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Aníbal Ruiz es el trotamundo de América

Hace años que su trabajo con la Selección de El Salvador o con equipos como el Olimpia de Paraguay había hecho que coqueteara con el futbol guatemalteco, pero las condiciones de contrato o los compromisos profesionales se lo impidieron a Aníbal Ruiz.

Aníbal Ruiz dirige Municipal y espera conseguir el título nacional guatemalteco. (Foto Prensa Libre: Eddy Recinos)<br _mce_bogus="1"/>

Aníbal Ruiz dirige Municipal y espera conseguir el título nacional guatemalteco. (Foto Prensa Libre: Eddy Recinos)

No pudo ser en la época de don Ernesto Villa Alfonso, pero sí en la de su hijo, Gerardo, el más apasionado por el futbol de la familia Villa.Su llegada a Municipal fue sorpresiva, justo un día antes de su cumpleaños, el 29 de diciembre del 2013, firmó y se comprometió con el equipo rojo como parte del festejo de sus 71 años.

Ciudad de futbolistas

El Maño nació en Salto, Uruguay, una ciudad futbolera, con grandes exponentes como el reconocido Pedro Virgilio Rocha (q. e. p. d.), Edinson Cavani —PSG—, Luis Suárez —Liverpool— y el exentrenador de la Selección Éver Hugo Almeida —Olimpia—, entre tantos.

La pelota sin duda es la mayor atracción del pequeño pueblo de cien mil habitantes —se encuentra a 500 kilómetros de Montevideo—, además de la producción de naranjas, así como el atractivo de las aguas termales, en las cercanías del río Uruguay, a un paso de Argentina, algo que llena de orgullo al entrenador.

Su infancia fue como la de muchos jugadores de futbol, siempre al lado del balón, con las carencias de una familia de clase media y lo más importante, como dice Ruiz, es que el futbol unía a los amigos, no eran momentos solitarios como los viven actualmente muchos niños —internet y juegos electrónicos—, lejos de las canchas de tierra y las calles de los barrios.

Es el mayor de cinco hermanos: Juan José, Miguel Ángel, Nancy María y Lucy María —las dos fallecidas—, quienes fueron criadas por su madre, Laurinda Leites, quien era la que exigía que se terminaran los estudios, y su padre, Aníbal.

Su primer balón se lo regaló su papá. Lo recuerda muy bien, era de cuero marrón, estaba usado, pero eso no importaba, era el compañero ideal de las tardes preciosas frente al estadio de Salto. El esférico siempre tuvo un lugar especial junto a las otras pelotas que fabricaban en casa con trapos viejos y que cosían.

Fue en el club de barrio como se inició como mediocampista a los 13 años. A los 15 fue convocado por la selección departamental y un año más tarde ya jugaba con Ferrocarril en la Primera División. “Era el 10, dicen que jugaba bien, yo prefiero no hablar de mí”, dice con una sonrisa discreta.

Así comenzó una carrera exitosa. El primer gran paso lo dio con el Danubio, en 1962, con el que jugó una temporada para luego llegar a Sud América, hasta pasar por equipos como Cúcuta Deportivo, Montevideo Wanderers, entre otros, hasta llegar en 1976 al Miramar Misiones, de Uruguay, en el que se retiró a los 34 años para ser entrenador. “No me tocó vivir esa tristeza por la que pasan muchos jugadores, porque pasé rápido a dirigir”, explica.

Hermanos por elección

Durante sus más de 20 años en las canchas conoció a su compatriota Luis Cubilla (q. e. p. d.), extécnico de Comunicaciones, aunque nunca jugaron en el mismo equipo, entablaron una linda amistad, porque compartían muchas cosas, como la misma visión del futbol: para ellos primero es la persona y después el futbolista. Juntos comenzaron el curso de entrenadores, pero fue don Luis quien primero se dedicó a entrenar al Olimpia de Paraguay. Ese logro hace que lo llamen del Nacional de Uruguay, por lo que contacta a Ruiz para que trabajen juntos. Así comienza un carrera como asistente de ocho años.

“Juntos aprendimos mucho. Que hay que ser profesional y especializarse en las distintas posiciones —defensa, ataque y transición—, para poder tener éxito”, afirma Aníbal, quien cuenta que siempre mantuvieron comunicación y que, aunque les costaba ponerse de acuerdo en decisiones de futbol, siempre llegaban a una solución.

Fue una época importante, pero en 1985 tomó la decisión de ser el entrenador y firmó con el Olimpia de Paraguay, con el que salió campeón. De esa época a la actualidad ha estado en 16 equipos, por eso es conocido como el Trotamundos de América, porque ha estado en ocho distintos países: Paraguay, Uruguay, Colombia, El Salvador, Ecuador, Perú, México y ahora Guatemala. Con el que más etapas ha tenido es el Olimpia de Paraguay, en cuatro ocasiones —1985, 1987, 1991 y 2001—.

Antes de venir al país dirigió a la Universidad de San Martín de Perú, con la que salió campeón en el 2010, pero en el 2013 tuvo una mala temporada al finalizar en la posición 13.

RETOS MUNDIALISTAS

Durante la época de dirigir equipos le surgió la oportunidad de dirigir a la Selección de El Salvador, en 1992, en la eliminatoria rumbo a Estados Unidos 1994. La primera fase la ganó tranquilamente contra Nicaragua, y terminó primero en la fase de grupos frente a Canadá, Jamaica y Bermudas, y avanzó a la fase final. Sin embargo, no continuó por diferencia con los dirigentes, y firmó con la Universidad de Guadalajara de México.

