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Ferguson, el hombre que llegó al Manchester y lo convirtió en imperio

El mundo ha cambiado desde aquel día, 39 años atrás, cuando Álex Ferguson, hijo de un chapista en la industria náutica y nacido en el barrio obrero de Govan, en Glasgow, inició su andar como entrenador.

El técnico escocés Alex Ferguson creo un imperio en el Manchester United. (Foto Prensa Libre: AFP<br _mce_bogus="1"/>

El técnico escocés Alex Ferguson creo un imperio en el Manchester United. (Foto Prensa Libre: AFP

En su primer día en el East Stirling, su primer equipo, allá por 1974, Alec, como lo conocen los amigos, le pidió al presidente la lista de jugadores del club. “Era un gran fumador, le daba a los cigarrillos sin parar. Le pregunto eso y se pone a temblar, aspirando humo a cien por hora. Me dio la lista: teníamos ocho jugadores; ninguno era portero”.

Ferguson le dio su primer consejo a un directivo: “Hombre, lo mejor es tener un guardameta”. El presidente prometió que hablaría con la junta, que acabó acumulando ¤2 mil 200 para fichajes, sueldos y renovaciones. De Gea le costó ¤20 millones, y dejó a seis porteros entre el primer equipo y el reserva del Mánchester United. El preparador escocés se metió en su primer banquillo “ciego”, solamente con el carné de entrenador que se sacó a los 24 años y su experiencia como futbolista modesto. Pero pronto recuperó la vista.

Pero la historia de Ferguson no es como se está contando, con sus títulos, su gran secreto —renovar la plantilla cada tres años, empezando por alguna de las estrellas—, que fue el líder de la transformación del Mánchester United de club de futbol a marca universal, o el recuento de todo aquello que lo ha convertido en una leyenda del futbol y el entrenador británico más condecorado de la historia, con título de sir incluido. Ni tampoco son las memorias del Ferguson que trabajó de representante sindical y aprendiz en una fábrica de herramientas o regente de un par de pubs de Glasgow mientras jugaba de delantero centro, de los que usaban mucho los codos. De esas historias hay muchas, o en todo caso las dejamos para otra ocasión. Hay otro Ferguson, uno que la gente prefiere ignorar u olvidar. Alec fue también un poco déspota, detrás del encanto de su sonrisa de tío majete y mucho mejor adaptado tácticamente al futbol moderno de lo que se cuenta. Esta es pues la historia del Ferguson que tanto se temía y del Álex que supo evolucionar con los tiempos.

El otro lado

Nada es por casualidad. Su intransigencia, dureza, confianza en sí mismo; todo ello viene de donde viene: de las calles de Govan, donde la lealtad es la principal regla. Necesitó imponerse desde el primer día y mantener así la distancia con el grupo. Así, tras ganar su segunda final de copa consecutiva con el Aberdeen, en 1983, en una victoria ajustada contra el Rangers por 1-0, Ferguson decidió dejar claro en público y en privado que el partido había sido una basura, que su equipo había estado pésimo. De ninguna manera podía nadie felicitarse y celebrar un triunfo que procedía de una “actuación lamentable”.

Había nacido, pues, el secador de Ferguson, esa manera de gritar al futbolista en el vestuario, cerca del rostro del chaval, escupiendo palabrotas e ideas, que surgió pronto en su carrera —por cierto, uno en forma de pastel fue el regalo de la Prensa en su última conferencia como entrenador del Mánchester United—. Lo sufrieron Gordon Strachan, Paul Ince, Roy Keane, Ruud van Nistelrooy, David Beckham, Wayne Rooney. Su absolutismo fue consistente y nunca tuvo ni quiso un solo futbolista más grande que el club. Como, por otro lado, debe ser. Cuando líderes de vestuario como Paul McGrath, Jaap Stam, Keane, Van Nistelrooy, Beckham fueron expulsados de Old Trafford por Ferguson, la relación entre ellos se rompió. No le importó nada.

