Vivía en un apartamento en Barranquilla y desde la ventana participaba de los diálogos que se armaban entre los vecinos a través de los patios.
BBC NEWS MUNDO
“La relación madre hijo es como un cordón umbilical vuelto un nudo que muchas personas no logran desatar”
De chico Giuseppe Caputo, (Colombia, 1982) sufría crisis de asma y pasaba muchas horas en su casa.
"Estrella madre" es la segunda novela de Giuseppe Caputo, quien deslumbró con su primera obra "Un mundo huérfano". (FELIPE VÁSQUEZ)
No sólo leía cuentos de las Mil y una noches y los hermanos Grimm, también veía telenovelas en tiempos en los que se esperaba con ansias el capítulo siguiente y todos le gritaban a la tele: ¡no hagas eso! ¡ése es malo!
Después de deslumbrar con su primera novela, “Un mundo huérfano”, Caputo, que forma parte de Hay Cartagena, agarra este contexto y lo lleva a su último libro, “Estrella madre”, que habla sobre ser hijo, sobre el deseo, el hambre, el sexo y sobretodo, sobre la espera.
“Estrella madre” es una novela en la que un adolescente espera, inmóvil, el regreso de su madre.
“Me dijo: ‘¡Claro que voy a volver! Voy a volver para verte y saber cómo estás’. Y yo quise llorar y decirle que no se fuera. Le dije, sin embargo: ‘¡Te va a ir muy bien, te va a ir muy bien!’, y volví a abrazarla y ella me abrazó (…) Pegué la boca a su oreja y le dije: ‘Me vas a hacer mucha falta’, y me dijo: ‘Tú también, mi cielo, tú también'”.
El hijo la espera frente a la ventana donde ha pegado su foto, mientras observa por la ventana a los obreros de una construcción que nunca termina y, a través de la ventana, conversa con sus vecinas: Luz Bella, que comenta cada día la telenovela con los obreros; Madrecita, una mujer que lleva 6 años embarazada con una barriga llena de trapos y cojines; y Próspero, el conserje del derruido edificio donde todos sobreviven.
“Luz Bella me pregunta: ‘¿En qué andas, hombre?’. Le digo: ‘Pensando, pensando’, para no decirle: ‘Pensando en mi madre, amiga’ —ella sabe que la pienso a toda hora—”.
¿Cómo es este hijo que añora a su madre y esta madre que decide partir sin él y que le dice: “estás grande y no me necesitas”, “te quedas acá o te vas por tu cuenta a otro lado. Yo quiero hacer cosas que no he hecho”?
La madre es una mujer cuya realización no pasa únicamente por la maternidad. Su deseo no es irse a otro lugar, es el viaje, ella abraza esa búsqueda.
Cuando le preguntan “¿dónde te vas a ir?”, dice: “adonde sea”. El camino es su deseo más que una llegada especifica.
Y él es un hombre atrapado en el rol de hijo. Se construye a sí mismo y se piensa como tal.
Está en un proceso de desembrollo afectivo, de mirar sus apegos ansiosos y también de pensar que hay amores y comunidades que van más allá de los lazos sanguíneos.
Pero él no perdona que su madre se haya ido sola, ¿no?
Hay gente que me ha dicho “es que odié a la mamá” y yo: “¿pero por qué?”. Lo que hice fue un juego sencillo de inversión.
Ella se dedicó a estar con el hijo hasta que fue grande, que es lo que hace uno pues, en términos personales, el que se fue fui yo.
Y cuando fui creciendo, cada vez que me iba a ver con un amigo o lo que fuera, era mi mamá la que se quedaba en la ventana esperándome. Y decía: “yo no me duermo hasta que vuelvas”.
Me fui porque quería estudiar otras cosas, no quería vivir en Barranquilla. Entonces pienso ¿y si esa fuera la historia y el deseo de mi mamá? ¿porque voy a condenarla?, ¡si además no hay tiempo para nada!
En esa inversión aparentemente sencilla salen palabras como abandono.
¿Cómo definirías la relación madre-hijo?
Me es imposible definirla sin todo el discurso sacralizante alrededor de la madre, con el que uno nace y crece. El de la madre como Dios, la dadora de vida.
