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Jean Jonathan Márquez es un hombre de familia

Cada vez que se coloca el balón cerca de la portería rival, hay un jugador designado, el mismo que hace temblar al rival, poner nervioso al portero y ansioso al espectador. Sin duda, la zurda de Jean Jonathan Márquez es prodigiosa.

El volante de Comunicaciones, Jean Jonathan Márquez disfruta compartir con su familia. (Foto Prensa Libre: Eddy Recinos).<br _mce_bogus="1"/>

El volante de Comunicaciones, Jean Jonathan Márquez disfruta compartir con su familia. (Foto Prensa Libre: Eddy Recinos).

Ha marcado goles inolvidables, aquellos que no se pueden borrar de la memoria, como el que él considera su mejor joya, el que marcó vestido con el uniforme de Jalapa y que clavó el balón en el ángulo del portero de Marquense, tras rematar desde medio campo. Además fue su primer tanto en Liga Nacional y por eso tiene un sabor distinto. Ya vestido de blanco también hay anotaciones inolvidables, como la que logró una noche en el Mateo Flores frente a Municipal o el último, el 20 de febrero del 2013, y con esa belleza de gol su equipo triunfó, o el lanzamiento magistral frente al Toluca de México en la Liga de Campeones de la Concacaf, el 24 de octubre del 2013. En este torneo también ha marcado un golazo, lo hizo contra Malacateco, el 22 de marzo. No han sido muchos, pero los suficientes para disfrutar de su talento.

El mediocampista no es un goleador ni tampoco esa es su mejor virtud, hay un ramillete de condiciones que lo hacen un jugador distinto, de esos que solo nacen una vez y que sin duda dejan su huella en el terreno de juego. Pero eso lo trae en la sangre: Rolando Márquez, su padre, se lo heredó, y Sonia, su madre, lo inculcó e hizo que amara la profesión.

En el barrio San Francisco, Jalapa, el mayor de la familia, Márquez Orellana, salió futbolista. Y es que desde el vientre recorrió varias canchas del país y a los 4 años ya vivía en Quetzaltenango —radicó tres temporadas— y llegaba a gritar en los graderíos del Mario Camposeco para alentar a su padre, quien también fue volante de contención.

Antes de tomar el balón como su mejor juguete, era común verlo jugar cincos y trompos. Era un niño como todos, que después prefirió estar en las chamuscas. “Casi botaba el portón de la casa”, recuerda su mamá, ya que lo tomaba como si fuera la portería, y el callejón era perfecto para hacer los partidos con los amigos.

Los primeros pasos

Ya de regreso en Jalapa, ingresó en la escuela de Chichi Bonilla, para hacer sus primeros toques al balón. “Era chistoso porque nadie jugaba, todos seguíamos el balón al mismo tiempo”, cuenta, entre risas.

A los 9 años ya integraba la selección infantil de Jalapa, de David Sarmiento, y en 1996 levantaba su primer trofeo como campeones de su categoría a escala nacional, en Petén.

Así comenzó una historia del chico que no olvida sus raíces y que si algo ama es su familia, su principal bastión para salir adelante.
A los 17 años ya formaba parte de la categoría especial de los jalapanecos. Acababa de graduarse de bachiller en Computación cuando lo invitaron a formar el equipo. Lo inscribieron en la categoría Sub 17, pero se entrenaba con la mayor. El técnico era Benjamín Monterroso y compartía camerino con jugadores como Juan Manuel Funes, Catalino Molina, Jorge Sumich, Erwin Godoy y los hermanos Jorge y Julio Rodas, todos experimentados, y el pequeño Jean aprovechaba cada consejo y cada jugada, principalmente de Memín Funes, uno de sus ídolos de niño, no solo por sus logros personales, sino por la forma como se desempeñaba en el medio campo.

“Siempre soñé con ser un futbolista profesional. Admiraba a mis compañeros y sabía que debía aprovechar sus conocimientos”, confiesa la Oveja, como le llamaban en esa época, por su cabello largo y crespo.

La juventud y la inexperiencia hicieron que lo prestaran a Sanarate, en donde estuvo un año y medio, cuando era dirigido por Luis López Meneses. Allá viajaba toda la familia cada fin de semana para verlo.

Su buen momento hizo que regresara a Jalapa, ahora con el técnico Julio César el Pocho Cortés. Hubo cambio de entrenadores, pasó Julio González y después Gustavo de Simone, quien le dio la oportunidad.

El gran debut se dio en el 2005, contra Suchitepéquez. De Simone lo colocó como lateral izquierdo, una posición que no era su fuerte y en la que tampoco se sentía cómodo. Perdieron. “Como no soy muy rápido, me iba mal”, comenta.

