FAMILIAS EN PAZ
El camino a la cruz
Durante Semana Santa, con frecuencia reflexionamos sobre el sufrimiento de Jesús, principalmente en el dolor físico que tuvo que soportar; sin embargo, el camino a la cruz también estuvo marcado por un sufrimiento más profundo, el espiritual.
Jesús sabía el tipo de muerte que le esperaba; todo el sufrimiento físico había sido descrito de forma detallada por los profetas, y aun así entregó su vida voluntariamente y sin abrir su boca fue obediente hasta la muerte. Su agonía inicia en el Getsemaní, la noche anterior a su crucifixión; de manera que esta no fue provocada por las heridas, hasta este momento ninguna mano había sido levantada en su contra. ¿Qué fue lo que le quebrantó hasta el punto de exclamar “mi alma está muy triste, hasta la muerte”?
Luego de la cena se retira al huerto a orar y allí en la oscuridad, aquel varón inocente, sin maldad, en quien no se halló engaño en su boca, conoció por primera vez el pecado y como cordero pascual cargó con el pecado de toda la humanidad. Este fue el sufrimiento más grande de muchos que habrían de venir.
La petición al Padre para que pasara de él esa copa, no buscaba que fuera liberado de la cruz, sino de la muerte que allí mismo podría provocar el peso del pecado. Su clamor era que fuera fortalecido y pudiera soportar esa noche, para cumplir el día siguiente su propósito en la cruz: salvar al mundo de sus pecados.
Una traición y una acusación falsa motivan su aprehensión, el abandono de sus amigos y luego la humillación pública: le desnudaron, escupieron el rostro, le dieron de puñetazos, laceraron su cuerpo. En la hora más oscura experimentó el abandono y allí en la soledad soportó el escarnio de los soldados, quienes poniéndole un manto púrpura y una corona de espinas se burlaban de él.
La crueldad de los castigos hacía que muchos murieran antes de ser crucificados, pero a pesar de lo debilitado que estaba, logró llegar hasta el lugar de su destino. Una vez traspasado por los clavos, experimentó un dolor mucho más profundo: el abandono su Padre, que como dijo Martín Lutero, nunca podríamos describir y comprender.
El castigo de nuestra paz fue sobre Él, lo cual implica que todo aquel que cree en su sacrificio, nunca podrá experimentar la ira, el castigo y el desamparo de Dios a consecuencia del pecado. Esto trae esperanza y consuelo, pues en el momento oscuro del rechazo, el desprecio o la indiferencia de los hombres, sabremos que Cristo se compadece de nosotros, pues también padeció y fue probado en todo.
La cruz es la más grande muestra de amor y misericordia; pero para el que le rechaza es un obstáculo en el camino, una piedra de tropiezo. Hoy muchos se siguen preguntando: ¿Quién era este hombre? La respuesta solo considera dos alternativas: o verdaderamente era el Cristo o era un impostor blasfemo. El corazón y la conciencia de cada hombre deben dar una respuesta.
Si no era el Hijo de Dios merecía la muerte en la cruz, pero si era lo que proclamó ser, sobrados motivos tenemos para celebrar, porque el castigo de nuestro pecado ya ha sido pagado. Su resurrección es la evidencia de su victoria.
platiquemos@familiasenpaz.com