“Fue una etapa muy linda, vivimos experiencias de felicidad en el campo. Tuve la oportunidad de dirigir al Mágico González, a quien le tengo respeto, cariño y admiración por su humildad y bondad. Hizo cosas maravillosas que parecían difíciles”, expresa.

La oportunidad de estar con otra selección llegó en el 2002, con Paraguay. Esa es quizá la época más importante de su carrera, al clasificar al Mundial de Alemania 2006. Antes de estar con el equipo mayor trabajó con las menores y tuvo que dirigir un partido amistoso frente a Brasil y ganaron en Fortaleza. Fue así como la directiva lo confirmó con la selección.

“Procuré vivir con mucha intensidad esa etapa de mi carrera. Tengo muchos recuerdos bonitos, como cuando Luis Felipe Scolari, Felipao, se cruzó toda la cancha para saludarme, y era un campeón del Mundo —ganó el Mundial en Brasil 2002—, esa es la grandeza de los grandes”, confiesa. “Son de un nivel superior”, asegura.

Con Paraguay vivió momentos de mucha alegría, principalmente cuando clasificaron a Alemania 2006. “Solo de recordar se me pone la piel de gallina. Era una alegría impresionante. Esa clasificación es de aprendizaje y motivación, porque todo eso va de adentro de la cancha para afuera; la gente se contagia con lo que hacen los jugadores. El futbol es la mayor felicidad”, dice Ruiz, quien considera que los éxitos siempre van acompañados de la preparación y que para eso siempre hay que ser aplicados y partidarios de la táctica, aunque cree que los sistemas de juego tienen a desaparecer, porque hay algo más físico y de talento que hace la diferencia.

Paraguay quedó eliminada en la primera ronda y Ruiz recibió mucha crítica por su estilo de juego, quedó al margen, y en el 2007 firmó con el Veracruz de México.

Llega a Municipal

Entre 1995 y 1996, el Maño, a quien le dicen así por su ascendencia española, fue contactado por don Ernesto Villa Alfonso, presidente de Municipal en ese momento, para que viniera a los rojos, pero para esa época él ya tenía contrato con un equipo mexicano. Fue casi 20 años después que por medio de un empresario fue contactado con Gerardo, presidente rojo, quien le explicó que necesitaba un entrenador que pudiera sacar al plantel de la crisis que vive desde hace más de dos años sin títulos —olvidó decirle que se había perdido la identidad y que lo bueno que se hacía de producir jugadores ya no se cumple—.

Ruiz reconoce que la historia de los escarlatas —29 títulos nacionales y uno de la Concacaf— lo sedujo. “Fue todo rápido, me dijeron las necesidades del equipo y acepté. Me gustan esos retos”, dice.

Fue así como a partir del 30 de diciembre del 2013 tomó el equipo y dirigió su primer entrenamiento. “Me encontré con lo que suponía: hay que trabajar, y mucho, y devolver al equipo a donde corresponde de acuerdo a su historia. La llegada de Carlos —Ruiz— es la frutilla del postre. Es un referente”, asegura.

Desde que vino al país fue recibido cálidamente. Confiesa que ha tenido una linda impresión de la gente guatemalteca. Lo único que le ha hecho falta desde el comienzo es su familia, pues está dividida. Sus hijos Milton Aníbal, de 35 años, y Paul, 36, viven aparte; su esposa, Marianela, con la que lleva 29 años casado, y su hija Clarita María, 29, pronto vendrán al país y compartirá con ellas un apartamento en la zona 10, donde radica y puede admirar la capital desde un cuarto nivel.

Mientras ellas llegan, uno de los artes que más le ha costado es la cocina. “No puedo con eso, no sé hacer nada y tengo que aprender”, comenta entre sonrisas.

Como todo uruguayo le encantan los asados, el pollo, el pescado y la pasta, así como tomar mate y café. Le gusta compartir las tardes con amigos. Duerme poco, unas cinco o seis horas, se levanta temprano y quiere ser siempre el primero en llegar al entrenamiento.

“Puedo pasar todo el día hablando de futbol”, dice. Es su charla predilecta, también es devoto de la Virgen de Caacupé —patrona de Paraguay—, así como de la Virgen de Guadalupe —México— y del Señor de Los Milagros. Confiesa que es fanático de la Iglesia Católica, pero no tiene ninguna cábala antes de cada partido, más que realizar una oración, por eso le encanta la ubicación de su apartamento, porque podrá frecuentar distintas iglesias.

Exigente y soñador

Ruiz se siente comprometido con Municipal y espera que el equipo se recupere y encuentre el estilo de futbol que él desea impregnarle. Además, es un hombre directo que cuando no le gusta el comportamiento de sus jugadores —fuera de la cancha, principalmente—, va de frente. “Soy exigente, me gusta regañar, pero no públicamente, además hay que ser respetuoso con los compañeros, el equipo, los aficionados y uno mismo, porque si no es así, eso sí me molesta”, enfatiza Ruiz.

Apenas van siete jornadas y el Maño dice que está feliz, aunque sean sextos, que no se arrepiente de haber firmado con Municipal y que espera alcanzar lo que “todo el mundo” desea: volver a ser campeones nacionales.

“En Municipal encontré lo que suponía: hay que trabajar y mucho. La llegada de Carlos —Ruiz— es la frutilla del postre”.”Solo de recordar se me pone la piel de gallina. Era una gran alegría. Esa clasificación es de aprendizaje y motivación”.

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