Hacia ahí partieron casi todos a eso de las 20.15 horas, a excepción de dos que llegaron minutos más tarde, debido a que pasaron a comprar bebidas para la reunión. Al llegar, se extrañaron porque el Ministro no estaba en su casa, ni mucho menos había fiesta. La esposa de Oliva, con semblante preocupado, los instó a que fueran de inmediato al Palacio Nacional porque algo grave había ocurrido. Al llegar encontraron a Luis Coronado Lira, quien les informó de la muerte del Presidente. “El cadáver de Castillo Armas estaba a la vista. Tirado en el suelo, sin cubrir; no le habían puesto ni una sábana encima, nada”. Lo sucedido, nadie lo vio salvo Odilia de Castillo Armas.
Miguel Mendoza, el coronel que había quedado ese día a cargo de la guardia presidencial, les contó que el Presidente caminaba con su esposa por el corredor para ir a cenar cuando el soldado Romeo Vásquez Sánchez le disparó. Enseguida salió corriendo —todavía le disparó a Mendoza—, subió a la azotea del Palacio, bajó por otra escalera y cruzó unas palabras con otro soldado. Al darse cuenta de que no podía salir, ingresó a “un cuarto o un corredor” donde se suicidó. “Esa fue la versión oficial”.
A los pocos días se presentó a la Prensa un diario que, supuestamente, había escrito el soldado que cometió el crimen. Se hizo ver que Vásquez actuó por cuenta del comunismo internacional y que había meditado el asesinato durante cierto tiempo. La ciudadanía poco creyó esta versión debido a que “el diario apareció milagrosamente y en el preciso momento en que arreciaban las dudas. No era usual que simples soldados —por lo general analfabetas o muy poco dados a escribir— llevaran al papel sus pensamientos y no se aportaban pruebas consistentes de la posible vinculación de Vásquez con extremistas de izquierda. El diario parecía más bien una trama construida para desviar la investigación y ocultar la identidad de los verdaderos responsables del magnicidio”, cita Wilhelm.