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Rommel Fernández, el mito sigue vivo

Rommel Fernández (1966-1993) caló hondo por su nobleza, humildad y alegría. Panamá lo tiene como una de sus figuras más ilustres. Tenerife, Valencia y Albacete no olvidan ni su entrega, ni su poderoso remate de cabeza.

El legendario Rommel Fernández es uno de los jugadores que su recuerdo sigue vivo. (Foto Prensa Libre: AS Color)<br _mce_bogus="1"/>

El legendario Rommel Fernández es uno de los jugadores que su recuerdo sigue vivo. (Foto Prensa Libre: AS Color)

“Para nosotros, Rommel supone un orgullo allá donde vamos. Es un sentimiento que compartimos toda la familia. Él se sacrificó por sus hermanos y siempre lo tenemos en nuestro corazón”. El recuerdo de Enrique Ernesto Gutiérrez cuando habla de Rommel, su hermano mayor, está lleno de emoción. Han pasado 21 años desde aquel trágico accidente automovilístico en Tinajeros, Albacete, pero la familia no tiene la sensación de que haya pasado tanto tiempo. En cierta forma, el Cabezón, como le llamaban en casa, el niño que se escapaba para jugar horas y horas con la pelota, el futbolista humilde de El Chorrillo que creció y triunfó en Europa y nunca se olvidó de los suyos, el mismo que enloquecía por la salsa de Rubén Blades y Celia Cruz, sigue con ellos.Enrique tardó tiempo en darse cuenta de que Rommel se había ido. “Era muy pequeño. Tenía 6 años cuando sucedió. Quise saber todo sobre mi hermano. Aprendía algo nuevo todos los días, leía, buscaba recortes de periódicos… Me hacía daño pero también me hacía falta”, recuerda con emoción. Su vida quedó tan ligada a la de su hermano que pronto se convirtió para todos en Rommelito. Y así jugó de delantero en las mismas canchas, militó también en el Plaza Amador y tuvo una oportunidad en Tenerife.

La gran oportunidad

Su historia es, en cierta manera, la historia de los comienzos de Rommel, que en 1986 pudo dar el salto a Europa gracias al Mundialito de la Emigración. El torneo, que reunía a jugadores con ascendencia española, se celebró en el sur de Tenerife. Allí la corpulencia y el juego aéreo del delantero panameño llamaron la atención. José Antonio Barrios, que trabajaba como secretario técnico del Tenerife por aquel entonces, recibió el aviso de un amigo y se puso en marcha. Organizó un partido, lo vio jugar y su primera impresión fue muy buena. “Vi un jugador con mucha potencia, un buen remate de cabeza, con un disparo con la derecha muy fuerte, y sobre todo, muy buenos movimientos”.

El contrato se cerró en una pizzería ese mismo día y Rommel ya no regresó con sus compañeros a Panamá. “Nos reunimos con su seleccionador. Rommel comía más que hablaba. Y fue todo muy rápido. Llegaba a coste cero así que sólo quedó por concretar la ficha: cien mil pesetas mensuales, de las cuales 30 mil eran para su madre”. Años después, en una entrevista con AS, Rommel corroboraría la rapidez con la que se dio todo. “Ni siquiera leí el papel. Se trataba de quedarme en España. Firmé y ya está”. Así, con un contrato exprés y sin ascendencia española como se sabría después, comenzó el chaval espigado de El Chorrillo su aventura en el futbol español. El camino que le quedaba por delante no sería sencillo, pero el salto estaba dado y las ganas de triunfar de Rommel harían el resto.

El primer año fue duro. Su condición de extranjero le impedía jugar en Segunda B, así que entrenaba con el primer equipo y jugaba con el filial. Martín Marrero, el entrenador que lo hizo debutar en Segunda, recuerda aquella etapa. “Estábamos muy pendientes de él porque echaba de menos a su familia. Era joven, de origen humilde y le costó adaptarse. Su deseo de sacar a su familia de la pobreza le dio fuerzas”.

Este primer período de adversidades resultó luego fundamental. Todos los esfuerzos se dedicaron a mejorar y potenciar las enormes condiciones de Rommel. “Lo desarrollamos poco a poco. En Panamá él entrenaba sólo dos días a la semana. Se hizo un trabajo serio con el preparador físico Andrés Mateo. Rommel se esforzaba mucho”, recuerda Barrios.

Con el ascenso del conjunto chicharrero a Segunda en 1988 las expectativas mejoraron. A los 21 años por fin le llegaba la oportunidad de debutar en el futbol profesional y Rommel no pensaba aflojar. “En los entrenamientos era un verdadero espectáculo”, dice Marrero. Marcó ocho tantos en 25 encuentros y al final del curso se ganó la titularidad.

