Revista D

Una enfermedad le quitó la vista, pero no sus sueños

Yolanda Martínez Torres solo percibe luces y sombras. Eso, sin embargo, no ha impedido que se supere. Desde la década de 1980 ha sido orientadora vocacional y profesora de ábaco.

Yolanda Martínez Torres imparte clases de ábaco desde hace 35 años. Foto Prensa Libre: Érick Ávila.

Yolanda Martínez Torres imparte clases de ábaco desde hace 35 años. Foto Prensa Libre: Érick Ávila.

Camina con la ayuda de un bastón, pues, cuando tenía unos 30 años, empezó a perder la vista debido a la retinitis pigmentosa, una enfermedad progresiva. “Ahora solo veo luces y sombras”, expresa Yolanda Martínez Torres (Quetzaltenango, 29 de abril de 1940), quien desde 1982 ha sido orientadora vocacional y profesora de ábaco en el Centro Educativo para Niños con Discapacidad Visual Santa Lucía, del Benemérito Comité Pro Ciegos y Sordos de Guatemala.
Afirma que su condición no la ha limitado a llevar una vida normal. Lo que extraña es leer, ya que ese era su pasatiempo favorito. “Hay audiolibros, pero no se le siente el mismo sabor”, comenta.

¿Cómo fue su niñez?

Normal. Para entonces podía ver. Estudié y me encantaba leer.

¿Qué tipo de libros le gustaban?

Los cuentos infantiles. Son fascinantes las historias de Charles Dickens y Hans Christian Andersen. De joven me interesé por las novelas románticas, así como por las policíacas y de misterio. A la par de eso, la poesía.

¿Cuándo empezó a perder la visión?

Fue cuando estudiaba Ciencias Químicas y Farmacia, en la Universidad de San Carlos. Solo pude llegar al tercer año de la carrera, pues me costaba leer. Recuerdo que tenía que usar lupa para ver las letras.

¿Se casó?

Sí, con un abogado, pero él falleció hace 14 años. Tuvimos una hija y ahora soy abuela de dos niñas. Al casarme me dediqué a las labores del hogar. Después empecé a impartir clases particulares de Matemática.

Se dice que hay muchas personas que no aceptan esta condición. ¿Usted se rehusó a recibir rehabilitación?

Es cierto; eso sucede bastante. Mi caso fue diferente, porque fui yo quien buscó ayuda. Es importante hacerlo, porque se nos enseña a vivir de mejor manera.

¿Cómo se sintió al saber que perdería la visión?

No me impactó, ni me entristeció, ni me deprimí, ni me desesperé. Traté de llevar mi vida como antes.

¿Qué edad tenía?

Cuando empecé a perder la vista, alrededor de 30. Casi una década después, doña Elisa Molina de Stahl, quetzalteca fundadora del Benemérito Comité Pro Ciegos y Sordos de Guatemala, me ayudó en mi rehabilitación y me dio la oportunidad de trabajar en el Centro Educativo para Niños con Discapacidad Visual Santa Lucía. Aquí he estado por 35 años.

¿Escribe?

Sí, he escrito poemas como El chico del bastón, Ojos oscuros, En septiembre, Disfraces, Esas manos, Ad eternum, Madrigal a una sonrisa y La voz y el silencio de Elisa, dedicado a la memoria de Molina de Stahl. Este obtuvo el segundo lugar en el II Certamen literario Tifoletras (2017), y fue publicado en el libro Con luz propia, editado por el Comité. La primera estrofa dice así: “Era tu voz de Sol, de nube y fuego / la que encendió ilusiones apagadas, / y reanimó las almas agobiadas. / Y fue el faro de luz para los ciegos”.

¿Tiene cuentos?

Sí. Estos tratan sobre niños, pero no son aptos para ellos, ya que son impactantes. Entre ellos están, Alas en la noche, Una pequeña angustia, El bazar de los muñecos sin ojos, El nivel de la ternura y Lolito; este último ganó el primer lugar en unos Juegos Florales de Cuilapa, Santa Rosa, en la primera mitad de la década de 1990. Asimismo, está Cuando todo se agota, en el cual me adelanté en el tiempo, porque hablo de muchas computadoras, puertas electrónicas y máquinas que hablan. Al final, trata sobre la búsqueda de la paz.
También tengo obras de teatro, las cuales he titulado De malas pulgas, Mau visita la Tierra, La máquina del tiempo y Cuando la cigüeña comete un error.