Se clasificaron a la fase final y en la eliminatoria contra Marquense jugó como contención. Ese día llegó el gol inolvidable. Desde ese momento no lo volvieron a cambiar de posición; no había otra, Jonathan tenía que estar en el medio campo.

El reconocimiento por su juego llegó en el 2007, con su primer título de campeón nacional.

Su forma de desplazarse en el campo, su toque sutil con la zurda y su entrega en el equipo hizo que Comunicaciones no dejara escapar la oportunidad de contratarlo.

Un traspaso difícil

La directiva crema negoció con la jalapaneca sin que el jugador se enterara —Jonathan tenía un contrato multianual de tres años—. Él no era el único en el paquete, lo acompañaría su amigo y compañero Carlos Castrillo. Además, el entrenador Julio González ya había adelantado su fichaje con los albos.

Sin nada por hacer, el volante hizo su maleta y se instaló en la capital. La ventaja que tenía es que ya estaba habituado a venir, pues formaba parte de las selecciones menores, que eran dirigidas por el costarricense Rodrigo Kenton.

En junio se cumplirán siete años de su llegada a Comunicaciones, y aunque al principio fue difícil, por la forma de la contratación, Jonathan no se arrepiente. Con los cremas ha vivido momentos especiales.

En el 2008 salió campeón de blanco por primera vez. “Fue especial porque el equipo tenía cinco años de no ganar y jugamos Concacaf”, cuenta.
Jonathan ha vivido muchas cosas bellas en este tiempo, no solo con los cremas, sino también con la Selección Nacional; una de ellas, con la Sub 23 de Kenton, porque en esta compartió con muchos de sus compañeros actuales en los albos y le sirvió para fortalecerse tácticamente.
Con la mayor debutó en el 2008 contra Haití, en la era del técnico Ramón Maradiaga. Ha jugado dos eliminatorias mundialistas y sueña con ir a la máxima cita, porque “siempre existe esa ilusión”, afirma Jonathan, quien sin duda será uno de los jugadores que disputarán la próxima eliminatoria.

El fatídico siete

Jonathan confiesa que su número favorito es el 7 y que de pequeño siempre lo llevó en la espalda, quizá porque uno de sus ídolos, el español Raúl González, lo portaba en el Real Madrid, el equipo de sus amores.

En Jalapa, el 7 estaba ocupado y le tocó el 12, pero cuando pudo usarlo lo pidió. Después de cuatro partidos seguidos sin ganar solicitó el 12 de vuelta y volvió a ganar.

A su llegada a los albos le dieron el 11, pero no le gustaba mucho porque decían que tenía mala suerte, que muchos que lo usaban se iban. Al preguntar por el 12 le dijeron que ese número no lo usaban, así que mandó a hacer sus camisolas y desde ese momento no lo deja. Con él ha ganado títulos, ha festejado y también llorado, pero es su número. Su padre siempre usó el 11.

El apoyo incondicional

Una de las más grandes fortalezas del zurdo blanco es su familia. Cuando jugaba en Jalapa estudiaba Derecho y en clases conoció a Loidy López. Aunque a ella no le apasiona tanto el futbol, es su complemento. Años después se casaron y tienen dos hijos: Jean Santiago, de 4 años, y Jean Fabián, de casi cuatro meses. El primero, a quien le gusta que le llamen Jean Márquez, como a su padre, no deja de ver el golazo que anotó Jonathan en la Liga de Campeones contra el Toluca, en octubre del 2013. El video es como su gran tesoro, guardado en el iPhone de su padre.

Cada fin de semana, cuando juegan en condición de local los albos, toda la familia, integrada por Rolando, Sonia y Jesse Fernando, el hermano menor que pudo haber sido futbolista —era más técnico, según Jonathan— pero prefirió los números, viajan desde Jalapa para ver al zurdo prodigioso, al chico humilde que cuando puede regresa al barrio San Francisco, en donde su madre le sirve su plato favorito: pollo en crema con loroco o carne guisada. También va al parque o al mercado para compartir el atol de elote que tanto disfruta. “Me gusta convivir con mi gente. Allá me conocen y paso momentos felices”, comenta el volante.

Los grandes sueños

Entre los muchos sueños de Jonathan está repetir el título con los cremas —ha conquistado seis campeonatos—, sobresalir en la Concacaf y terminar su carrera de blanco.

Aunque todavía tiene 29 años, el jalapaneco confiesa que cuando llegue el momento del retiro quiere volver a su tierra, en donde ya están construyendo la casa de sus sueños, pero esta será perfecta cuando se tenga cerca la pequeña cancha de futbol en la que abrirá su escuela de futbol para niños. “Así me veo, trabajando con niños”, confiesa.

Mientras ese momento llega, el especialista en tiros libres espera continuar como el volante que el equipo necesita y colocar cada vez que pueda el esférico en algún lugar de la portería rival, para gritar de emoción y disfrutar, como siempre, en familia.

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