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Gheorgue Hagi, el genio que surgió en medio de la dictadura

Se consagró en el Steaua de Bucarest, donde se quedó con la connivencia de lso Ceausescu y, tras casi una década de decepciones en España e Italia, brilló en el ocaso de su carrera en el Galatasaray.

Gheorghe Hagi fue la gran figura de Rumania y del Galatasaray. (Foto Prensa Libre: AS Color).

Gheorghe Hagi fue la gran figura de Rumania y del Galatasaray. (Foto Prensa Libre: AS Color).

A principios de 1987, el régimen comunista de Nicolás Ceausescu se encontraba en su máxima expresión de brutalidad y represión. Sus relaciones internacionales con los países occidentales estaban muy deterioradas, con lo que Rumania era un país aislado de puertas para afuera y un verdadero infierno para sus habitantes, lo que se dice una dictadura de las de verdad. En ese escenario fue donde se proclamó campeón de Europa el Steaua de Bucarest, el 7 de mayo de 1986, al haber ganado en los penaltis al Barcelona. Gracias a esa final, el Steaua jugó la Supercopa de Europa en febrero de 1987, y también, gracias a esa final, Gica Hagi vería cómo su carrera cambiaba.Gheorghe Hagi, nacido el 5 de febrero de 1965 en Sacele, en el distrito de Constanza, a orillas del mar Negro y al sur de Rumania, ha sido con casi total seguridad uno de los mejores futbolistas del último cuarto del siglo XX. La carrera de este prodigioso zurdo despuntó en el Sportul Studentesc, uno de los clubes más antiguos de Rumania en la actualidad. Hagi llevó al equipo a su mejor posición de siempre, el subcampeonato en la temporada 1984-1985, con un histórico partido frente al Dínamo de Bucarest, en el que marcó cuatro goles. Esa temporada y la siguiente se proclamó pichichi.

El gran inicio

Así empezó el siguiente curso, de 1986 a 1987, con un Hagi que difícilmente podía despuntar más. Como no podía ser de otra manera, el Steaua, dominador absoluto aquellos años, se había fijado en él. Para entender la situación en la que se produjo el traspaso, hay que tener en cuenta varios factores. El principal, la participación de la familia Ceausescu en el club. Concretamente de Valentin, hijo del dictador y el más cercano al mundo del futbol. Muchas fueron las acusaciones que recayeron sobre él de favorecer los intereses del Steaua con métodos poco lícitos. Transferencia de los mejores jugadores, amaños arbitrales o con equipos rivales… Todo teorías que hasta ahora no han conseguido probarse. Su explicación siempre fue que lo único que había hecho era proteger a su equipo favorito de la esfera del Dínamo de Bucarest. Este último era el equipo del Ministerio del Interior, mientras que el Steaua era del Ejército. Todo empezó en 1947, cuando el gobierno comunista decidió que las entidades deportivas iban a estar vinculadas con un sindicato o institución gubernamental. El futbol profesional fue abolido y los jugadores se movían de unos equipos a otros mediante acuerdos entre instituciones, y no como operaciones de mercado. Hagi fue fichado por esta vía para la Supercopa de Europa, para un único partido que se disputó el 24 de febrero de 1987.

En cierta manera, aquella fue la primera de las finales modernas de esta competición. Por primera vez se jugaba a un único partido. Hubo un precedente, dos años antes, en el que la Juventus y el Liverpool solo jugaron la ida porque los ingleses no encontraron una fecha para disputar la vuelta. Pero esta vez, Steaua de Bucarest y Dínamo de Kiev, los finalistas, llegaron al acuerdo previo de jugar un solo encuentro, por motivos políticos, y la Uefa eligió el estadio Luis II de Mónaco, el mismo que acogió el torneo en forma ininterrumpida de 1998 a 2012. En ese escenario fue donde el Maradona de los Cárpatos mostró a toda Europa la clase que ya había enseñado a su país. Poco antes del descanso, Oleg Blokhin cometió una falta fuera del área que el futuro chico de oro aprovechó a las mil maravillas, con un potentísimo zurdazo. 1-0, y el marcador ya no se movió. Un nuevo título para el Steaua, el inicio de una sociedad marcada por el éxito con Hagi. Nunca más volvió, en parte porque él mismo no quiso. Pero, sobre todo, por la permisividad de la familia Ceausescu y las reglas que regían en el futbol rumano.