Fue autora del Himno del Benemérito Comité Pro Ciegos y Sordos de Guatemala, ¿cierto?

Quiero tanto a la institución que le creé el  himno, el cual fue musicalizado por un compañero ciego, Fernando Zarceño. Eso creo que fue en 1982.

¿Ha escrito más canciones?

Sí. Una de ellas es Un mundo mejor (1984), la cual participó en el Festival OTI.

¿Cuándo empezó a trabajar para las instituciones del Comité?

Fue en 1982. Era orientadora vocacional y, como su nombre lo indica, orientaba a los jóvenes de acá que, en el diversificado, se iban a incorporar a instituciones donde había chicos videntes y con audición.
Considero que los consejos de ese tipo son necesarios, pues muchos de ellos aún no se dan cuenta de las limitaciones que pueden hallar en el mundo.

¿Cuáles, por ejemplo?

Lo que pasa es que algunos desean estudiar enfermería o secretariado, lo cual no es posible. En cambio, sí se puede tomar un trabajo de recepcionista-telefonista. Otros casos son los de niños que quieren ser pilotos aviadores, de vehículos livianos o pesados, bomberos o policías. Como orientadora, debía indicarles qué tipo de cosas podían atender y qué no, sin causarles dolor.

¿Qué es aconsejable estudiar en el diversificado?

Bachillerato o magisterio. No se recomienda perito contador. En la universidad, muchos se han inclinado por Ciencias de la Comunicación, sobre todo en la radio, así como Psicología o Politología.

Usted también ha sido profesora de ábaco.

Fui la primera maestra de esa materia en la institución. Empecé en 1983.

¿El ábaco para chicos ciegos o con deficiencia visual es diferente?

Básicamente es el mismo, pero con algunas adaptaciones, como tener una tapadera como fondo, pues el japonés normal solo es un bastidor.

¿Qué tipo de operaciones se pueden efectuar?

Todas las aritméticas, así como fracciones ordinarias, mixtas, potencias, raíces cuadradas y cúbicas, números de base dos, regla de tres simple, inversa y directa, porcentajes y cálculo de capital e interés.

Aparte de la habilidad mental, ¿en qué beneficia aprender ábaco?

Hay varias cosas, como mejora en la movilidad de los dedos y coordinación cerebro-manos.

¿Cree que la tecnología nos ha vuelto perezosos para efectuar operaciones matemáticas?

Definitivamente. Hay estudiantes con visión que vienen acá y traen su celular para calcular. Yo les digo: “¡Si vienen a estudiar ábaco, ¡empleen el ábaco!”. Pero eso no sucede solo acá. Es increíble que ahora, en general, la gente no pueda realizar operaciones matemáticas sin calculadora.

Tengo entendido que usted le adaptó el punto decimal al ábaco.

Exacto, eso fue hace 25 años. Ideé algo porque detecté la dificultad que muchos niños tenían al momento de efectuar operaciones de ese tipo.

¿También sabe Braile?

Fui traductora, pero al principio; fue poco tiempo la verdad. No me gusta el Braile.

Pero supongo que su gusto por la literatura no ha mermado.

No, para nada. Ahora no leo en Braile, pero consigo audiolibros. Adoro Los miserables, La divina comedia, El Mío Cid, Don Quijote de La Mancha o El Jorobado de Notre Dame, así como las obras de Gabriel García Márquez. De los autores nacionales, Pepe Milla.

¿Dónde consigue los audiolibros?

En la Biblioteca Nacional, pero también hay bastante material en internet. 

¿Alguna vez se sintió discriminada?

No, pero sí incomprendida. Por ejemplo, he llegado a lugares y pregunto dónde está tal oficina, y ellos viéndome con el bastón, me dicen: “Para allá, mire… va a encontrar a un muchacho de corbata roja, en la ventanilla número ocho”. Otros simplemente dicen “para allá”, y una no sabe a dónde. Considero que hace falta educar a la población.

¿Cuáles son los principales obstáculos que encuentra en la calle?

Una se encuentra con alambres, motos, bicicletas, canastos o cajas en las aceras. Igual, cajas de teléfonos o de electricidad, o agujeros, que son terribles. Una vez, incluso, me caí encima de un bolo que estaba cruzado. Todo eso se tiene que soportar.

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