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Eugenia Cheng, la matemática que usa simple recetas de cocina para enseñar conceptos matemáticos complejos

250 gramos de harina común, una cucharadita de sal, 250 gramos de mantequilla y 150 mililitros de agua fría.

Cheng siempre cuenta historias personales durante sus clases para bajar los temas abstractos a tierra, pero pronto se dio cuenta de que cuando las historias giraban en torno a comida, los alumnos se despabilaban y prestaban más atención. EUGENIA CHENG

Cheng siempre cuenta historias personales durante sus clases para bajar los temas abstractos a tierra, pero pronto se dio cuenta de que cuando las historias giraban en torno a comida, los alumnos se despabilaban y prestaban más atención. EUGENIA CHENG

Estos son los ingredientes para preparar la masa de uno de los postres que más le gustan a Eugenia Cheng: el milhojas.

Pero para esta matemática británica, pianista, autora y amante de la cocina, esta receta es también la herramienta perfecta para explicar de manera sencilla un concepto matemático complejo: el crecimiento exponencial.

“Primero golpeas la mantequilla con un palo de amasar para que se vuelva suave y adquiera la misma consistencia de la masa de harina que la rodea”.

“La envuelves en la masa, la estiras con el palo de amasar hasta que se vuelve más delgada y la doblas en tres partes. Así, multiplicas el número de capas por tres”.

El proceso se repite unas 6 veces o 7 veces, hasta que se obtienen más de 1.000 capas. 

Y esto es precisamente, “lo que son los exponenciales”, le dice Cheng a BBC Mundo. “Cuando multiplicas algo por tres repetidas veces, el número crece muy rápido”.

“Gracias a los exponenciales podemos preparar algo delicioso para comer”, añade, “y no lo podrías hacer sin las matemáticas ya que tratar de amasar capas individuales de masa tan finitas sería imposible”.

Simple, ¿no?

No hay respuestas incorrectas

La idea de combinar matemáticas con recetas de cocina se le ocurrió a Cheng cuando daba clases a sus alumnos en la universidad.

“Siempre cuento muchas historias cuando enseño matemáticas, historias sobre mi vida que ayudan a que un tema tan abstracto cobre vida”. 

“Pero me di cuenta de que cuando estas historias giraban en torno a la comida los estudiantes se despabilaban”, dice la autora de “How to bake pi” (o Cómo hornear pi, un juego de palabras en inglés con la palabra pie que significa tarta y π, por 3,14, una de las constantes matemáticas más importantes).

Las clases que imparte en la Escuela del Instituto de Arte de Chicago, en Estados Unidos, son parte de una suerte de cruzada para liberar al mundo de la fobia a las matemáticas, una fobia de la que nunca fue víctima gracias a su madre, quien le mostró “algunas de las cosas más divertidas e interesantes” de esta ciencia exacta.

“Por eso siempre supe que no era solo una cuestión de números y de sumar, multiplicar y recordar cosas, sino de explorar ideas y usar mi cerebro”.

Pero, para la gran mayoría, la matemática es algo difícil -sino incomprensible-, aburrido y hasta inútil.
No es culpa nuestra, sostiene Cheng, sino a la forma en la que nos la enseñaron.

“Desafortunadamente, en cierto momento en la escuela, la empiezan a enseñar como una serie de reglas que hay que seguir y respuestas que hay que acertar”. 

“Todo se vuelve una cuestión de si algo está correcto o equivocado. Y si los niños se van dando cuenta de que se equivocan, se van desinteresando porque empiezan a confundirse sobre por qué están dando una respuesta equivocada, cuando pensaban que estaban en lo correcto”.

“Con otras asignaturas eso no pasa: si estás escribiendo una historia, no puedes estar equivocado. Incluso hay una tendencia a dejarlos escribir la historia sin corregirles los errores ortográficos, mientras que en matemáticas todo está diseñado para llegar a una respuesta correcta”.

“Y eso es desafortunado porque las matemáticas no tratan de eso, sino de explorar nuestro entendimiento del mundo a nuestro alrededor. Y siempre hay muchas maneras diferentes de entender el mundo”.

Cambios

Cheng cree que es fundamental introducir cambios en el sistema de educación basado en la memorización, la evaluación constante y en la asociación de ciertas habilidades a edades específicas.

En cambio, dice, hay que enseñarles a los niños a pensar, crear y descubrir cosas por sí mismos. 

Cheng reconoce que esto requiere mucho más tiempo -y dinero- y que hace falta invertir más en educación.
Pero también, sostiene, hace falta un cambio de actitud, y en este sentido se siente optimista.

“La gente puede cambiar de actitud con el tiempo. Un ejemplo es la actitud hacia el entrenamiento físico, que cambió dramáticamente durante los años en que viví en Reino Unido”.

“Cuando era joven, nadie iba al gimnasio. Hoy eso es algo normal o al menos la gente piensa que debería ir”. 
 
“Por eso creo que también es posible cambiar la actitud sobre el entrenamiento mental”.

Matemáticas en el ascensor, en el supermercado

Y parte de ese cambio es descubrir que las matemáticas están en todas partes y en todo lo que nos rodea.

“Está en cómo encajan las cosas, en cómo funcionan…”, dice Cheng.
Como cuando uno está en la fila del supermercado y observa cómo se comportan cada cola.

¿Cuál va más rápido, la que es una sola y se divide cuando llega a la caja, o las filas que se hacen detrás de cada caja?

¿O cómo llego más rápido a la oficina? ¿Si subo por escalera o si subo por ascensor?

La diferencia está en que al subir por escalera, el tiempo será más o menos constante, mientras que por ascensor será variable (a veces más, si para en muchos pisos, a veces menos).

“En promedio el ascensor es más rápido, pero a mi me gusta la predictibilidad, por eso prefiero las escaleras”, comenta Cheng.

En fin, todo eso, dice, son las matemáticas. 

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