En el equipo del Ejército militaría hasta 1990. Tres años y medio: tres ligas y tres copas. En 1988 alcanzó las semifinales de la Copa de Europa y fue el pichichi de la competición. Y en 1989, quizá su año más brillante como jugador del Steaua, sumó dos títulos individuales: segundo mejor jugador de Europa tras Van Basten y segundo mejor jugador joven de Europa en el premio Bravo, tras Maldini. Sin embargo, ese año le quedó marcado; a la postre sería lo que lo animaría a abandonar Rumania. La razón no fue la final de la Copa de Europa, a la que volvía el Steaua tres años después de ganarla. Hagi vivió por primera vez la cara más amarga. El Milán de Sacchi, uno de los mejores equipos de la historia, mandaba a la lona al Steaua de Hagi, seguramente el mejor equipo que se ha visto en Rumania. Dos goles de Gullit y dos de Van Basten devolvían la corona europea a un equipo que ya había destrozado en semifinales a la Quinta del Buitre. Hagi, muchos años después, declararía a Don Balón: “Jamás sentí tanta impotencia en un partido”.

En 1990 y tras haber disputado su primer mundial, abandonó Rumania, camino de Madrid, donde Ramón Mendoza se enamoró de su juego. La caída de la dictadura comunista en 1989 y su desencanto tras la derrota frente al Milán crean el camino perfecto para que pruebe suerte fuera de su país. Sin embargo, un jugador que estaba llamado a marcar una época tropezará dos veces con la misma piedra: en Madrid, con el final de la Quinta del Buitre, y en Barcelona, en 1994, con el del Dream Team de Cruyff. El balance: dos supercopas de España y más sombras que luces. Entre medias, dos años en el Brescia, con el que subió a la Serie A para bajar al año siguiente.

Estados Unidos 1994

El verdadero momento de esplendor para Hagi, a principios de la década de 1990, se da con su selección, en el Mundial de Estados Unidos 1994. El equipo llegó a cuartos, con tres exhibiciones en cinco partidos. En el primero, ante Colombia, dio un auténtico recital: un golazo con un disparo lejano que se coló por la escuadra y dos asistencias para Raducioiu y para ganar el primer partido del grupo. En el segundo, ante Suiza, también marcaría, pero los rumanos cayeron por 4-1. En la clasificación para octavos de final contra los anfitriones, Hagi coge las riendas del equipo y se convierte en el mejor jugador de un partido que Rumania ganó por 1-0. En octavos le espera la subcampeona del mundo, Argentina. Lejos de amilanarse, Hagi sirve en bandeja el segundo tanto a Ilie Dumitrescu y anota el tercero, para tumbar a la Albiceleste 3-2 y Rumania es favorita en cuartos ante Suecia. Todo parece de cara, puesto que en la prórroga marcan el 2-1 y Suecia se queda con 10 hombres. Todo el país ya ve con ilusión las semifinales contra Brasil, pero un error del portero Prunea permite a los suecos empatar. La tanda de penaltis, en la que marcó Hagi, le fue esquiva y Rumania, tras el fallo de Belodedici, queda eliminada.

Parecía que la carrera del Maradona de los Cárpatos había dado todo lo que tenía que dar de sí cuando, a los 31 años de edad, volvió a orillas del mar Negro para jugar en el Galatasaray y los días dorados de Bucarest volvieron en Estambul. Cuatro ligas y dos copas turcas más una de la Uefa, en la que fue eliminando al Bolonia, Borussia Dortmund, Mallorca y Leeds United, para ganar en penaltis al Arsenal. Una campaña histórica que convertía al Galatasaray en el único club turco en ganar una competición continental. Y quedaba la guinda del pastel. El pasado y el presente en la carrera de Hagi se volvían a encontrar. En el estadio Luis II de Mónaco, donde 13 años atrás la zurda de oro dejaba su primera firma en Europa, otra Supercopa de Europa le iba a dar el último título. Y en un nuevo y asombroso giro del destino, el rival sería el Madrid. Su primer equipo fuera de su país natal y el principio del descenso de su carrera de clubes hasta su llegada a Turquía.

Cuatro títulos en el 2000. Una temporada inolvidable para el Galatasaray, prácticamente irrepetible y haciendo justicia con el que, aún hoy, consideran el mejor jugador que ha pisado los terrenos de juego turcos. También la IFFHS lo considera el mejor jugador rumano del siglo XX, y los periodistas de su país le han otorgado el premio de mejor futbolista del año en siete ocasiones.

Su escuela

Esta leyenda, después de varios intentos como entrenador, decidió fundar una escuela de futbol en Constanza, justo al lado del mar Negro, donde nació, y donde ahora se dedica a entrenar a niños de todas las categorías. Incluso ha colocado un equipo en la Liga I, la primera división rumana, a pesar de haber creado la escuela en el 2009. Puede que dentro de unos años, cuando uno de los grandes de Europa fiche a la nueva perla del futbol rumano, empiecen a aparecer referencias sobre el Viitorul Constanza en su currículo. Será entonces cuando habrá que hacer memoria y recordar que la nueva estrella empezó en una escuela creada de la nada por un tal Gica Hagi.