremoniales, idiomas, danzas, música y cosmovisión. Con ello surgió la elección de Reina Indígena Nacional, que en 1971 pasó a llamarse Rabín Ajaw. Su primera ganadora fue Catarina Ortiz Jiménez, de Ixtahuacán, Huehuetenango.

Dos años más tarde, Eduardo Cáceres Lenhoff, vicepresidente guatemalteco, regaló a la vencedora una corona de plata con adornos de jade y colas de quetzal, cuya tradición se mantiene hasta ahora.

“Esto se organiza durante las fiestas en honor a Santo Domingo de Guzmán, patrono de Cobán”, explica Hun.

De influencia

“La Rabín Ajaw representa la cultura maya, en específico a la mujer indígena”, indica Marleny Macario, quien ostentó el título 2005-2006. “Más allá de dar a conocer nuestra identidad, es responsabilidad nuestra fortalecer la participación de las féminas en los distintos sectores de la sociedad y exigir que sus derechos sean respetados”, añade.

De hecho, algunos discursos de las 110 candidatas portaban fuerte carga política y social. “Es lamentable que en Guatemala se nos discrimine. ¡Mujeres, es hora de levantarnos y hacer valer nuestros derechos!”, exclamó Cristina Florinda Cumpal Chiyal, la joven quiché de 18 años representante de Santa Clara La Laguna, Sololá, en su ferviente disertación.

La misma pasión se escuchó entre las demás candidatas. Algunas se refirieron al femicidio o al hecho de que muchas niñas y adolescentes guatemaltecas queden embarazadas. “Tenemos que poner en práctica los valores que nos han dejado nuestros abuelos y abuelas. Por ello, debemos respetar cada una de las etapas que vivimos”, dijo una de ellas frente a un numeroso público.

El mismo tono se mantiene cuando las señoritas se convierten en Rabín Ajaw, una figura de gran influencia.

Un ejemplo es el de Sara Mux Mux, Hija del Rey 2010-2011, quien desarrolló actividades destinadas a apoyar la defensa medioambiental y de los derechos de los pueblos indígenas.

Esto, por supuesto, no es algo actual, sino parte de movimientos indigenistas que surgieron a principios del siglo XX, los cuales “buscaban glorificar el pasado indígena de los países latinoamericanos”, indica el estudio Rabín Ajau: Mayanidad por medio de la belleza, de Jon Schackt, doctor en Antropología Social de la Universidad de Oslo e investigador del programa Maya Competence Building. “En el México pos revolucionario se utilizó la ideología indigenista para la construcción de un sentimiento de nación”, refiere.

Tal cuestión no sucedió en Guatemala. Jorge Ubico, de hecho, pocas veces permitió las representaciones indígenas. En esas escasas ocasiones, según la memoria de Cobán, mandó a pedir músicos de Alta Verapaz para que se presentaran en la capital. Y ni siquiera se les dio transporte; llegaron a pie a cambio de poco o nada de paga.

Pero las cosas cambiaron con los presidentes Juan José Arévalo y Jacobo Árbenz, quienes, a través de varias iniciativas, mostraron interés por la preservación de las expresiones culturales indígenas. Incluso, el Instituto Indigenista Nacional fue fundado en 1945. “Los proyectos de preservación folclórica contribuyen al invento de la tradición, los cuales podrían servir como una clase de civismo para la nación”, apunta Schackt.

Ese proceso se detuvo cuando entró al poder Carlos Castillo Armas, en 1954, pues los lenguajes simbólicos a través de las tradiciones se asociaron con los gobiernos de izquierda de sus predecesores. Pero hubo un giro en 1959, ya que el indigenismo reapareció, pero con disfraz militar. El primer paso lo dio el presidente Miguel Ydígoras Fuentes, quien proclamó el 19 de abril como el Día Nacional del Indio, levantó un monumento en honor a Tecún Umán, puso nombres mayas a algunas unidades militares y animó concursos para elegir reinas indígenas. Estos últimos eventos, hasta entonces, solo se celebraban esporádicamente en las ferias de pueblos grandes.

Los gobiernos militares se dieron cuenta de la importancia de estas expresiones indigenistas y los hicieron propios, para parecer estar cerca de la gente. “La Rabín Ajaw, en efecto, tuvo una gran incidencia política durante el período de la guerra interna”, admite Hun.

En diferentes ocasiones se observó a militares entregar la corona, como el presidente general Romeo Lucas García. “Estos concursos servían para manipular y hacer crítica a la guerrilla”, agrega Hun.

La ex Rabín Ajaw Mux Mux indica, vía telefónica, que cuando fue electa escuchó rumores sobre “cosas oscuras dentro de los jurados”. “Estos casos podrían aún darse, porque los alcaldes y gobernadores anhelan que las representantes de sus regiones ganen y, de esa forma, utilizar la imagen de la Rabin Ajaw para fines políticos”, apunta. “Por eso, ellas deben tener criterio, no dejarse manipular y trabajar en beneficio de la población”.

