“Cuando la Iglesia sube a los altares a uno de sus hijos, no lo hace solo con aquellos que han sido vicarios de Cristo, sino en todos los que han llevado una vida coherente con la fe, la esperanza y el amor a los demás. Tal es el caso de Juan XXIII y Juan Pablo II”, explica el sacerdote Chilín. Esto quiere decir que todas las personas pueden llevar una vida centrada en la santidad, a través de la práctica de los valores espirituales y morales, buscando agradar a Dios. Estas acciones pueden ir desde el respeto hacia los demás, la ayuda al más necesitado, hasta la honestidad y entrega en el trabajo.
“La santidad no está limitada para jerarcas de la Iglesia, sino para todo aquel ser humano que ha llevado una vida correcta, honesta en el ámbito espiritual, psicológico, social, familiar, laboral e individual”, asegura el sacerdote Manuel Abac, de la Parroquia Santa Rosa de Lima, zona 5.
Juan Pablo II canonizó y beatificó durante su papado a muchos laicos, profesionales, médicos, jóvenes, según explica Chilín. “Tal fue el caso de Santa María Goretti, aquella niña que murió víctima de 14 puñaladas por defender su pureza virginal y que fue proclamada santa por Pío XII, en 1950. Estos casos nos demuestran que todos podemos alcanzar la santidad, si nos esforzamos”, añade Abac.
En otras palabras, todo aquel ser humano amoroso con el prójimo, respetuoso de los sacramentos, que no ayuda a los demás para ganar fama, mucho menos pretende recibir algo a cambio, que no es envidioso ni le hace daño a los demás con sus acciones, se puede decir que lleva una vida en santidad. Lo importante, como señalan los religiosos, es sembrar estos valores en el hogar. “El núcleo familiar es el primer seminario; es el semillero. Son los padres los que deben enseñar a sus hijos a amar a Dios y al prójimo, a ser buenos cristianos”, aconseja Chilín.
Ambos sacerdotes ofrecieron algunos consejos para llevar una vida muy espiritual.
Humildad y perdón
Quizá pedir perdón es una de las acciones más difíciles para muchos. En ese sentido las personas deben ser humildes, reconocer y enmendar los errores a través del perdón. De la misma manera, es fundamental que el ser humano aprenda a perdonar de manera pura y sincera, para evitar cargas emocionales en su diario vivir.
Acciones correctas
La verdad y la honestidad en las labores influye para que las personas lleven una vida correcta y honorable. Aquel que es puntal en el trabajo, actúa de acuerdo con sus valores éticos, promueve la verdad, no hace daño a los demás, cumple con sus impuestos y elimina de su ser la envidia, el desgano y la avaricia, creará una vida digna a los ojos de Dios y de los demás.
Enseñanza familiar
El amor, la fe, la solidaridad, la honradez, el respeto y la fidelidad son valores que los padres de familia deben enseñar en el hogar. Deben educar a los hijos para llevar una vida apegada a los valores cristianos, éticos y morales que los ayuden a desenvolverse en la sociedad. Un hombre correcto ayudará mucho a su país.
Buenos hábitos
Ser cortés, educado y respetuoso con todos, son prácticas sencillas que hacen de una persona un ciudadano correcto. Estas acciones promueven la libertad individual, ya que no amenazan la forma de pensar de los demás ni atenta contra su perspectiva de la vida. Estos hábitos deben predominar desde la niñez hasta la edad adulta.
Amor al prójimo
Hay mucha gente necesitada para ayudar: en hospitales, hospicios o los indigentes de la calle. Compartir con los demás es una manera de encontrar paz y felicidad. También vale la pena compartir con amistades y conocidos, ayudarlos con palabras o con recursos; o bien, con momentos de alegría para que estos tengan optimismo hacia la vida.
Estima personal
Conocerse a sí mismo es fundamental. Es preciso hacer una autoevaluación sobre cómo se ha actuado en la vida, determinar los errores y de esta forma no volver a cometerlos. Solo así, las personas tendrán la capacidad de salir adelante, crecer en su fe, en su trabajo, en su familia y establecer un núcleo estable que le permita actuar y obrar bien.