Sobra perspicacia para hilar este cambio de tono y temática operado en la banda épica por antonomasia con la anunciada separación del vocalista de la banda, Chris Martin, y su no menos conocida esposa, la actriz Gwyneth Paltrow, tras diez años de matrimonio.
Probablemente para evitar preguntas, los miembros de Coldplay, más o menos accesibles a pesar de su inmensa popularidad, no celebran esta vez ruedas de prensa ni conceden entrevistas, con la salvedad de la que el propio Martin ofreció recientemente a la cadena británica BBC1.
“No quiero ir por la vida asustado por el amor, el fallo o el rechazo, declaró el intérprete de The scientist al ser preguntado por las causas y consecuencias de la ruptura, antes de añadir que, en ese sentido, “Ghost stories trata de abrirse completamente para poder amar y de cómo eso será dañino en unos momentos, pero también fantástico en otros”.
En ese estado vital entre la lucidez y la somnolencia que sucede a una ruptura, el cuarteto logró aproximarse más que nunca a sus viejas aspiraciones de realizar un disco acústico, proyecto que debía haberse concretado con el previo Mylo Xyloto (2012), pero que terminó derivando hacia lo contrario, su álbum más exaltado y colorido.
Esta vez sí, Coldplay traza un disco intimista al 85 por ciento, lo que descolocará a muchos de sus seguidores, sobre todo a los que se engancharon en los últimos años, por ejemplo con Viva la vida (2011) , y que agradecerán aquellos que ansíen dar más protagonismo a las piezas sosegadas que solían cerrar sus discos.