La temporada siguiente (1988-1989) terminaría como figura del equipo en el segundo ascenso del Tenerife a Primera. Rommel se convirtió en el máximo goleador con 20 tantos, incluido un póker al Figueres en la última jornada, lo que no alcanzó para subir de forma directa.

En la promoción ante el Betis el panameño no defraudó. En la ida, disputada en el Heliodoro, marcó los dos primeros de la goleada (4-0) que significaba medio billete a Primera. En la vuelta en el Villamarín el conjunto chicharrero perdió 0-1, pero el resultado fue lo de menos. Con el ascenso consumado, Rommel protagonizó uno de los momentos más emotivos que se le recuerdan en la conexión telefónica que logró establecer Radio Club Tenerife entre él y doña Mélida, la madre por la que sentía una gran devoción: “Mamá, ya subimos. ¿Cómo estás? ¿Cómo están mis hermanos? Mamá, te quiero”. Sus sueños se estaban cumpliendo, pero su familia seguía muy lejos.

Su excelente temporada provocó que empezaran los rumores de otros equipos interesados en su contratación. Rommel despejó las dudas. Su respuesta, más que una declaración de intenciones, fue de amor a unos colores y a una tierra: “Yo me quedo en mi islita, me siento identificado con todos los chicharreros”. El Panzer entraba definitivamente en los anales del club y en los corazones.

Rommel pudo sobrellevar la distancia porque su integración en la Isla fue total. Disfrutaba disfrazado de el Zorro en el Carnaval de Santa Cruz como un chicharrero más, hacía amigos donde iba y compartía recuerdos con aficionados como Misterio Bacallado, seguidor incondicional desde el primer momento, desde que un buen día decidió pagarle durante mes y medio el desayuno. “Bajaba sobre las 10 de la mañana al bar y desayunaba gratis. No sabía quién lo invitaba hasta que se lo dije. ‘¡Chucha! ¿Por qué?’, me dijo. Yo quería tener un detalle con él. Vino con lo puesto de Panamá y se ganó el respeto de la gente”.

Y así, con una comunión perfecta entre jugador y aficionados, Rommel y el Tenerife siguieron de la mano afrontando retos. En 1989 llegó el debut en Primera División y con una plantilla muy reforzada él destacó de nuevo. Terminó con 10 goles como máximo realizador del equipo junto a Quique Estebaranz.

Saltos imponentes y cabezazos imparables. Esa es la imagen nítida que todos tienen grabada de él: Rommel equivale a vuelo y remate. Para definición gráfica la que aporta Felipe Miñambres, actual director deportivo del Rayo y compañero del panameño en el Tenerife. “Era un atleta. Ahora hay más jugadores de esa tipología, pero en aquella época no era tan corriente ver atletas jugando al futbol. Tenía un martillo en la cabeza”, apunta.

Pero si Rommel trascendió no fue solo por su rendimiento deportivo, sino por su personalidad. El mejor retrato llega desde Panamá. “Era humilde, abierto, sencillo, dicharachero, optimista, pero por encima de todo, un tipo que volaba bajito”, cuenta su primo Ronny Ramos. Ese es el mismo recuerdo que comparten cada uno de sus compañeros.

En su carácter alegre y jovial resulta crucial la música, su gran afición, que le servía de inspiración y refugio para los momentos difíciles. “Él decía que tenía tres amores. Su madre, el futbol y la salsa”, apunta su hermano Enrique. Entre sus artistas favoritos figuraban Celia Cruz, a la que conoció en Tenerife, Rubén Blades, con el que cultivó una buena amistad, Juan Luis Guerra, Ismael Rivera… Su gusto era variado. “En España descubrió a Víctor Manuel y su disco Qué te puedo dar y también el folclor canario. Trajo castañuelas a Panamá”, recuerda su primo Ronny.

Y así, convertido en un chicharrero más y con la salsa como fiel compañera, los éxitos deportivos siguieron llegando. Aquel primer año del Tenerife en Primera la permanencia se aseguró tras una angustiosa promoción con el Deportivo de La Coruña. Fue un curso clave para colocar los cimientos de la época dorada del club y Rommel resultó fundamental para que el sueño se hiciera realidad. En su segunda temporada Redondo llegó como refuerzo y Rommel siguió a lo suyo. Aumentó su cifra goleadora a 13 tantos y el equipo terminó en un inimaginable puesto 14.

Al Valencia

El interés que ya había generado en otros equipos se concretó en 1991 con una oferta del Valencia irrechazable: 300 millones para el club chicharrero y la oportunidad para el panameño de jugar en un grande. “Él no quería irse, pero se trataba de una cantidad importante para el Tenerife y de un gran equipo”, desvela Pier.