Sus enfrentamientos con otros preparadores son memorables. Kevin Keegan perdió el control tras un cuidado y sistemático goteo de presión verbal de Ferguson. Hay un video donde se ve a Keegan atacado por los nervios —1996—. “Me encantaría, me encantaría verles perder”, gritaba el entrenador del Newcastle que vio cómo su diferencia de 12 puntos con el Mánchester United se fue reduciendo drásticamente hasta perder la liga y quedar a cuatro puntos de sus rivales.

Con Arsène Wenger la lucha por la preeminencia de la Premier fue tan personal como profesional. Cuando en el 2002 Ferguson dijo que el Arsenal que había ganado la liga y copa era un conjunto que jugaba poco al futbol, Wenger contestó con la brillante frase: “Todo el mundo cree que su mujer es la más guapa”. Dos años después se produjo una batalla de pizza en el túnel de vestuarios en Old Trafford tras la victoria del Arsenal.

En marzo último, Ferguson se negó a darle la mano a Rafa Benítez, quizá el entrenador que sufrió las mayores injurias privadas del escocés y que menos apoyo ha recibido de sus compañeros de profesión. En una ocasión, Sam Allardyce y Steve Bruce orquestaron, tras conversar con sir Álex, sendas ruedas de prensa contra Benítez y el Liverpool, para añadir presión al entrenador español. Desde el momento en que Ferguson estableció que su mayor reto era “echar del jodido pedestal al Liverpool” —y finalmente batirlos en el número de ligas conseguidas—, las relaciones entre ambos clubes nunca iban a ser amistosas.

Los equipos rivales sienten que es muy complicado ganar en Old Trafford: los árbitros se equivocan muy pocas veces contra el Mánchester y siempre hay demasiado tiempo de prolongación si el United no está ganando. La confirmación de lo primero es, entre otras cosas, la admisión del exárbitro Jeff Winter, quien afirmó en su autobiografía que iba al campo del Mánchester muy presionado por Ferguson y eso le impedía a menudo tomar las decisiones más justas. Lo segundo tiene un nombre, Fergie time, confirmado estadísticamente por la BBC: su equipo, si iba perdiendo, acostumbraba a tener una media de 79 segundos más que cuando iba ganando. Así, por cierto, ganó la Copa de Europa en Barcelona ante el Bayern, en 1999.

Los seleccionadores ingleses han tenido que luchar, no siempre con éxito, para conseguir que el United les deje jugadores que participaron el fin de semana anterior a una convocatoria para caer lesionados antes de unirse a la selección y recuperarse milagrosamente antes del siguiente partido.

Y queda la Prensa, con la que estableció una relación de admiración, miedo y odio. No cabe ningún sentimiento más. Todos los corresponsales en Mánchester han tenido la entrada a la ciudad deportiva de Carrington prohibida en alguna ocasión. Incluida la televisión del club, con quien se negó a hablar durante unos meses del 2011. La más famosa de esas batallas mediáticas la tuvo con la BBC, a la cual no dio ni una entrevista durante siete años, tras haber mostrado su disgusto por un documental en el que se hablaba de las actividades de Jason Ferguson, su hijo e intermediario. Nunca llevó, como prometió, a la BBC a juicio por las acusaciones vertidas. Descubrió en rueda de prensa la homosexualidad de un periodista, mintió a su mejor confidente, pese a que pudo haberle supuesto perder su trabajo, y siempre ha considerado a la Prensa como un “enemigo” al que no hay que darle ni agua. Pese a que la utiliza siempre que lo considera necesario.

Con los tiempos

Se dice que Ferguson no tiene mucha idea de táctica. De hecho, sus equipos triunfaron con facilidad en la liga inglesa, pero fracasaron en Europa a menudo. Sin embargo, evolucionó tácticamente y siempre estuvo pendiente de las tendencias futbolísticas, dispuesto pues a cambiar una plantilla y reciclar o adaptarla.

Muy pocos entrenadores, quizá por la marcada inseguridad de su trabajo, admiten haber cometido errores. Pero Ferguson no tiene ninguna dificultad en hablar del desliz de fichar a Juan Sebastián Verón, de cómo aprendió de sus experimentos fallidos de camino a batir a su amigo Marcello Lippi a finales de los años de 1990, o de su poco ojo para porteros, como demuestran sus fichajes de Massimo Taibi y Mark Bosnich. Pero también del acierto de contar con Carlos Queiroz, que le abrió los ojos para ver hacia donde iba el futbol.