Hoy, el comité organizador afirma haber cambiado su estructura; ahora es civil.

Tradición

Las señoritas, con su tradicional vestuario ceremonial, escucharon atentas a sus compañeras. El turno en el estrado fue para Alicia Santos, de San Marcos La Laguna. “Me siento feliz al verlas con sus trajes coloridos, pero también me entristece saber que muchas los han dejado de usar. El traje no es vergonzoso; es una herencia de nuestros antepasados, y por eso tenemos que respetarlo y valorarlo”, dijo.

Coincidió con ella Jeniffer Valentina Cumes Cumes, 22, de la etnia kaqchikel de San Andrés Semetabaj, Sololá. “Tengo la dicha de vestir un huipil, un rebozo, un corte y un listón. Hay que enaltecer nuestra cultura. No hay que perder nuestra identidad”, expresó.

Muchas estuvieron de acuerdo con que la identidad maya se ha perdido con el paso del tiempo. Así lo declararon también las ganadoras de los concursos de belleza ladinas de Alta Verapaz que fueron invitadas al evento Rabín Ajaw. “La cultura maya se pierde”, expresó Mónica García, Nuestra Belleza Monja Blanca. Pero, al tiempo, admitió no conocer sobre esa costumbre. “¿Habla de un rey? La verdad es que no tengo mucho conocimiento”.

Gabriela López, Señorita Cobán, indicó estar orgullosa de las costumbres mayas. Pero, a la vez, afirmó que era la primera vez que asistía a la celebración.

Un integrante de la Comisión organizadora del Festival Folklórico Nacional, quien prefirió el anonimato, expresó que la diferencia entre los certámenes femeninos ladinos e indígenas es que los primeros se basan en la belleza física y un “discurso vacío”, mientras que en los segundos hay un contenido sólido que se preocupa por la mujer y sus raíces mayas. “La Rabín Ajaw se compromete en sus comunidades y pone en marcha proyectos de desarrollo económico y social”, explicó.

El estudio de Schackt también se refiere a ello. “Las indígenas no se eligen por su apariencia, sino por su capacidad para representar la autenticidad cultural”, se lee.

Profundiza aún más, y cita el caso de 1999, cuando las tres finalistas del concurso Monja Blanca respondieron a preguntas sobre asuntos sociales y políticos de interés común, como los acuerdos de paz o la necesidad de proteger el medioambiente. “Sus respuestas tenían un significado político menor que el de las candidatas en certámenes indígenas”, escribe.

Además, detalla los procesos de elección y del significado que adquieren en el civismo guatemalteco. “Los concursos de belleza tradicionales —de ladinas— no favorecen a aquellas chicas con fisonomía amerindia, pero cuando participan a nivel internacional —Miss Universo, por ejemplo— acuden a la simbología maya para mostrar la autenticidad nacional de Guatemala (…). Esto es un buen ejemplo de cómo los símbolos indígenas son apropiados para la construcción de la nación, sin necesariamente incorporar a los indígenas en el proyecto”, refiere.

Rabín Ajaw

Entre finales del siglo XX e inicios del XXI, el evento pasó por muchos problemas. “En el 2002 hubo confusiones en el jurado calificador, por lo que no hubo coronación”, apunta Hun. “Luego hubo denuncias contra el comité por mala administración y, al final, la Rabín Ajaw se convirtió en un asunto de mercadeo. Incluso, una de las ganadoras empezó a salir en anuncios de champú. Los problemas se solucionaron y ahora vuelve a ser lo de antes; es decir, es un certamen para elegir a una digna representante de la mujer indígena guatemalteca”, añade.

Mux dice que, lamentablemente, “algunos ven a las Rabines como objetos folclóricos o de feria”, pero que hay otros que las ven como “protagonistas de cambio dentro de sus comunidades o departamentos”.

En cualquier caso, el evento ha vuelto a florecer. Las actividades son variadas e incluyen ceremonias mayas en sitios sagrados, caminatas por las calles de Cobán para presentarse al público, velación de máscaras, quema de cohetes y bailes tradicionales.

En cada ritual, las señoritas muestran respeto y cordura. Participan activamente y tratan de aprender y obedecer a lo que les dice un sacerdote maya.

Ahí, en la tribuna Monja Blanca del Estadio Verapaz, las jóvenes siguen con atención los movimientos del guía espiritual, quien purifica una decena de máscaras tradicionales que luego utilizarán los danzarines durante la coronación de la Rabín Ajaw que, para el 2014-2015, se eligió a Annytha Julissa Pérez Cholotío, de San Juan La Laguna, Sololá.

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