“Crecí en la colonia Saravia, zona 5 de la capital. Había gente mala, pero preferí relacionarme con chavos con quienes compartíamos el gusto por la música”, cuenta.
Aquella era la década de 1990, en plena época dorada del rock nacional, de cuando en la radio se escuchaba a Ricardo Andrade, Bohemia Suburbana o Alux Nahual. Todo muy intenso. El Tiburón (mote que surgió entre un grupo de amigos) por supuesto, no fue ajeno al movimiento. “Cierto día, un cuate llevó una guitarra y empezamos a sacar algunas canciones”, recuerda. “Principié a cantar en la calle, sin preparación”, agrega.
Pero la gente quedaba satisfecha con lo que escuchaba y lo empezaron a felicitar. “Qué bien cantás”, le decían. De esa forma se dio cuenta de su potencial, de que podía explotar sus cuerdas vocales. También descubrió su pasión por la música.
Aguas turbulentas
“Algún día estaré ahí arriba, en los escenarios”, pensaba el Tiburón cuando iba a los toques de Viento en contra o de Tavo Bárcenas.
Con ese sueño en mente, con sus amigos de barrio, se formó el grupo de rock Insomnio.
Apenas lo lograron, pues solo contaban con un amplificador de dos canales, una batería estándar, una guitarra, un micrófono y unas bocinas adaptadas de un equipo de sonido. “No había plata para comprar instrumentos Marshall, Gibson o Sure”, explica. Eso sí, a los entonces adolescentes les sobraban las ganas.
“Tuvimos nuestro primer toque en un bar, pero nos echaron”, narra. “¡Éramos muy malos!”, añade, entre risas. Pero es que tenían el talento, pero no lo habían pulido. El Tiburón nadaba en aguas turbulentas.
Para superar ese obstáculo, la banda se puso a ensayar fuerte.
Tiempo después volvieron a presentarse, en esa ocasión en un antro de Cuatro Grados Norte. El cambio fue notorio y se fueron para arriba.
Después, el Tiburón tomó clases de canto con Íngrid Loarca, con quien estuvo por varios años.
El destino, con sus idas y vueltas, le hizo separarse de Insomio y, luego, formar parte de la Cantina Music Project, también para los seguidores del rock. “Mucha gente piensa que ese género musical es ruido, bulla, pero lo cierto es que requiere de un trabajo enorme”, expone.
De aguas dulces y saladas
Hoy, Álvarez Méndez tiene dos proyectos musicales que son completamente dispares.
Por un lado está su banda de rock Viaje Directo. También es integrante del grupo de ritmos tropicales Phono Sappiens.
“El rock está en mi ADN, pero asumí el reto de incursionar en la cumbia”, cuenta.
Viaje Directo se presenta una vez al mes en distintos bares del Centro Histórico. Su especialidad es ejecutar títulos de íconos del rock guatemalteco —Andrade, Bohemia, Alux o Razones de cambio, por ejemplo—, así como interpretar covers de grandes de las décadas de 1970, 1980 y 1990 en inglés, entre ellos Eric Clapton, Creedence, Nirvana, Greenday o Radiohead. Incluye, también, a la legendaria banda española Héroes del Silencio.
La noche del próximo 19 de marzo, Viaje Directo será telonero de la presentación de Viento en Contra, en Jack’s Place de la zona 1.
En cumbia, con los Phono Sappiens —con ese nombre se les encuentra en Facebook— ejecuta aquellos temas clásicos “de fiesta”, como El Súperman.
Con ese grupo participa con Emilio Velásquez —bajo—, Julio Pérez —güira—, Gustavo Ruano —conga—, José Carrera —batería y percusión latina—, Léster Rosales —trompeta— y David Bran —teclado y director musical—.
En cualquier caso, este cantante pone todo de sí en el escenario. Es el que hace empatía con el público. El que pone a la gente a saltar, a corear. Con cumbia o con rock, Víctor Álvarez Méndez, el Tiburón, cumple su sueño de estar arriba, en los escenarios. Desde ahí se desgarra la garganta para que todos se la pasen bien.