Pero no sólo eso, sino que tú le debes y eso ocurre por más que uno crezca. Y en esa sacralización, entran de manera inevitable el sacrificio, la culpa. Para citar a Vivian Gornick, los apegos feroces.
La relación madre hijo es como un cordón umbilical vuelto un nudo que muchas personas no logran desatar y luego vienen todas estas lealtades afectivas.
Como cuando el hijo escucha en la fila del banco la historia de un hombre al que su mamá le dice “yo todo lo he hecho por ti, para que no tengas la vida que yo tuve” y es una cosa tan pesada para él, que no sabe ser feliz.
Como si tener la vida que uno quiere fuera una traición, porque la mamá no tuvo una vida digna y porque ha manifestado una y otra vez que no está contenta con esa vida.
En “Estrella Madre” vemos a esta mamá que abandona su rol, y en “Un mundo huérfano” hay un papá que tampoco cumple con su hijo porque no es capaz de proveer. ¿Por qué escribes sobre los padres?
Cuando salió “Un mundo huérfano”, la gente daba por hecho de que yo no tenía mamá, y yo les decía que mi mamá estaba muy presente; pero la relación es diferente con cada uno.
Mi papá era italiano, mi mamá es barranquillera; los acentos, la música y el mundo con el que cada uno me llegaba eran totalmente distintos y siempre pensé que eran historias independientes, un cara y cruz.
Sin embargo, por muchas cosas que pasaron en mi casa, yo me volví un niño adulto rápidamente.
¿Qué es lo que te hizo crecer?
Era asmático y tuve que estar mucho tiempo en la casa hasta los 10 años. Y luego vino una bancarrota que fue como una grieta, mis padres estaban todo el tiempo sobrepasados.
Mi papá se enfermó y mi mamá lo cuidaba. Mi hermana mayor estudiaba en Bogotá, y mi hermano y yo nos convertimos en niños adultos.
Yo ahorraba durante todo el año escolar para comprar los útiles del año siguiente. Ya no podían pagar la matrícula, entonces fui a negociar una beca en el colegio.
Mi mamá me decía “¡ay con tanta cosa me dan ganas de tirar la toalla! ¡De irme!”, un niño oye eso y no lo entiende, finalmente lo ve como un deseo genuino.
Y hay una orfandad en medio de esa omnipresencia de los padres. Fui niño adulto y eso queda, porque se lleva luego a tus relaciones de amistad, de pareja.
Empiezas a responsabilizarte de todo, porque es el amor que conoces y terminas reproduciendo.
Hay un término que me encanta, que es el del ‘incesto emocional’, pues el incesto no se reduce a tener una relación sexual con un familiar.
¿Qué ejemplos darías de incesto emocional?
Que la mamá tome al hijo como su pareja y le cuente cosas que no corresponden porque está chiquito. Es un concepto fuerte, pero muy diciente, porque a veces no se ve como un problema.
Si ves a un niño de 9 años que está negociando que lo bequen en el colegio, hay quien piensa, “¡ay, qué responsable, qué maduro para su edad!”, pero ¿y por qué, si puede ir la mamá? ¿Porque ella no hace eso?… Porque le da pena, porque no quiere pelar más la cara, porque está harta también y uno entiende, va entendiendo.
Pero eso crea una conducta y una estructura psíquica en el niño. Por eso, para mí era importante una escena (de su novela) en la que el hijo quita la foto de la ventana, pero es un proceso muy difícil, un nudo que él tiene que ir desamarrando.
¿Y las madres cómo cortan el cordón?
Quizás es más difícil incluso, sobre todo si por alguna razón no se vio al hijo como una persona independiente, sino como una extensión de sí misma, una prótesis o una parte de su cuerpo: hazme esto, búscame eso, como un brazo que se puede desprender: tráeme, búscame, hazme, hazme.
Suena obvio, pero creo que en nuestras culturas no es tan difícil de ver. Son formas de subalternizar también, de mandonear.
Si yo le digo a una persona que está a un metro, pásame el celular, siento que no es tan inocente, es una forma de ejercer control, hay un micropoder ahí.