Y así, del archipiélago a la Península, Rommel dio otro salto. En el conjunto che militó una temporada que resultó difícil. Guus Hiddink apostó por Lubo Penev pese a que los números del búlgaro eran peores hasta ese entonces. Rommel solo jugó como titular 11 encuentros de 22 en los que anotó dos tantos, uno de ellos precisamente al Tenerife. Pasó de ser el líder del equipo y de toda una afición a verse relegado al banquillo. La solución llegó con la cesión al Albacete en el curso de 1992. Allí Rommel volvió a sentirse importante y, pese a no llegar a jugar ni una temporada completa, dejó una huella imborrable.

El Albacete comenzó pronto a beneficiarse de su voracidad rematadora. Recuperó la titularidad, volvió a sentirse importante y firmó siete goles en 18 encuentros. Entró incluso en la historia de la Liga al anotar ante el Cádiz uno de los tantos más rápidos del campeonato. Doce segundos le bastaron.

Para entonces Rommel era ya una institución en su país, a la altura del legendario boxeador Roberto Manos de Piedra Durán, el mejor peso ligero de la historia para Sports Illustrated y que, curiosamente, se crió a solo unas calles de la de Rommel en el barrio de El Chorrillo.

Para el Panzer representar a su patria era algo muy especial. Rommel defendió a La Sele desde las categorías inferiores, donde coincidió con Julio César Dely Valdés. “Lo conocí con 9 o 10 años, cuando él aún jugaba de central. Le ilusionaba jugar con la Selección”, cuenta el ex de Oviedo y Málaga y más recientemente extécnico nacional. Rommel participó de ese sueño compartido y aún no realizado de sellar la clasificación a un Mundial. Disputó dos clasificatorias (1990 y 1994) y ambas sin éxito, pero la admiración por El Panzer no menguó. Tal era la dimensión que el presidente de la República, le concedió el permiso de conducir por los servicios prestados. Esa licencia y la carretera terminaron años después cruzándose en su camino.

Trágico final

El sueño terminó el 6 de mayo de 1993. Rommel tenía previsto comer en casa con su primo Rolando Ramos, pero sus compañeros lo invitaron a una paella en un restaurante de Tinajeros y allá se fueron los dos. A la vuelta, por una carretera que los propios lugareños consideraban “criminal”, Rommel perdió el control de su Toyota Celica. “Venían escuchando un disco de Ismael Rivera y a veces, a todos nos pasa, te emocionas y aceleras un poco. Cogió una curva muy cerrada y el coche le rabió, se salió de la calzada. Rommel lo volvió a enderezar y le dijo a mi hermano Rolando: ‘No te asustes, que yo tengo nociones de volante’. Terminó de decirle eso y se le fue de nuevo. Pasó lo que todos sabemos”, cuenta su primo Ronny. El vehículo chocó contra un árbol y, con 27 años, Rommel falleció.

El mal estado de la carretera, deformada en algún tramo por raíces, la falta de experiencia de Rommel como conductor y la mala suerte derivaron en un fatal accidente. “Era una cuestión de destino. Murió escuchando salsa, que es lo que le apasionaba”, explica Ronny con resignación y tristeza.

La noticia fue un mazazo. Toda Panamá quedó consternada. Albacete, con más de dos mil personas en su funeral y al que acudió también representación del Valencia, se volcó en su último adiós. El féretro llegó a Panamá el 11 de mayo y su entierro adquirió la categoría de funeral de estado. Enrique, el hermano menor de Rommel, tenía seis años, pero aquel día le marcó para siempre. “El féretro iba en un camión de bomberos y yo veía mucha gente. Conmigo iban compañeros de Rommel y uno de ellos me levantó y gritó: ‘¡Qué viva Rommel!’. Todos gritaron: ‘¡Qué viva!’. El aplauso fue impresionante. Pasan los años y sigo teniendo esta imagen grabada en mi cabeza”, rememora. El emblema de la época merecía uno de los tres funerales más importantes.

Pasan los años y su recuerdo sigue resistiendo el paso del tiempo. Más de dos décadas después, cada 6 de mayo, el Heliodoro y el Carlos Belmonte le siguen rindiendo homenaje. Rommel Fernández caló hondo allá por donde pasó. Su hambre de futbol y su voluntad de ayudar a su familia le llevaron a triunfar lejos de casa, pero fue su carácter sencillo y alegre el que le hizo eterno. Quizás ese haya sido el logro más importante de el Cabezón. Rommel sigue en las calles de El Chorrillo, Tenerife y Albacete suspendido en el aire como en uno de esos imponentes saltos que le llevaron a lo más alto. Como la música, que como fiel compañera, estuvo con él hasta el último momento. Veintiún años después el mito sigue vivo.