Cuando abrí la puerta Titivillus ni siquiera me saludó. Se limitó a tirarme un costal, no de regalos, sino de todos los errores cometidos en los medios de comunicación y me gritó: “Aquí te va tu obsequio de principios de año, con el cual me regodeo: es para que tú publiques todos esos atentados en contra de la gramática y yo me lleve a los hablantes y escribidores que los pronuncian y escriben”. Sin decir más se retiró, dejando, eso sí, un apestoso olor a azufre por donde había pasado. Lo primero que saltó a mi vista fue el anuncio de un inmenso almacén, que rezaba así: “Vajilla para bufetes”. ¡Caramba! —pensé— ya a los abogados no les basta con que soliciten sus servicios profesionales, sino que ahora ofrecen bufés. Y entonces me percaté de que no se trataba de tal cosa: Los publicistas habían confundido un bufete de abogados, es decir, su oficina, con el bufé que se sirve en un ágape, en su primera acepción equivalente a “banquete”, desde luego, pues ágapes eran también las primeras comidas que los cristianos ofrecían para relacionarse más entre sí, pero esa es la segunda acepción del término.
De entre la inmensa cantidad de recortes y videos (americanismo equivalente de vídeo, la palabra castiza (pura, no castellana como creen muchas personas) escogí al azar uno, pues ni varios ejemplares (no copias) completos de este periódico alcanzarían para publicarlos. Cogí un vídeo y lo escuché. “El cónyugue de la mujer la acribilló de una puñalada, lo que enlutece a sus familiares”, decía. ¡Horror de horrores! A ese criminal se lo llevarán directo al infierno Satanás, Mefistófeles y otros cuantos demonios, pero Titivillus acarreará a quien pronunció semejantes dislates, pues debió haber dicho. “El cónyuge (suena con “g” fuerte, como general, gerente, gente y ya lo he escrito innumerables veces) mató (no acribilló, pues eso significa hacer múltiples heridas) a su mujer (…) lo que enluta (enlutecer no existe) a sus familiares.
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