He estado en situaciones en las que salía con alguien y estábamos teniendo sexo, pero si llamaba la mamita se paraba y se iba. Esto es muy común.
¿Qué pasa con la madre en nuestra cultura?
Está la propia mitología católica, que también es bella: el tiempo se rehizo porque existía Dios, pero él necesitó una madre. Es un nuevo génesis, pues tuvo que crear algo que lo antecediera.
Tengo una serie de poemas que no he publicado, y hay uno que se llama “Los nacimientos de Jesús”, en el que cruzo la mitología católica con la teoría psicoanalítica, con Edipo: si Dios fecundó a su propia madre para nacer, pues ahí están Yocasta y Edipo, pero con el velo de la santidad, los misterios, la trinidad.
Por eso me parece muy importante desacralizar a la madre. No solo como un acto de liberación política del hijo sino de las propias madres. Es muy difícil estar en un pedestal, ¿para qué?
Las madres, y me incluyo, ¿alimentamos esta sacralización y la culpa en los hijos?
Yo diría que sí, aunque no hay que generalizar y hay relaciones más sanas. Pero el que uno no pueda decir ciertas ideas que tiene de la infancia porque “¡qué desagradecido! ¡todo lo que hice!… “.
La obra también representa el deseo del hijo, allí es donde observa a dos hombres que se aman cada noche y donde conoce a La Guacamaya, un obrero que se traviste
Para mi era muy importante que hubiera un sujeto amanerado que fuera deseante y deseado, por eso está La guacamaya, que es un hombre con plumas, como decimos.
En “Tengo miedo torero” (novela de Pedro Lemebel) está la loca, pero la loca no es deseada, es deseante, siempre deseante y yo quería que los cuerpos que se salen de la norma macha también fueran deseados, cambiar el deseo.
Entonces este chico, que es un adolescente, se hace la paja pensando en este hombre que llega emplumado en su fantasía.
¿Y por qué era importante para ti?
Estoy cansado de la representación dominante del deseo homosexual hacia el hetero que resultó gay, como en la película Call me by your name (“Llámame por tu nombre”), ese fetiche del macho, y que fueran obreros súper masculinos.
Éstos ven la telenovela, son personas tiernas, frágiles. Algo muy aplastante en las personas homosexuales es el deseo del macho, porque es desear al opresor y como objeto de deseo casi siempre se le termina imitando. Me parece inaceptable.
Leo Bersani lo dijo en los `80 y estamos en 2021… Mira una serie como “Sex Education”, que es maravillosa, pero ahí está el chico gay enamorado de su bully que le pega trompadas cada vez que lo ve.
En cambio una que me encantó fue “Glee”, que es más vieja, en la que también estaba la típica historia del bully que atormenta al gay, pero cuando el bully sale del clóset y le va a dar un beso, el gay dice ‘¡no, vaya a terapia mijo!”.
El lenguaje que usas en las escenas de sexo es muy directo. ¿Por qué lo escoges?
En “Un mundo huérfano” hay 70 páginas de sexo. Una escena tras otra. Y hay una reflexión sobre cómo se escribe esto.
El protagonista se enfrenta con la precariedad del lenguaje para hablar de sexo, porque está en unos chats. Y tiene que pensar qué palabra usa, ‘¿digo verga, digo pene?’.
Por eso para mí era importante en “Estrella Madre” decir que el hijo ya está grande y eso le permite un cambio de registro, en el que entran otras palabras.
Prefiero lidiar con la precariedad del lenguaje que con una metaforización, porque para mí es ponerle velos. Yo amo la metáfora, pero no en el sexo.
¿Cómo lo reciben tus lectores?
Con “Un mundo huérfano” me dijeron: “oye pero ¿70 páginas?” (de sexo) y luego con “Estrella madre”: “oye pero ¡hubieras metido un poquito más!”.
Pero yo no quería escribir “La ruleta dos” (La ruleta es el capítulo del sexo).
Este artículo es parte de la versión digital del Hay Festival Cartagena, un encuentro de escritores y pensadores que se realiza en esa ciudad colombianadel 22 al 31 de enero de 2021.