HORRORES IDIOMÁTICOS

El occitano

MARÍA DEL ROSARIO MOLINA

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En una de mis últimas columnas mencioné que el catalán y el occitano, idioma en el que cantaron los viejos trovadores, tienen un cierto parecido, y varios lectores curiosos me han preguntado del occitano, pues no han oído hablar de este ni de sus trovadores. Precisamente sobre estos y los troveros, que eran distintos, había yo escrito hace años una columna que ahora reproduzco parcialmente.

Una de las primeras lenguas románicas, o romances, que gestó el latín fue la occitana, de la que fueron dialectos el provenzal, el lemosin, y el languedociano (de lengua de oc). “Oc” significa “sí” en ese romance nacido en el Mediodía (sur) de Francia, cuna también de muchos patois (dialectos). Dicho idioma fue importantísimo durante el medievo (o medioevo), especialmente en lo literario. La langue d’oïl (oïl” equivalía a “sí”), parida también por el latín en el norte del país, dominó y de ella se derivó el francés actual. Así, en Francia se hablan dos lenguas romances: el francés y el provenzal (el idioma del Pays Basque —país vasco francés— no procede del tronco indoeuropeo).

Los hablantes del occitano fueron pioneros en la composición de la poesía lírica que contaba, acompañada de música, no solo las hazañas de caballería, sino de amor, religión, guerra y otros temas. Quienes la cantaban se llamaron “trovadores” y además “trovadoras” (trovairitz), pues las mujeres dedicadas a la gaya ciencia abundaban en el Mediodía. La trova fue entretención de reyes (Guillermo IX de Aquitania, el primero) y de nobles. Luego se extendió y la cantaron los juglares itinerantes acompañados de la viella (antecesora del violín) y del laúd, de lugar en lugar. En el norte de Francia, los “troveros” de la lengua de oil, dedicados mayormente a los cantares de gesta y a la poesía de la corte, se inspiraron en las canciones que Leonor de Aquitania (siglo XII) llevó a París cuando contrajo matrimonio con el rey Luis VII, y extendieron su repertorio, aunque siempre inclinándose a lo épico. Trovadores eran, pues, los poetas del sur y troveros los del norte y así debe seguírseles llamando, aunque ahora trovero o trovador, es el que improvisa o canta trovos (composiciones populares generalmente sobre asuntos amorosos).

La aniquilación de los cátaros (llamados albigenses en el sur de Francia), secta religiosa “hereje” combatida por la iglesia católica, contribuyó a la casi desaparición de la literatura provenzal, que resurgió con gran fuerza cientos de años después, gracias a Fréderic Mistral (1830-1914), el inmortal creador de Mireya. Él tradujo al francés muchas de sus obras y fue fundador, junto con otros felibres (poetas provenzales modernos), de la escuela Félibrige (moderna) creada con el fin de mantener vigentes no solo la bellísima y dulce lengua de la Provenza, sino también la cultura y el folclore.

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