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El día que el mito más sexy de la historia hizo el mejor saque de honor de futbol

Sucedió en Nueva  York, el 12 de  mayo de 1957, en  el  estadio Ebbets  Field, antigua  sede del equipo de beisbol de  los Brooklyn Dodgers —la  franquicia se trasladó a Los  Ángeles un año después y el  estadio fue demolido en  1960.

Marilyn Monrooe (foto Prensa Libre: Especial)

Marilyn Monrooe (foto Prensa Libre: Especial)

Sucedió en Nueva  York, el 12 de  mayo de 1957, en  el  estadio Ebbets  Field, antigua  sede del equipo de beisbol de  los Brooklyn Dodgers —la  franquicia se trasladó a Los  Ángeles un año después y el  estadio fue demolido en  1960—, durante los festejos del  noveno aniversario del nacimiento del Estado de Israel.

 El lobby judío en EE. UU.,  ya se sabe. Marilyn, una estrella del cine en todo su esplendor, estaba casada entonces con el dramaturgo y escritor judío Arthur Miller. Ella  misma se había convertido al  judaísmo, y tal vez por eso  aceptó ser la madrina y completar el saque de honor de un  partido de exhibición entre  un equipo de estrellas de la  liga norteamericana —la ASL,  una precaria competición  amateur previa al advenimiento del Cosmos y la  NASL— y el Happoel, de Tel  Aviv, conjunto israelí que es taba de gira por América.

La imagen ha quedado para  el recuerdo, casi como un sueño, un espejismo de la compleja relación entre el futbol y  el cine, casi un oxímoron que  realza la casi inexistente afición de las actrices por el  balompié.

Claro que… si fue posible  seducir a la tentación rubia  con un deporte que ni siquiera  tuvo nunca demasiado predicamento en EE. UU., ¿por  qué no íbamos a encontrar  más estrellas del cine aficio nadas al futbol? Está difícil,  pero no imposible.

Un cambio de imagen

Más allá del uso personal  del deporte para mantener la  forma física por parte de las  actrices, fue la extraordinaria  Katharine Hepburn y su estampa —lo borda jugando al  tenis y al golf en la película de  George Cukor La impetuosa—, la dama de la interpretación que rompió muchos ta búes y demostró al mundo  cómo una mujer podía resultar femenina y glamurosa, y a  la vez ser una deportista.

Otras actrices, como Esther Williams, habían comenzado en el deporte —nado  sincronizado— y habían dado  el salto al cine. Antes que ellas  incluso, en Alemania, la cineasta y también actriz Leni  Riefenstahl plasmó la importancia del deporte, no solo  para el régimen nazi, sino para el séptimo arte, en su extraordinaria película documental Olimpiada —sobre los  Juegos Olímpicos de Berlín en  1936—, y en la que también  cupieron imágenes de la final  olímpica de futbol entre Italia  y Austria. Estas damas fueron  las pioneras en vincular la  imagen del deporte a la del  cine.

Con el futbol iba a costar  un poco más. En Italia todo el  mundo sabía que Anna Magnani, la Mamma Roma de la  película de Pasolini, la imagen  de la ciudad eterna desde Roma, era  tifosa de la Lazio, pero  era una excepción.

Fue hasta finales de la dé cada 1960 o principios de 1970  cuando se pudo  ver a Claudia  Cardinale, en el AS Color de  1971, disputando un partido de  artistas contra periodistas y  respondiendo a preguntas so bre deporte, con una natu ralidad muy seductora, propia  de ella. Seguidora de su se lección nacional, finalista en  el Mundial de México 1970, la  guapísima actriz italiana de  origen tunecino se reconocía  admiradora de  Gigi Riva, go leador del Cagliari.

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