Quizá su mayor cambio, el mejor ejemplo de esa evolución y de su valentía para no dormirse, se produjo en el 2000 tras ganar la liga, copa y Liga de Campeones la temporada anterior. Un partido le hizo ver que o renovaba o moría, pese a estar en ese momento primero de la Premier a 10 puntos del segundo y en cuartos de final de la máxima competición europea: el encuentro de vuelta contra el Real Madrid.

Tras empatar a cero en Madrid, el claro favorito, a ojos de los medios ingleses, era el Mánchester que había estado excesivamente cauto en el Bernabéu. Pero Del Bosque fue el vencedor de la batalla táctica, con un experimento que incluía tres centrales y dos delanteros, en un 3-3-2-2, que finalmente los llevó a ganar aquella competición. El Madrid marcó en tres ocasiones y el Mánchester casi le da la vuelta a un partido muy abierto, pero el 2-3 final reflejaba un problema que había existido durante años: el Mánchester no sabía jugar el encuentro de vuelta, siempre encajaba goles, y así fue eliminado por el Borussia Dortmund en el 96, por el Mónaco el 97… Se acostumbraron a ganar después de empezar perdiendo, pero seguramente había otra manera de hacer las cosas y esa derrota ante el Madrid le hizo darse cuenta de que para tener éxito en Europa había que defender mejor. Y así pasó de conceder una ocasión en lugar de cinco, aunque el mismo Mánchester solo contara con cinco oportunidades de gol, en lugar de 10. Le costó ajustarse —entre 1999 y 2007 solo venció en una eliminatoria, contra el Depor en el 2002—, pero el Mánchester que vemos ahora en Europa es consecuencia de aquel partido y aquella decisión.

EL CISMA

Cuando el martes 7 de mayo del 2013 empezaron a escucharse rumores de que Ferguson se retiraba y daba por concluida una etapa de 26 años y medio en el Mánchester, la cabeza de un gran grupo de aficionados estaba en un asunto muy diferente, ya que habían dejado de seguir las andanzas de Fergie ocho años antes, pese a haber sido incondicionales del United durante los 18 anteriores. Esos dos mil 500 hinchas estaban en el estadio Gigg Lane de Bury, una ciudad de Greater Mánchester, a 16 kilómetros de Old Trafford, sufriendo con su equipo, que juega unas seis categorías por debajo de la Premier, una semifinal de los play-offs del ascenso.

Muchos de esos aficionados recuerdan cómo Férguson ganó su primer título con el United, la FA Cup de 1990, al derrotar en la final al Crystal Palace en Wembley. O estaban en Rotterdam para ver la derrota del Barcelona de Cruyff en la Recopa de Europa. La mayoría estaba presente en el Camp Nou para ser testigos de una remontada increíble ante el Bayern de Múnich, cuando el escocés y su equipo conquistaron la Champions y el triplete. Sin embargo, el 7 de mayo de 2013 estaban viendo jugar a su equipo contra el Witton Albion.

Estamos hablando de la hinchada del FC United of Mánchester, el equipo fundado en el 2005 por gente que se oponía a la adquisición del club de Old Trafford por el millonario Malcolm Glazer y su familia, originaria de Florida, Estados Unidos, y que provocó una deuda de 525 millones de libras esterlinas.

Aunque de ese suceso hasta el día de su retirada Ferguson llevó al club a ganar cinco ligas y disputar tres finales de Champions, para los aficionados el United perdió su esencia. En estos años en manos de los Glazer, los precios de las entradas han subido hasta 50 por ciento, lo que ha cerrado las puertas de Old Trafford a muchos aficionados de la clase obrera. Una entrada puede costar hasta 50 libras esterlinas.
Pero no es un sentimiento exclusivo de los seguidores del United. Muchos de los que animan cada domingo en Old Trafford siguen resentidos con un hombre que lideró un club durante más de un cuarto de siglo y ganó 49 títulos.