No obstante, su inmensa creatividad lo llevó a desarrollarse en otras demarcaciones del arte. “Su pintura es muy variada porque aparte de paisajes también pintó retratos y bodegones. Tenía una técnica personal que transformó en estilo y le dio carácter propio”, explica el crítico de arte Guillermo Monsanto.
Garavito se convirtió en una autoridad en su campo gracias a sus constantes viajes de estudio en academias de México, España y Francia, países en los que también tuvo el privilegio de compartir con los grandes intelectuales guatemaltecos de esa ápoca como Carlos Mérida, Miguel Ángel Asturias, Enrique Gómez Carrillo y Luis Cardoza y Aragón.
Roberto González Goyri en su libro Reflexiones de un artista, ubica a Garavito como parte de la generación de 1930, en la que también se desarrollaron Alfredo Gálvez Suárez, Federico Schaeffer, Carmen Patterson, Carlos Rigalt, Antonio Tejeda Fonseca, Hilary Arathoon, Julio Urruela Vásquez, Julio Arimany y Óscar Gonzalez Goyri (hermano).
Artista precoz
Sus primeros acercamientos con el arte se dieron cuando estudió en el Instituto de Varones de Occidente, motivado por su maestro de dibujo Joaquín Gutiérrez; sin embargo, su carrera como pintor puede decirse que comenzó entre los años de 1912 y 1914, debido a que de esa época data el comentario de “niño pintor” que le hizo el crítico catalán Jaime Sabartés.
Este artista español vivió en Quetzaltenango en los primeros años del siglo XX y posteriormente fue el secretario particular de Pablo Picasso. “En su encomio Sabartés se refería a Garavito como un niño prodigio. O sea que su camino ya estaba trazado con rasgos indelebles”, escribió González Goyri.
La primer muestra de su promisorio futuro como pintor la llevó a cabo cuando aún rozaba los 20 años (1916) en la ciudad de Quetzaltenango, al presentar una exposición personal que incluía sus primeros retratos, rama en el cual se volvió un experto al transcurrir los años. En septiembre de 1918 recibió uno de sus primeros premio por parte de la Sociedad de Artesanos de Quetzaltenango.
En 1919 viajó a México e ingresó a la prestigiosa Academia de San Carlos, donde permaneció hasta 1921. Durante este periodo Garavito, junto con los demás estudiantes aventajados de este centro de arte, montaron una exposición colectiva en la ciudad de Oaxaca, México, (1920), “lo que les mereció notables elogios en la Prensa, tanto local, como la del Distrito Federal”, relata Roberto Andréu Quevedo en H. Garavito, estética, obra y trascendencia.
En 1921 ya era un retratista consumado, pese a su juventud, lo cual puso en evidencia al pintar el rostro de María Luisa Rittscher —en custodia del Museo Nacional de Arte Moderno— el cual durante mucho tiempo fue conocido con otro nombre. Ese mismo año también retrató a doña Clara Marta Adela Arnold de Rittscher, cuñada de María Luisa.
También ganó el certamen que se llevó a cabo para conmemorar el Centenario de la Independencia con un retrato que hizo de su sobrina Alicia, “lo que le hubiera valido una considerable suma de dinero para costear sus estudios en Europa. No obstante, este premio nunca le fue entregado, (por lo que) decidió marcharse por cuenta propia, siendo más tarde apoyado por una beca del gobierno español”, relata Andréu Quevedo.
Se inscribió en la Academia de San Fernando en Madrid, donde como parte de sus estudios recorrió museos, conoció a grandes pintores y puso en práctica su talento a través de la copia de las obras maestras del Museo del Prado. “Sentía especial predilección por las obras de Velásquez y Zubarán”, agrega Andréu Quevedo.
En la década de 1930 pintó retratos históricos como el de Rafael Landívar, Francisco Marroquín y fray Rodrigo de la Cruz. Garavito fue un retratista consumado y esta faceta nunca le ha sido reconocida en su dimensión total por habérsele encasillado por mucho tiempo únicamente como paisajista y folclorista.
Entre sus últimos trabajos están los murales de la catedral de la Ciudad de Guatemala (1966), que evocaban diferentes épocas de la iglesia en Guatemala, los cuales se dañaron durante el terremoto de 1976 y posteriormente fueron destruidos. De ese mismo año también son las pinturas de los cuatro evangelistas que se encuentran en las pechinas de la cúpula de la iglesia de San Francisco el Grande en Antigua Guatemala.
El también pintor Moisés Barrios afirma que lo más importante de Garavito fue centrarse en el color local, sobre todo en el paisaje del lago de Atitlán y su profesionalismo. “De adolescente admiraba sus pinturas, pues eran constantemente reproducidas en calendarios”, comenta.